sábado, 24 de febrero de 2018

CONTEMPLACIÓN Y COMPROMISO. Por José María Martín OSA

La prueba nos hace más fuertes. Aprendemos cómo triunfar cuando somos probados. Necesitamos obedecer a Dios. La orden de sacrificar a su hijo debe haber sido incomprensible y extremadamente traumática para Abraham. Y durante los tres días que duró el viaje hacia el lugar que Dios le había indicado seguro que aumentaba su dolor. En nuestro caminar hacia la montaña de la prueba, los días se hacen más largos, caóticos e insostenibles. Aunque no comprendamos lo que está sucediendo, y aunque nos duela, debemos obedecer. Para triunfar cuando somos probados, necesitamos confiar en Dios. Al tercer día de viaje, Abraham “Alzo sus ojos y divisó el lugar de lejos” A pesar de todo, tuvo confianza. Los tres días implican la prolongación de la prueba, pero también una obediencia y una confianza sostenida. Así debemos confiar nosotros alzando los ojos de la fe y divisar de lejos el propósito de Dios, debemos creer que nos ama y todas las cosas nos ayudan a bien, esto es a los que conforme a sus propósitos somos llamados. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Aprendemos que las pruebas tienen una salida de parte de Dios. Dios proveerá, fue un lema de toda la vida de este patriarca Abraham, y desde entonces lo ha sido en la vida de muchos cristianos en el mundo.

 ¡Escuchadlo! Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de una montaña para orar. Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad: "su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos". El rostro iluminado refleja la presencia de Dios. Algunos rostros dan a veces signos de esta iluminación, son un reflejo de Dios. Son personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan a los demás. Jesús no subió al monte solo. Le acompañaban Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con él en el momento de la agonía de Getsemaní. Sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles estaban "cargados de sueño". Este sueño simboliza nuestra pobre condición humana aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa: estamos ciegos ante la grandeza y la bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios, que es "nuestra luz y nuestra salvación" (Salmo Responsorial). Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos, dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Él es el Hijo de Dios, el elegido. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo!

Bajar al llano. Nuestra actitud tiende a ser el quedarse en la cima de la montaña contemplando el espectáculo que significa el descenso de Dios, por eso Pedro propone hacer tres tiendas: “¡Qué bueno es estar aquí! El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar de ella para bien de sus hermanos, así lo hizo Moisés cuando recibió las tablas de la Ley, y así lo hicieron los discípulos del Señor después de su Transfiguración, porque es necesario contar a los hermanos la gloria de Dios que se ha visto en la cima del monte, para que sean muchos más los que se atrevan a escalar hasta la cima para contemplar a Dios. Simbólicamente Jesucristo se transfiguró en presencia de sus discípulos. Pero hoy el Señor sigue transfigurándose para nosotros. Cada vez que asistimos a la Eucaristía revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y a quien nosotros podemos contemplar. Pero la Eucaristía no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso. El Papa Francisco nos recuerda en su mensaje para esta Cuaresma cuál debe ser nuestra actitud:

“Cada uno de nosotros está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de los falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien”.

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