Por D. Jorge Glez. Guadalix
Me preguntaban hace poco por la forma en que se debe rezar a san Pancracio para que te conceda lo que le pides. Por lo visto a esta persona le habían regalado una imagen de san Pancracio diciendo que era muy milagroso, pero pasaban los días y nada de nada. Yo le comenté que rezara la oración propia del santo. Pero el problema era otro. Porque había llegado a sus oídos que además de rezar era imprescindible colocar una moneda en una de sus manos y ponerle perejil. La duda era si el perejil hay que cambiarlo cada día o dejarlo como está hasta que se seque… Al final lo que me decía era que los santos deberían venderse con prospecto, como las medicinas.
No es fácil responder a algo así. Porque la devoción a los santos, reconocida y recomendada por la iglesia, demasiadas veces ha terminado en un culto medio mágico, medio supersticioso que a un servidor no le gusta nada. Tenemos santos “especializados” para empezar: San Antonio para objetos perdidos, santa Apolonia para muelas, santa Lucía para la vista, san Blas garganta, santa Bárbara abogada contra tormentas. Podemos seguir casi hasta el infinito… No me parece mal. Siempre han existido santos patronos, protectores, abogados para mil causas…
Lo malo es cuando te llega el prospecto con el manual de uso. Ya sabemos que San Pancracio precisa de moneda y perejil, aunque con la duda de si hay que cambiárselo todos los días como si fuera un canario. San Antonio, cobra, al menos eso dicen: que es avaro para los pobres y que si no ofreces algo a los pobres no funciona. No acabo de explicarme la necesidad de hacer no sé cuantas copias de la oración a San Judas Tadeo y repartirlas por siete iglesias para conseguir lo que se le pide. Por no hablar del pobre san Cucufato al que le ha tocado penar de la forma más ignominiosa y tan de moda últimamente.
La auténtica oración, al Padre, a María, a los santos, es una oración que hace sus peticiones dentro de un contexto: la santificación de Dios, la venida del Reino, conseguir el pan de cada día, pedir perdón por los pecados y suplicar poder vivir como cristianos si caer en la tentación.
Pedir cosas al Padre por intercesión de María o de los santos está dentro de la más pura tradición cristiana. Lo peligroso es añadir esa magia según la cual cada santo necesitaría una especie de manual de uso y un ritual propio sin el cual no concede la gracia pedida. Y eso es entrar ya en caminos muy próximos a la superstición.
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