viernes, 14 de septiembre de 2018

La Santa Cruz. Por Demetrio Fernández

La señal del cristiano es la santa Cruz. Para los musulmanes, su señal y símbolo es la media luna. Para los judíos, la estrella de David (de seis puntas). La señal del cristiano es la santa Cruz, porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo para redimir a todos los hombres. En principio, la cruz era la pena capital según la ley romana; entre los judíos de aquel tiempo, la pena capital era la lapidación. Jesús fue condenado a la pena capital de la cruz por parte de Pilato, gobernador romano en la provincia romana de Palestina. La crucifixión era una pena capital horrible y de muerte lenta, por agotamiento o por desangramiento y asfixia.

Jesús se sometió libremente a la muerte de Cruz, nos recuerdan los textos bíblicos, como momento supremo de su ofrenda. Él es el Cordero de Dios, que sustituye a los corderos de los antiguos sacrificios, ofrecido como expiación por los pecados del pueblo, ofrecido como sacrificio de comunión, ofrecido en sacrificio de holocausto (destrucción total de la víctima). Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, cargándolo sobre sus espaldas. La imagen que ha quedado impresa en la retina de los discípulos de Cristo es la de la Cruz, a la que fue clavado nuestro Señor y Redentor.

Llegados al 14 de septiembre, celebramos la fiesta litúrgica de la Santa Cruz, completada el 15 con los dolores de María su madre junto a la Cruz. Una vez más, él y ella van siempre juntos, porque junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María, en actitud de sintonía y colaboración. Y en ese momento supremo Jesús nos da como madre a su misma Madre, María. Fiesta, por tanto, de la Santa Cruz y de la Virgen de los Dolores, con un tono festivo y victorioso. Ya no es la Cruz del viernes santo que a todos nos aplasta, es la Cruz victoriosa en la que Jesús ha vivido la muerte con libertad, ha amado hasta el extremo de dar la vida, ha vencido por su resurrección al pecado, a la muerte y a Satanás. En Córdoba y en muchos pueblos, esta fiesta es la de las cruces de mayo, que hace unas décadas ha sido fijada el 14 de septiembre, aunque entre nosotros se siga celebrando en los primeros días de mayo. Repetirlo no es ningún obstáculo, así lo entendemos mejor.

La cruz es el sufrimiento vivido con amor. La Cruz se ha convertido en el símbolo del amor, desde el patíbulo más horrible. No basta el sufrimiento, que a tanta gente le aparta de Dios, como si Dios tuviera la culpa de nuestros dolores (porque no fuera capaz de remediarlos). No basta el amor, que en tantas ocasiones tiene tintes poéticos e idealistas, y a veces queda en simples palabras bonitas. La Cruz es el sufrimiento vivido con amor, vivido en libertad. Es un amor que se expresa dando la vida, perdiendo la propia vida. Es un sufrimiento que se vive en el amor, en el don de sí mismo, alcanzando una fecundidad ilimitada. Eso es lo que celebramos el 14 de septiembre.

En este domingo, además, Jesús nos invita a seguirle por este camino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). No hay otro camino, y cuanto más tardemos en asumir esta realidad, peor para nosotros. Nuestra carne y nuestra manera mundana de entender la vida nos hace pensar en el placer, en el éxito, en el tener y en el poder. Jesús entra de lleno en nuestra vida para proponernos otra forma de vivir, la que ha vivido él. Supuesto que el pecado ha trastornado todo lo que ha salido bien de las manos de Dios, no hay otro camino de redención que asumir la cruz de cada día, como ha hecho Jesús, e ir tras de él. Si no tomas tu cruz con decisión, tendrás que llevarla arrastrándola; y así pesa más.

En definitiva, se trata de seguirle a él, de vivir con él, de vivir como él; y eso incluye la cruz de cada día. Pero si le seguimos, es porque ha vencido la muerte, el egoísmo, el pecado; y nosotros queremos vivir de esa libertad que él nos ha alcanzado y que nadie más nos puede dar. Si morimos con él, reinaremos con él.

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