lunes, 24 de septiembre de 2018

¡Brilla el Misterio de la Cruz!. Por José Miguel Marqués Campo

(Parroquias El Cristo - Latores) Con la Novena y Fiesta del Ssmo. Cristo de las Cadenas, nos hemos sumergido en la Pasión y Muerte del Señor, con la seguridad de que la Cruz de Cristo no es la victoria de las tinieblas, sino la muerte de la misma muerte. 

Con el antiguo rito de la triple adoración de la Santa Cruz en la liturgia del Viernes Santo, contemplamos que la cruz está presente a lo largo de la historia de la salvación. 

La cruz en el AT como figura, en el NT como acontecimiento, en el tiempo de la Iglesia como sacramento o misterio. 

En el Antiguo Testamento, es el árbol de la vida plantado en medio del jardín, el árbol del conocimiento del bien y del mal, que ante la mentira del Maligno que nos engañó, se produjo nuestra rebelión contra los planes de Dios sobre nuestra vida, cuando quisimos decidir por nosotros mismos lo que está bien y lo que está mal. 

Pero también el madero ha significado el Arca de Noé, el arca de la salvación del diluvio, que a su vez es figura de la barca de Pedro o la Iglesia, fuera de la cual, no hay salvación. 

Y también, con un bastón de madera Moisés golpeó las aguas del Mar Rojo para dejar pasar al pueblo de la esclavitud de Egipto a la libertad. 

En el Nuevo Testamento, el madero de la cruz representó la condena por parte del hombre al Autor de la Vida. 

Si bien en el primer árbol de la vida venció el Maligno, al engañar a Adán y Eva, cuyos brazos extendidos en desobediencia supuso nuestra expulsión del Paraíso y la muerte, Jesús ha vencido en el otro árbol donde la Vida empieza, extendiendo sus brazos en obediencia al Padre. 

Y la cruz en el tiempo de la Iglesia representa para nosotros hoy llevar la cruz del testimonio de la fe. Es en la Cruz donde Cristo, el nuevo Adán, se ofreció a Dios Padre por nosotros y por nuestra salvación. Donde Cristo, el nuevo Moisés, abrió el nuevo Mar Rojo de su Sangre y Agua derramada de su Corazón traspasado. 

Y con su obediencia, transformó nuestra rebelión en el chorro bautismal salido de su costado abierto: la gracia del Bautismo, que nos supone la posibilidad de entrada en el Reino de Dios. 

Como muy bien dijo San Agustín: Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la vida que es verdadera vida... 

Gracias a la Pasión y Muerte del Señor, gracias al madero redentor de la Cruz, gracias al Árbol de la Vida, podemos volver al Paraíso: la muerte ya no es muerte, la muerte se convierte en esperanza de Pascua…

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