domingo, 9 de septiembre de 2018

Alocución en la Santa Cueva y Homilía en la Basílica

PALABRAS DEL SR. ARZOBISPO DE OVIEDO EN LA SANTA CUEVA ANTE SUS MAJESTADES LOS REYES DE ESPAÑA, LA PRINCESA DE ASTURIAS Y LA INFANTA 

Majestades, Altezas, Sr. Vicario General y Sr. Abad de Covadonga, Sr. Presidente del Gobierno de Asturias, Autoridades, Señoras y Señores. 

Conmueve el silencio de este rincón, que interrumpe sólo el murmullo de la cascada, cuyas estrofas resuenan en el valle como dulce melodía. No es un espacio artificial, sino que fue trabajado por el agua humilde y por el viento hermano a través de los siglos, transformándose en una cueva especial. Hace ahora mil trescientos años un puñado de hombres junto a Pelayo buscaban en estas montañas el refugio y amparo en la batalla que daban a quienes hostilmente los acorralaban. La pericia de su estrategia militar, la complicidad de este enclave y la invocación a la Madre de Dios, fue para ellos una providencial ayuda. Trece siglos de historia cristiana reconquistada, tuvo aquí su comienzo con la invocación a la Virgen de Covadonga, nuestra Santina. 

Esta mañana de fiesta tiene un marco especial por confluir tres efemérides centenarias que han transcurrido en el Reino de Asturias, en el Parque Nacional de Picos de Europa y en esta bendita imagen de María coronada junto al pequeño que lleva en sus brazos. 

Aquí entramos en el juego de miradas que la imagen de la Santina nos muestra: Ella nos mira como también Ella es por su Hijo mirada. El divino Niño contempla a su Madre bendita, y es María quien con sus ojos nos alcanza. Así decimos tantas cosas en una oración callada o con sentidas palabras. Este juego de miradas lo he visto en tantos peregrinos: en personas ancianas con las canas de una vida larga, en la ternura de los niños que señalaban con sus deditos la imagen que no alcanzaban, en jóvenes que se abrían a los primeros amores ensoñados, en matrimonios que venían con el dulce acopio de sus familias, en tanta gente bondadosa que se allegaba con sus preguntas, sus dudas y sus certezas. Es la santa puerta que tiene forma de cueva, con una Madre coronada que aquí siempre nos espera. 

Hace un siglo se coronó la imagen de la Santina y la del Niño. Acudió la Familia Real. Cien años después, sus Majestades los Reyes, sus hijas la Princesa de Asturias y la Infanta, acuden a esta cita uniéndose al gozo inmenso de un pueblo en su día de fiesta, y a la gratitud por una historia en la que nuestra vida está inserta. 

Querida Princesa de Asturias, tengo entendido que es la primera vez que vuestra Alteza tiene un acto institucional fuera de Palacio, coincidiendo con vuestra primera visita a esta tierra asturiana y este lugar de Covadonga en donde la realeza española tiene su cuna en su secular historia. Creedme, Princesa Doña Leonor, que esta gente noble y buena de la tierra que en esta mañana os acoge, nos sentimos agradecidos por el regalo de vuestra presencia junto a vuestros padres el Rey Don Felipe y la Reina Doña Leticia, y vuestra hermana la Infanta Doña Sofía. Como Arzobispo de Oviedo, en nombre de nuestra comunidad cristiana, préstame bendecir aquí y hacer entrega a vuestras Altezas de las medallas de la Virgen de Covadonga teniendo en su reverso la Cruz de la Victoria. 

