lunes, 24 de agosto de 2020

Obras son amores. Por Carlos Fernández Llaneza

El legado de Sor Esperanza en la Cocina Económica

Tal vez sea una sensación subjetiva; tengo la impresión de que cada vez es más difícil encontrar referentes. Alguien que por sus hechos nos pueda servir como modelo. Acertadamente, Bertolt Brecht creía que "el regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida". Coherencia, ¡qué reto más difícil! Por eso es de agradecer encontrar personas que nos regalen el testimonio de su propia vida. Y una de esas personas es Sor Esperanza Romero, religiosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, quien, en próximos días, y tras nueve años al frente de la Cocina Económica, pondrá fin a su etapa al frente de uno de los pilares esenciales de la solidaridad ovetense. 

Su vida es la respuesta a una llamada. Y, como tantos otros religiosos y religiosas por todo el mundo, esa vocación la ha llevado a comprometerse, incondicionalmente, con los más necesitados de esta sociedad que, una vez más, afronta una dura crisis que vuelve a abarrotar los comedores de esta institución centenaria. Fue la nevadona de 1888 la que llevó al entonces obispo, fray Martínez Vigil, a establecer una "tienda asilo" con el fin de paliar los efectos que esa nevada estaba causando entre las capas más pobres de la población ovetense. 

132 años después, las Hijas de la Caridad junto con los empleados y numerosos voluntarios siguen, día tras día, con su ejemplar dedicación. Una labor de entrega y de solidaridad con la que no solo llenan los estómagos, sino también los corazones de los que llaman a sus puertas. La tarea de tantos que hoy personalizamos en Esperanza Romero contribuye a que la ilusión y las certidumbres no salten por la ventana cuando la necesidad entra por la puerta. Oviedo debe mucho a la Cocina Económica. Sin duda, sus centenarios fogones han dado alimento y calor a la par que reciben gratitud; bien merecida tiene la medalla de oro que la ciudad le otorgó en diciembre de 2009. 

Muchos echarán de menos la sonrisa diaria de Esperanza. Pero nos queda la seguridad de que lo que sí seguirá en la ciudad es la solidaridad que enraizó en Oviedo en 1888. Solidaridad, "una palabra un poco desgastada y que, a veces, se interpreta mal. Pero que es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad", como bien definió el Papa Francisco. Esperanza y sus compañeras de las Hijas de la Caridad, bien lo han entendido.

Por tanto, vaya desde estas líneas mi agradecimiento por su testimonio. Por su ejemplo. Por su coherencia. Esperanza es una de esas mujeres que luchan toda la vida; una de esas personas que para Bertolt Brecht, al que citaba al principio, "son imprescindibles".

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