miércoles, 19 de septiembre de 2018

¿Errores episcopales o rebeldías sacerdotales? Por Rodrigo Huerta Migoya

El obispo de San Sebastián suele insistir en que ''en la Iglesia tenemos que dejar las ideologías aparcadas'', y es que a menudo juzgamos las cosas de la Iglesia con clichés mundanos, y eso no quiere decir que no tenga la Iglesia mundanalidad, sino que a mi juicio desde "dentro" resulta desacertado y conflictivo mezclar ideas mundanas con criterios eclesiales.

Algo así ocurre, por ejemplo, con el enfoque que algunos desde dentro y desde fuera hacen con los nombramientos que el Señor Arzobispo ha rubricado de cara al nuevo curso pastoral; podrán gustar más o menos, podrán venirle a cada cuál mejor o peor, pero como no están sujetos a un organigrama democrático sino jerárquico, sólo al obispo le atañe la última palabra.

Hoy algunos ya empiezan hablar de que la última palabra debería ser del sacerdote, pero eso no parece del todo correcto. En principio debería imperar el verdadero sentido misionero. El Papa reclama una y otra vez que se necesitan "pastores", no funcionarios; es decir, lo eclesial y lo propio es la aceptación del "envío" y de "la misión", lo cual en conciencia y consecuencia exigiría que cada vez que su prelado llamase a un sacerdote para cualquier encomienda, éste tuvieran un "Sí" por respuesta inmediata, incluso antes de la exposición de los detalles. Responder como el profeta: ''heme aquí, envíame''. Y luego, si hay alguna dificultad "mundana" tratar de salvarla con la misma disponibilidad del primer envío.

Muchos así lo hacen y lo siguen haciendo en Asturias, en España y en el Mundo. No debería ser "mérito" aceptar el camino que Dios les marca por medio de su cabeza visible en el titular de la diócesis, y por el cual todos se encuentran en comunión con el Sumo Pontífice. Por eso a los obispos no los nombra otro sino el mismo Papa; como a los sacerdotes no les nombra otro sino su obispo, del que son "colaboradores" en la misión. De esta forma se garantiza que la Iglesia siga siendo en cada territorio particular Iglesia Apóstolica, pues camina bajo el cayado de los sucesores de los apóstoles.

Con la modernidad, la globalización y demás "avances", se ha ido "colando" en el protocolo de remoción, traslado y cese de párrocos, vicarios parroquiales, adscritos, encargados, etc., algún que otro "guiño" humano que ni quita ni pone y que más bien tiene que ver con la educación y cortesía: que si una primera visita de tanteo, que si llamada del vicario para preparar el terreno, que si unos días para pensar y responder... gestos buenos y nobles que buscan dar normalidad y conformidad a lo que siempre fue normal y asumido, pero que en gran parte nuestra sociedad laica (incluyendo a muchos creyentes) lleva años considerándose como anacrónico, y así se ha trasladado este juicio a la vida ordinaria por parte de muchos fieles y de no pocos presbíteros que alimenta su autoengaño.

En los últimos pontificados, algunos obispos, Vicarios y Delegados, han presenciado y vivido situaciones en las que ante una propuesta ha habido sacerdotes que les han dicho que no; que les han roto el nombramiento ante ellos; que les han insultado o les han tirado despectivamente las llaves de la parroquia sobre la mesa; que les han afrentado en guerras mediáticas, logrado así que les dejaran en sus puestos soliviantando a los feligreses en contra. A Dios gracias, siguen siendo bastantes más los que sin hacer ruido han dicho "Sí" como María, sin medios por medio ni contraprestaciones o "troikas". Y con todo esto se alimenta y traslada a los fieles un supuesto derecho a decidir y elegir su pastor, unas veces por no querer perder a la persona concreta que tienen (aunque con ello se olvida que si ha sido su párroco y ha llegado a sus vidas, ha sido sencillamente porque un obispo bajo la acción del Espíritu Santo así consideró en su momento, como ahora puede pasar lo contrario) y otras -más atrevidas y desgarradoras- porque el que viene no les gusta o no está en su onda.

Al hilo, no faltan sacerdotes que critican a su superior en las homilías, que chantajean -ante la falta de clero- con abandonar el ministerio o que convierten sus parroquias en "clubs de fans" amotinados contra el titular de la diócesis... ¿son acaso éstos referentes de un sacerdocio coherente o conveniente que beneficie a alma alguna? El sacerdote es colaborador del Obispo, por él es partícipe del sacerdocio -ya que el prelado lo tiene en plenitud- y sólo por su medio se incorpora al ministerio de Cristo entrando a formar parte del presbiterio. ¿Cómo es posible pues, negarse, alejarse, declararse en rebeldía y pretender ser sacerdote de Cristo sin estar en comunión con el Pastor diocesano?...

El sacerdote está llamado no a ser otro Cristo, sino el mismo Cristo; a anunciarle a Él y no a sí mismo ni ir "por libre". Por eso bebe el cáliz que le toca, aceptando en cada momento lo que disponga la Providencia por medio de los que están por encima y son mediadores, como lo hizo el mismo Jesús: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38). Y es que la vida del cura no es ninguna emboscada, ni nadie ha podido engañarle en lo que debería aceptar, como así prometió con las manos sobre las rodillas del obispo ordenante: "¿Prometes Respeto y Obediencia a mí y a mis sucesores?: SÍ, PROMETO".

En el aceptar la voluntad que llega de fuera, en morir a unos deseos para empezar un nuevo camino, el sacerdote hace verdad su misión de vivir la entrega absoluta, el desprendimiento y el darse a los demás donde la Iglesia le requiere, donde se le pide, y a donde se le envía para llevar la Buena Noticia.

Nadie ha dicho que esto sea fácil, ni que no tenga aristas o conlleve sus dolores. Así lo recordaba San Pablo, al igual que el mismo Señor 'aprendió sufriendo, a obedecer'; y es que la obediencia aunque mortifica, también purifica.

De nada sirven ríos de tinta -que no diré yo que esté mal como muestras de cariño a un sacerdote- cuando deja un encargo al que ha servido con generosa entrega durante tiempo, pero cuando se utiliza eso como catapulta que genera la crispación, falta de respeto al equipo de gobierno de la diócesis, o cuando esto comporta la crítica exacerbada y ácida en la persona del Arzobispo o incluso en la figura del nuevo sacerdote nombrado, se pone de manifiesto claramente que no se respira evangelio ni amor a la Iglesia, y que no se ha entendido absolutamente nada de lo que conlleva ni ser cristiano ni ser sacerdote. Y es que la aceptación del Obispo, la obediencia filial hacia él, así como la comunión transparente con su pontificado, es un compromiso moral que no es negociable, pues es lo fundamental que permitirá a la Iglesia caminar o embarrancarse.

La pregunta de fondo es ésta: ¿qué importa más, salvar almas llevándolas a la presencia de Dios o ir a un sitio en el que estar a gusto y sin muchas complicaciones?. No hay otros márgenes, pues no hay cabida en un buen presbítero para la reprobación y resistencia -y a veces sabotaje- a quién se le debe plena disposición. 

Es un escándalo escuchar a fieles atacar a su obispo, pero mayor escándalo saber que esos reproches vienen inducidos a veces por un sacerdote que no conforme con su nuevo destino opta por dejar de sembrar trigo para convertirse en sembrador de cizaña. Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, el que no es el dueño de las ovejas ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa (Jn 10, 11-13).
El que sólo trabaja por el dinero y por su propia comodidad -aunque sea reconocido y en reconocida comunidad que le quiere- no le importan las ovejas...

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