lunes, 1 de julio de 2013

De Cartas al director (lne)



Agradecimiento al Hogar Beceña de Cangas de Onís
27 de Junio del 2013 - Fernando Manuel Ania Blanco (Colloto-Granda-Siero)
 
Desde la inmejorable tribuna que me brinda este diario, quisiera hacer una reflexión sobre las carencias de los servicios públicos en general, y por otro lado, la labor callada y poco reconocida de algunas instituciones, que sin ningún tipo de publicidad hacen llegar al desamparado un soplo de solidaridad cuando realmente se necesita.
El último día de mayo, mi padre de 96 años sufrió una caída que derivó en fractura de cadera. Hasta esa fecha era una persona absolutamente independiente que se desenvolvía haciendo una vida normal para su edad y mantenía animadas tertulias en el Hotel Piloña de nuestro querido Cangas de Onís. Tampoco tomaba una triste pastilla y lo único que le limitaba su edad era que ya no podía ir a echar una varada a su querido Iñasares, su lugar de pesca de salmón de toda la vida cerca de La Llongar, también en esta localidad. Esta afición que actualmente es una actividad lúdica, en los duros momentos de la posguerra era una forma más de ganarse la vida, lo que él supo hacer a la perfección logrando hasta cinco capturas en un día.
Durante los veintiún días consecutivos que estuvo hospitalizado en Arriondas superó la fiebre, la anestesia de la intervención quirúrgica, una insuficiencia renal, otra respiratoria y finalmente una neumonía. En todo este tiempo mi padre perdió la conciencia y fue degradándose poco a poco, lo que desembocó en una senilidad irreversible.
El día 21 de junio recibí una llamada telefónica de mi madre diciéndome que le iban a dar el alta médica, ya que la evolución de la intervención quirúrgica era satisfactoria y que había superado la neumonía. En este punto mi padre ya era una persona absolutamente dependiente, no conocía, no hablaba, tenía la mirada perdida y en cuestión de dos o tres horas tenía que abandonar el hospital.
En estos momentos se nos cayó el cielo encima. La trabajadora social nos señaló que había la posibilidad de solicitar asistencia domiciliaria, pero pese al gran desembolso económico que supondría acondicionar nuestra casa (cama articulada, colchón especial, baño, puertas, etc), iba a ser insuficiente por su situación, por lo que nos facilitó una lista de residencias de mayores. También nos informó que las dependientes de la administración pública estaban saturadas con una larga lista de espera, por lo que la otra opción era recurrir a una residencia privada que además de tener un coste superior a los 1.500 mensuales, en muchos casos llevaba aparejado el desarraigo familiar del enfermo al no existir ninguna en la localidad de residencia de mis padres. Ello hubiera supuesto el inevitable desplazamiento diario de mi madre hasta su emplazamiento, pero mi madre es una persona cercana a los ochenta años de edad, lo que hubiese sido igualmente dramático.
La luz a esta oscuridad y situación de absoluto desamparo al que debíamos enfrentarnos en cuestión de dos o tres horas, vino de la mano de los párrocos de Cangas de Onís y de Lugones (Don Luis Álvarez Suárez y Don Joaquín Serrano Vila), quienes más allá de su misión pastoral y al enterarse de la situación en la que nos encontrábamos, buscaron por todos los medios y lograron, que el Patronato que rige la Fundación Hogar Beceña González en Cangas de Onís, conociese nuestra situación desesperada, y acogiese a mi padre en esta Residencia de Ancianos.
En el Hogar Beceña, la Madre Superiora Marcelina, Franciscana Misionera de la Madre del Divino Pastor, nos estaba esperando a la puerta y nos acogió con una dulzura y cariño sin límites. Ella personalmente estuvo pendiente desde el primer momento en atender sus necesidades intentando consolarle en su inconsciencia hasta que nos alojó en una habitación que muchos hoteles quisiesen para sus instalacionespero no nos equivoquemos, lo material no lo es todo.
La situación inicial de desaliento se tornó en cariño y bondad irradiada por esta señora y por las demás hermanas y personal. Mi padre fue aseado y alimentado personalmente por ella y me consta que toda esa noche estuvo pendiente de que no le faltase alimento físico y espiritual.
A la mañana siguiente pude también comprobar cómo el personal sanitario de esta residencia curaba hasta tres veces al día las heridas que mi padre tenía en los talones como consecuencia de permanecer en cama durante tanto tiempo. Sin embargo, la insuficiencia respiratoria se agudizó el domingo y tuvo que volver a ingresar por urgencias en el Hospital. Escasas horas después entró en coma, y con todos sus seres queridos arropándole, pudo sentirse muy amado antes de abandonarnos.
¿Qué clase de sociedad es ésta? ¿Hacia dónde vamos? No solo los políticos, también en gran medida todos nosotros con nuestro egoísmo e hipocresía alimentamos esta carencia de valores y deshumanización cuando no tiene la debida repercusión o publicidad. La gran mayoría de jubilados no pueden permitirse esas cantidades astronómicas para ser atendidos dignamente. Algo no funciona cuando tanto despilfarro e inversión en equipamientos inútiles en el más apartado de los pueblos de nuestra geografía, no logra cubrir las necesidades perentorias de los más desprotegidos.
Nos rasgamos las vestiduras cuando se habla de solidaridad, pero hacemos muy poco al respecto. Sin embargo hay gente que no necesita este reconocimiento público. Estas personas con su labor anónima, callada y constante de servicio a los necesitados, sin esperar nada a cambio, desempeñan una función social insustituible, poco reconocida y a veces despreciada. Con todo, logran dejar una huella imborrable a cuantos rodean en esas situaciones de absoluto desamparo.
Reciban todos ellos mi más profundo agradecimiento y reconocimiento público.

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