Hemos concluido nuestra peregrinación diocesana a los Santos Lugares. Y ahora volvemos a la otra Tierra Santa, igualmente bendita, donde nos aguarda ese mundo familiar, profesional, vecinal, social… que dejamos hace diez días para hacer esta peregrinación a la patria de Jesús. Todo estará igual, con toda su carga de luz y de sombra, con lo que está encauzado y lo que sigue sin resolver, lo que nos llena de gozo el alma y lo que nos arruga las entrañas. La circunstancia de cada uno seguirá siendo la misma, pero tras esta peregrinación puede haber cambiado una cosa muy importante: nuestra manera de mirarla, de abrazarla, de vivirla. Sí, todo cuanto hemos recordado de Jesús, de María, de los Apóstoles, se ha hecho un motivo de renovación cristiana que nos permitirá leer de otra manera los Evangelios, y vivir de modo nuevo todo lo que compone nuestra vida cotidiana. Esta ha sido quizás la sorpresa que pedimos el primer día, una sorpresa íntima y personal, que no pone como condición que cambie el mundo para ser yo mejor cristiano, sino que pide con humildad ese cambio personal como conversión primera, para hacer el pedazo de mundo que pisan mis pies y abarcan mis brazos, un espacio o terruño en donde se escucha y se ve la belleza de la vida cristiana.
En medio de tantos lugares en donde hemos vuelto a escuchar Palabras que nos traen sin engaño vida y esperanza, y donde nos hemos asomado a paisajes testigos del paso misericordioso de un Pastor bueno, también tuvimos la oportunidad de tocar y escuchar unas piedras vivas que son los cristianos que allí precisamente siguen defendiendo su fe en Jesús Resucitado como hijos de la Iglesia. En Amman (Jordania) celebramos la misa en la parroquia católica. Allí hay un colegio que atienden y dirigen dos religiosas junto a los voluntarios de la Custodia de Tierra Santa que llevan los franciscanos, y el Padre Carlos, sacerdote católico árabe que nació en Belén.
Sostienen también un centro de refugiados para los cristianos que vienen de Irak. Ellos han encontrado cobijo en esta comunidad cristiana, y son más de 420 familias las que han sido acogidas. Lo han perdido todo por el avance del Isis, los musulmanes sanguinarios y terroristas de la más cruel yihad. Fueron marcadas sus casas con la letra en árabe “N” para indicar que ahí viven los “nazarenos” (los cristianos), y a partir de ese momento tienen que entregar al Isis todo lo que tienen y pagar una multa impagable para seguir allí en lo que ya no es su propiedad, o bien salir escapados huyendo hacia donde sea con lo que pueden llevar en sus manos nada más.
Mantuvimos un encuentro con el Padre Carlos y nos conmovió profundamente. Sin acepción de personas, ni de credos o nacionalidades, acogen a quien tiene necesidad. Por amor a Dios, como testimonio fraterno de lo que hizo el mismo Cristo con nosotros. Ellos han preferido perderlo todo con tal de poder seguir siendo cristianos, y van llegando a este lugar de una Jordania abierta y tolerante. Organismos internacionales como Acnur o la Comunidad europea, declinan sus ayudas diciendo que a los cristianos de Iraq no les dan nada. Incomprensible y escandaloso por la desinhibición de estas entidades que recogen fondos internacionales para luego repartirlos con un arbitrio que se torna en injusticia flagrante. Los franciscanos y Cáritas están ahí sosteniendo la vida de quienes heroicamente mantienen su fe. Nosotros lo hicimos rezando por ellos y con una generosa colecta entre los peregrinos. Un modo de compartir fraterno entre quienes formamos ese mismo cuerpo que tiene a Cristo por cabeza y a nosotros como sus diversos miembros.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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