Es precioso ser testigos del encuentro en la Santa Cueva, entre la Virgen de Covadonga coronada y la jovencísima Princesa de Asturias. Ante Ella ponemos vuestro importante destino, Alteza, como en su día se puso el de vuestro padre hoy felizmente reinante. Que la Santina guíe vuestros pasos y que vuestra Alteza crezca sana, sabia, santa y “guapa” como aquí llamamos a las cosas y personas hermosas. Que María de Covadonga proteja a esta querida Familia Real en un momento decisivo y delicado para España. Desde aquí os brindamos nuestro afecto, nuestra gratitud y nuestra plegaria. 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm 
Arzobispo de Oviedo

HOMILÍA EN LA MISA DE LA VIRGEN DE COVADONGA CENTENARIO DE LA CORONACIÓN CANÓNICA DE LA SANTINA 

Majestades, Altezas, Sr. Vicepresidente de la Conferencia Episcopal española y demás hermanos en el Episcopado, Sr. Abad de Covadonga, sacerdotes y diáconos, Sr. Presidente del Gobierno de Asturias, Sr. Ministro, Sr. Presidente de la Junta General, Sra. Delegada del Gobierno, Sr. Alcalde de Cangas de Onís, Autoridades, Instituciones, hermanos y amigos. 

Subió con prisa a la montaña. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio que relata el encuentro de María con su prima Isabel. El precioso rincón montañoso no lejos de Jerusalén, Ain Karem, era donde vivían Isabel y Zacarías. Isabel se encontraba esperando un hijo, que como en el caso de María, era fruto de un milagro. Cuando ya no cabía esperar en Isabel, o cuando no había llegado el tiempo de la espera en María, la vida llamó a la puerta, haciendo Dios posible lo que para ellas era imposible. Y la vida se hizo carne de mujer, portadora de un mensaje capaz de encender la luz sin ocaso, la verdad que no traiciona, la bondad que jamás se envilece, y la belleza para siempre lozana.

 Pienso en nuestras cosas imposibles, tantas cosas cotidianas que nos recuerdan la pequeñez y vulnerabilidad. Es prolija la lista de cuanto nos preocupa y enfrenta en el panorama internacional y en nuestro suelo patrio. Pero la esperanza cristiana consiste en aceptar confiados los retos de la vida bajo la mirada de un Dios bueno que nos sostiene, poniendo en juego lo mejor de nosotros y dejando que Él acerque sus dones y posibilidades a través de nuestra limitación e imposibilidades. Es su Palabra contada en nuestros labios, y su gracia repartida con nuestras manos, lo que a través de los siglos ha ido escribiendo una historia cristiana. Así fue con María portadora y portavoz de quien en su seno llevaba, haciendo que saltase de alegría lo mejor que Isabel llevaba en sus entrañas. 

En este día especial, las campanas han roto su silencio para anunciarnos la fiesta de la Virgen de Covadonga. Esta vez es diferente su tañido por cuanto nos lleva y nos trae a este lugar emblemático para el pueblo cristiano y la historia de Asturias y España. Hoy la Santina en su Santa Cueva celebra su coronación canónica que cumple un siglo de llevanza con su pequeño Hijo coronado también en el regazo del abrazo materno. Como grata y esperada coincidencia, está la visita de la Familia Real igual que hace cien años. Con mucho gozo la Reina y Madre de nuestra montaña recibe en su primera salida institucional, a la joven Princesa Doña Leonor, heredera de la corona de España. 

Trece siglos de historia nos contemplan. En el claroscuro y agridulce presente, aparece en este valle en Covadonga la Santa Cueva para abrir el horizonte, poner en la mirada el verdor de una esperanza cierta, y en la roca impenetrable herir su dureza cobijándonos en nuestras intemperies. Esto representa María en ese santo lugar. ¿Quién no lo necesita en su vida? Así lo hemos vivido los cristianos durante siglos subiendo a Covadonga, a través de los bosques que guardan secretos que custodian, encantándonos con el murmullo saltarín de sus aguas desde las cumbres nevadas de los Picos de Europa cuyo Parque nacional cumple también cien años, escuchando el canto de sus aves que Dios les compone cada mañana, y conmoviéndonos ante el testimonio de esperanza de tantos cristianos que con el llanto de sus lágrimas y el gozo de sus sonrisas, han sido bendecidos por quien nos espera como Madre en su casa. En María reconocemos el regalo que nos permite crecer en el don de la fe, la certeza de la esperanza y el testimonio de la caridad. Así lo vivió siempre el pueblo cristiano mirando a la Santina, recibiendo de Ella el consuelo para sus pesares y la razón de su alegría, sabiéndonos cercanos de quienes María trata como hijos convirtiéndose así en nuestros hermanos. 

