martes, 18 de septiembre de 2018

Detectives del Archivo Diocesano

(El Comercio)

Están de vacaciones, pero el primer jueves de octubre seis jubilados volverán a subirse al coche para acudir al sótano del número uno de la ovetense Corrada del Obispo. Allí, como cada jueves a las cuatro de la tarde, encontrarán a «seis o siete personas» esperando su llegada. Serán investigadores, genealogistas o personas que buscan sus orígenes, ya sea por motivos afectivos o para intentar llegar desde el pasado a un futuro mejor. Entonces Carlos García Castañedo, José Luis Sola, Santiago Sagredo, Sabino Suárez, José Antonio Llamas y Sixto Castañeira Fernández. abrirán las puertas del Archivo Histórico Diocesano y comenzarán a trabajar.

Estos jubilados de la enseñanza -fueron profesores de Filosofía, Latín o Griego en los institutos Jovellanos y Doña Jimena- llevan trece años desempeñando una labor minuciosa que comparan medio en broma con la mayéutica socrática. «Hacemos lo mismo que la madre del filósofo, que era comadrona». No les falta razón. Forman parte de un equipo de quince voluntarios que partiendo de la información más insignificante -apenas un apellido, a veces un lugar de nacimiento, incluso un vago «nació en Asturias»- indagan en el pasado que entierran los libros de 950 parroquias para dar con los antepasados de descendientes de asturianos.

Comandados por Agustín Hevia Ballina, reciben solicitudes de todas partes del mundo. Aunque también ayudan a los investigadores, la labor «verdaderamente interesante», de la que se sienten más orgullosos comenzó hace unos cinco años, cuando entró en vigor la ley de Memoria Histórica. «Entonces empezó a llegar un aluvión de peticiones, sobre todo de Cuba, pero de toda Hispanoamérica», cuentan. Son ciudadanos nacidos en América que buscan a sus antepasados asturianos. Reclaman sus partidas de bautismo para obtener la doble nacionalidad y optar a la pensión que concede el reino de España a sus súbditos. En las misivas hay ruegos e historias de todo tipo, muchas veces teñidas de una miseria que empuja a estos guardianes del archivo a buscar con mayor ahínco en los miles de volúmenes que conforman el archivo. Llevan ya 14.471 solicitudes resueltas y cada semana les llegan, de media, cincuenta más.

¿Cómo funciona el proceso? «Llaman o mandan una carta y dicen 'oiga, yo quiero hacerme español'. Entonces les damos el correo electrónico -archivo@iglesiadeasturias.org- y les pedimos cinco cosas: nombre y dos apellidos, nombre de padre y madre, parroquia donde ha sido bautizado o lugar donde ha nacido, la fecha más aproximada y su dirección postal». Todo ello para enviar la partida de bautismo, casamiento o defunción «sea en extracto o literal, con faltas de ortografía y todo». «Creo que por Cuba se comenta de boca en boca que en el archivo de Oviedo se atiende bien», bromean.
«Una puerta abierta»

Lo más complicado es saber fecha -que calculan a partir de los años de los padres- y lugar de nacimiento. Si por casualidad no disponen de alguno de esos datos -y al contrario de lo que ocurre en el Registro Civil, donde se exige saber la fecha exacta-, buscan «diez años antes y diez después. En caso de encontrarnos con algún hermano o padre recorremos el libro entero si hace falta hasta que aparece el nombre». El proceso puede llevar desde un día a meses y una vez culminado, puede ayudar a los demandantes a sobrevivir. Como se encargan de transmitir a los solicitantes, hay esperanza hasta para quienes estén inscritos en alguno de los cientos de libros parroquiales que se han quemado, ya que la partida bautismal se puede reconstruir a partir de la de casamiento por la iglesia en Cuba». 

«Siempre dejamos una puerta abierta».

«¿Sabe lo difícil que es encontrar a gente que no sabe decir más que 'nací en Asturias'?», pregunta retóricamente Carlos García. «Es muy complicado entre tanta parroquia... Pero lo hacemos, solo por el apellido». «Cerra viene de Ribadesella, Ruenes es típico de Llanes; nos hemos encontrado un Cotallo en La Rebollada (Laviana) u Orbiz Llaneza en San Miguel de Lada (Langreo). En alguna ocasión también Caraduje en Santa Eulalia de Oscos, Martino en Vallobal (Piloña)...», recitan. Su formación clásica es extremadamente útil para la labor que desempeñan. «Encontré un Osendi en Tineo, lo cual es curioso porque los apellidos generalmente son toponímicos o patronímicos, pero no había ningún sitio que se llamara Osendi. Sí descubrí un nombre antiguo, Ausendo, que evidentemente es de donde viene este apellido que al final también es patronímico», comenta García. Saben, por ejemplo, que Rosas puede haber sido el Roces asturiano, castellanizado y después americanizado. También que Lorences, Felcies y Garcés son de los pocos apellidos que no tomaron la 'z' final.

«Una vez, un señor me comentó que sabía que su abuelo había nacido aquí, pero desconocía la zona. Así que cogí el plano y empecé a enumerar pueblos: Muñera, Entrialgo, Condado... Hasta que llegué a Villoria y saltó de alegría, porque al decírselo recordó que su antepasado le había hablado del lugar», rememora Santiago. Buscando el apellido Cotayo, común en la zona de Laviana, Carlos encontró uno que la guía de teléfonos situó en Ribadeo. «Así que llamé por teléfono y pregunté, '¿qué hace un Cotayo en Ribadeo'? 'Soy la veterinaria, pero efectivamente vengo de Laviana', me dijo».

A veces, la búsqueda les deja historias cómicas, como aquella vez que alguien fue, «muy orgulloso», a solicitar la partida de nacimiento de un tal Borbón y se encontró con que originariamente era Barbón. También descubren epidemias, curiosidades - «uno de los curas de Valle de Lago contaba cómo se dedicaba a trasladar las truchas con sus feligreses al lago de Somiedo- e incluso cotilleos. «Buscando en una partida leí de un cura que bautizaba a una criatura hija de una señora que había abandonado a su marido y vivía con otro. La ponía verde, e insinuaba que desconocía si el niño sería del marido», relata José Luis. «Esto es precioso», reflexionan, «y trabajamos muy a gusto porque el archivo nos da tanto como le damos a él, o incluso más».

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