jueves, 11 de mayo de 2017

El defensor de la religiosidad popular . Por D. Fernando Llenín Iglesias

Es importante, muy importante, el valor del testimonio y del ejemplo personal. En este sentido, Mosén, ha sido un ejemplo de sacerdote que ha vivido su entrega en los lugares más apartados y aparentemente más insignificantes, carentes de brillo social y eclesial de otras parroquias urbanas.

Se sintió expulsado de su Gijón natal porque no se le consideraba un sacerdote ''adecuado'' a esa realidad urbana y a la pastoral posconciliar. Pero creo que si un sacerdote ha dejado huella en el alma del pueblo gijonés ha sido precisamente Don Jose Luis, Mosén.

Que hablen las cofradías de Gijón; que lo digan los que han llorado y gozado, los que han cantado, los que han cantado y han rezado en la Capilla de los Remedios o en la procesión de la Soledad. A Mosén lo han querido como un entrañable, sencillo y popular sacerdote. Él sí fue querido en Cimadevilla de Gijón y por tantos y tantos sacerdotes, religiosas y laicos, seminaristas y fieles, matrimonios, jóvenes, niños, adultos y ancianos de toda Asturias.

No, Mosén no fue un sacerdote inflexible. Fue un sacerdote de Cristo que, con todas las peculiaridades de su personalidad, sus virtudes y sus defectos, sus pecados y sus muchas gracias , vivió la entrega a la Iglesia de modo encomiable. No fue hipócrita. Los que le conocimos y le estimamos sabemos de sus penas y de sus alegrías; sabemos de su profundo deseo de amar y servir a Dios; sabemos de su proceso de conversión y de su humildad, y sabemos de su generosidad hasta gastar todo su patrimonio personal por honrar y dignificar las parroquias que le encomendaron.

No, Mosén no fue un sacerdote pre-conciliar. Fue un sacerdote con un sólida formación teológica que le permitía discernir lo auténtico de lo falso, lo que tenía fundamento de lo que no era sino opinión al pairo de las modas del momento. Aunque pudo hacerlo,él no estudió en Roma ni en Lovaina, pero no comulgaba con las ruedas de molino de algún ''teólogo mundano''.

Pero quisiera, sobre todo, fijarme en un aspecto, quizás el más profundo e importante de su ministerio sacerdotal, por el que fue tantas veces y tan injustamente criticado. Me refiero a su dedicación a la religiosidad popular. La religiosidad popular que Mosén fomentó es expresión de una fe que, a la vez, incorpora elementos culturales de Asturias. Recuerdo la expresión agradecida de los vecinos de Caleao: ''Este cura cuida lo nuestro''.

Porque después de la renovación conciliar, la piedad popular cristiana sufrió un abandono manifiesto y rápido en muchos lugares de Asturias, sobre todo en las ciudades de Gijón y Oviedo, dejando vacíos no colmados por otras realidades o experiencias. Hay que decirlo: fuimos los sacerdotes los que quitamos las procesiones sin sustituirlas por nada.

Se basaban en críticas injustificadas a la piedad del pueblo sencillo en nombre de una presunta ''pureza'' de la fe, provocadas por ideologías secularizadas. Porque la falta de estima por la piedad popular proviene más bien de prejuicios ideológicos que de la doctrina de la fe.

El Papa Francisco, en la exhortación apostólica ''Evangelii Gaudium'', que dirigió al inicio de su pontificado, dice que en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo. Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar, sino amar. En la piedad popular, por ser fruto del evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y para quien sabe leerlas son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.

Porque la piedad popular, considerada justamente como un ''verdadero tesoro del pueblo de Dios'', manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y los pobres pueden conocer. En el corazón de toda persona, como en la cultura de todo pueblo, está siempre presente una dimensión religiosa, dando lugar a una especie de ''catolicismo popular''.

Mosén cultivó esa religiosidad popular en todos los lugares donde vivió. Y lo hizo desde una profunda convicción y vivencia del misterio de Dios y de la fe del pueblo sencillo. Mosén, fue un sacerdote del pueblo, un sacerdote de Dios. Sus amigos lo lloramos y lo recordamos en las misas, en las capillas, ante el Cristo de Candás o de las Cadenas en Oviedo, ante la Santina en Covadonga o en las procesiones de los Santos que eran, decía, ''como mi familia''. Descanse en Paz.

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