Pero Covadonga no es un Santuario mariano únicamente. Este rincón asturiano no es sólo un referente espiritual de primer orden, sino también un lugar identitario donde nació el pueblo que aquí tuvo comienzo. No en vano, en el himno a la Santina, cantamos lo que está en la conciencia histórica de nuestras gentes: «Bendita la Reina de nuestra montaña, que tiene por trono la cuna de España». No es un requiebro patriotero, sino la afirmación noble que nace de un sentimiento de pertenencia, que nos permite no sólo nacer, sino también crecer y madurar hasta alcanzar nuestro destino en paz y convivencia. 

En Covadonga nace un pueblo con clara denominación de origen, celoso de su forma de ver las cosas, y que no se amilana cuando hay que reconquistar con nobleza lo que se invade hurtándonos nuestro terruño patrio, lo que se nos usurpa empobreciéndonos, lo que se nos diluye imponiéndonos creencias tan intrusas e ideologías tan ajenas que terminan vaciándonos de lo que somos. Hoy la reconquista pasa por otras lizas, y son otros los retos que nos desafían. Son también diferentes los turbantes de antaño ante las cosas que hogaño nos turban preocupantemente cuando la vida en todas sus fases, la familia y su tutela, la educación intervenida o la libertad cercenada, se malvenden en una almoneda trucada y abaratada. Decía William James Durant: «Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro». Esta frase, con una lucidez que espanta, es un diagnóstico de nuestra época y describe algunos de nuestros turbadores males cuando la dictadura del relativismo, como decía Benedicto XVI, las ideologías liberticidas y la confusión líquida calculadamente propagada como afirma Zygmund Bauman, hacen de la mentira frívola y mediocre el cauce de un ansia de poder que termina en corrupción y violencia. No quisiéramos ser conquistados por nadie, y queremos dialogar con todos como repite el Papa Francisco, pero desde una cultura del encuentro que no traicione ni disuelva la propia identidad, ofreciendo en la vida pública nuestra perspectiva cristiana, lo que se nos dio como herencia cultural y moral, eso que la Iglesia custodia, defiende, celebra y anuncia con apasionada pasión y creativa fidelidad. 

Todo esto nació en Covadonga, forjando así una historia con sus luces y sombras, aciertos y contradicciones, pero con la firme certeza e indomable entrega que permitió que se fuera formando una España plural en sus pueblos, muy unida en sus gentes, con un proyecto común que aunó como identidad cultural propia la herencia romana, la fe cristiana y la idiosincrasia de lenguas y lugares que han tejido el rico mapa de nuestra Hispania. Así contribuimos como han hecho pocos pueblos a la construcción de Europa y a la proyección misionera en la América hispana, como recuerdan las banderas que aquí ondean junto a las nuestras. En su visita a Asturias, Juan Pablo II nos lo dijo: «Covadonga es una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio... Pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir». 

Hermanos, la belleza de este lugar, el relato de su historia y el corazón espiritual que aquí palpita, son el marco festivo de esta celebración centenaria. Una remembranza agradecida, que desde el presente que apasionadamente nos embarga, nos permite mirar al futuro con serena esperanza. 

Majestad, en vuestra alta responsabilidad como Rey de España en estos momentos delicados, sentidnos cercanos con el afecto y la plegaria, y muy agradecidos por vuestra valentía y clarividencia en la defensa de la libertad de nuestro pueblo, de su paz y de su plural convivencia democrática en un Estado de derecho. A vuestra Majestad, y a toda la Familia Real, nuestra gratitud por esta visita al Santuario de Covadonga. Como he dicho en la Santa Cueva hace unos instantes, mucho nos ha prestado haber contemplado el primer encuentro entre una Virgen Reina coronada y una jovencísima Princesa en esta su Asturias donde la sentimos ya tan nuestra. Que la Santina nos bendiga a todos. 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm 
Arzobispo de Oviedo 

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