lunes, 8 de mayo de 2017

¿Hasta dónde da de sí un cura?. Por Rodrigo Huerta Migoya

Es quizá ésta, una pregunta sin respuesta por muchas razones... Cada persona es un mundo, y más mundo supone el contexto y circunstancias que discurren entorno a un sacerdote. Más en este abanico, encontraremos comprometidos y ejemplares pastores, sin dejar de abundar también en este mar lo que los asturianos llamamos el "tira que libres''.

Hace años (aunque también hoy se da algún caso puntual) a un párroco no se le podía cesar si tenía su plaza ''en propiedad'', como así afirmaban los que obtuvieron su cargo en concurso de curatos. Ahora a los sacerdotes que llevan muchos años en una comunidad, aunque sin oposición, a menudo cumpliendo su deseo (o cerrazón) se les permite, o mejor dicho concede, poder terminar sus días con las botas puestas o no se les toca por misericordia.

Esta realidad no es nueva en la Iglesia, pero hoy cualquier cambio se afronta con mayor dificultad dada la media de edad y tan elevada del clero, confrontada con la escasez vocacional y las diezmadas promociones post-conciliares que padecieron una autentica sangría de secularizaciones.

En los años cincuenta había dos tipos de coadjutorías, una en función de la parroquia (tamaño, relevancia histórica...) y otra más bien puramente personal. Se distinguían éstas claramente: por ejemplo, cuando un sacerdote de la diócesis de Oviedo destinado en Benavente leía los nuevos nombraientos, podía encontrarse que un neopresbítero iba destinado de coadjutor a San Isidoro el Real; nada que objetar, pero si salía uno nombrado como coadjutor de Anleo, ya se podía imaginar: "¡claro, Don Mengano estará muy mayor o enfermo!". En ocasiones, aunque no siempre se especificaba en el boletín, podía indicar: Don Faustino ... coadjutor "personal" de Santa María de Campos y Salave. Aunque desde una visión puramente canónica el código de 1983 ya presenta al Vicario Parroquial (coadjutor, con matices) como una ayuda en el cumplimiento del ministerio parroquial, en el de 1917 el coadjutor, fuera el caso que fuera, siempre cumplía un servicio de cara al Párroco más que a la misma pastoral.

Por desgracia, hoy casi no quedan ya vicarios parroquiales ni para las parroquias relevantes y grandes, por lo que mucho menos para poder auxiliar a los sacerdotes enfermos y mayores que se mantienen en activo estoicamente a pesar de todo.

Hoy tristemente vemos muchos curas así: mayores y enfermos, celebrando sentados, arrastrando los pies, casi ciegos o usando una lupa para ver el misal; con bastón o en silla de ruedas, resistiendo con cáncer o "Alzheimer", con sonotone o bolsa de ostomía, con "Parkinson" o hemiplegia... pero todos queriendo dar lo mejor de sí mismos por esa entrega a Dios y sin reservas que renuevan cada día desde el silencio de sus cruces. Y, como no, por ese amor a su grey por los que se dejan la piel en cada jornada.

Decía un sacerdote mayor recientemente fallecido que no quería ir a la Casa Sacerdotal porque esa era ''la pista de despegue''; quizá no le faltara razón, pues por encima de la muerte misma lo que más le angustia a un cura mayor es sentirse "inútil". Es comprensible que jamás quieran tirar la toalla, pues han renunciado a todo: familia, bienes, aficiones... todo por el Evangelio. Ahora sólo les quedan sus fieles, sus parroquias... y renunciar también a ello es como renunciar a la razón misma de vivir.

Ahora bien, también en muchísimos casos por pura conciencia y razón (que también se va perdiendo en el camino) alguien les debe decir a algunos: ''has corrido tu carrera, y has llegado a la meta''. Empezando por la familia, siguiendo por los fieles (si de verdad les quieren bien) e incluyendo a los responsables diocesanos que a menudo les toca pasar por estos difíciles tragos.

Quiero concluir con una preciosa oración del Cardenal Richard Cushing que lo resume todo y que todos podemos hacer nuestra y por y para nuestros sacerdotes: Señor Jesús, te pido por tus fieles y fervorosos sacerdotes así como por los sacerdotes infieles y tibios; por los que trabajan en su propia tierra o los que te sirven lejos, en lugares o misiones distantes; por tus sacerdotes tentados, por los que sienten la soledad, el tedio o el cansancio; por los sacerdotes jóvenes y por los ancianos, o aquellos que están a punto de morir, así como por las almas de los que están en el purgatorio. Pero sobre todo, te encomiendo a los sacerdotes que más aprecio; el que me bautizó o me ha absuelto de mis pecados; aquellos a cuyas misas he asistido y me han dado Tu Cuerpo y Sangre en la Comunión; los sacerdotes que me han aconsejado, me han consolado o animado y aquellos a quienes de alguna forma les estoy en deuda. ¡Oh Jesús!, mantenlos a todos cerca de tu Corazón.

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