lunes, 1 de mayo de 2017

Don José Luis; ''Mosén'': sacerdote de pies a cabeza.

Me pongo a escribir estas líneas tras tener noticia de que Don Jose Luis ha cerrado ya sus ojos para este mundo. Aún el jueves pasado le pude visitar en el hospital, aunque el pobre no era capaz ya de articular palabra. Fue una visita triste pero de paz.

Estando allí con más gente que le estaba visitando o acompañando, Don José Manuel, el Párroco de Candás, sacó de su cartera una estampa del Santísimo Cristo (del que Don José Luis era muy devoto) y se la enseñó; sus ojos respondían a aquella imagen con profunda emoción. Después, Don Jose Manuel le acarició la mano y le impartió la bendición. Él, que no podía apenas moverse, hizo un leve gesto con la cabeza como diciendo amén;  así sea, así lo quiero… Pude ver a un cura que se moría, pero que se moría amando lo que creyó y creyendo lo que amó.

Don José Luis era gijonés de primera, pues nada menos que a la vera de la Plaza de los Mártires o de La Gota leche, en el antiguo y desaparecido Sanatorio, donde hoy se ubica la estación de autobuses, abrió los ojos para este mundo. En el barrio del Carmen, en terrenos de una Parroquia nacida de la Capilla y Cofradía del Carmen, en un hospitalillo llamado del Carmen y nacido de una mujer que, aunque no llamada Carmen, si era de la Orden Tercera del Carmelo. De esta forma tan predeterminada a la devoción mariana nació este gran devoto del Santo Escapulario, en cuya orden llegaría a profesar.

No voy hacer de biógrafo, aunque podríamos resumir sus primeros años de infancia y juventud inmersos en una época convulsa para todo el país, para su familia y para él mismo, que vivió idas y venidas en su experiencia de vital... finalmente, tras pasar por la vida religiosa y la militar, el Señor le llamó como presbítero diocesano. Terminó sus estudios en el Seminario de Oviedo con los de su promoción; curso muy variopinto y del cual me permito destacar a uno, Don Fernando Llenín, que tuvo el corazón y la caridad sacerdotal y de verdadero amigo para con él que otros no tuvieron.

A los pocos días de ser ordenado, cuentan que visitó Campo de Caso (pues este había sido un lugar muy importante para sus padres) y tras conocer la maravillosa y escondida Iglesia de Caleo, comentó: ‘’no me importaría ser cura de estos lares’’, opinión que al párroco de entonces (con cierta alergia al incienso) no le hizo mucha gracia la mera idea...

Al final (más bien al principio) el primer destino fue Gijón, en San Pedro Mayor, junto al inolvidable Don Bonifacio y un numeroso equipo de sacerdotes que mantenían aún aquel cuasi cabildo del que ya Don José Arenas, había sabido sacar réditos pastorales en la particular idiosincrasia del barrio playo. Después de tres años es trasladado a Berducedo, junto a otras seis parroquias de la zona de Allande y Grandas de Salime.

Aquí llevará a cabo una labor encomiable de arreglo de templos y capillas, recuperación de fiestas y devociones perdidas y otros múltiples y piadosos trabajos. Por aquel entonces no había redes sociales ni ordenador en casa, pero Don Jose Luis mendigó casi por todo el país lo que sobrara o no quisieran otras parroquias para poder adecentar así las suyas. En aquella época aún seguían retirándose santos, candelabros y retablos, y todo lo que a sus manos llegó, para el alto Allende fue a parar.

Dicen que tras diecisiete años en este lugar dejó aquellas parroquias más vestidas que la Macarena; arregladas y con ornamentos dignos de una catedral. Desconozco cómo están hoy, pero los que vieron su partida de allí dan fe de su esfuerzo y trabajo.

Retorna a San Pedro de Gijón donde ejercerá siete años como Vicario Parroquial, hasta el año 2000. Con el cambio de párroco de la Iglesia Mayor, tendrá que hacer de nuevo las maletas. Cuentan que Don Gabino le ofrecía ser párroco de una Villa bastante apetecible para otros, sin embargo, el apuntó: Sr. Arzobispo, Campo de Caso está vacante, si lo tiene a bien prefiero que me premie con ese destino antes que con una villa. Don Gabino se quedó sorprendido hasta el punto de preguntarle ¿sabes lo que estas pidiendo?... Y así fue a parar este gijonés a las tierras casinas.

En los doce años que pasó en las parroquias de Campo de Caso, a las que se unirían en los últimos cuatro las de Sobrescobio, volvió a hacer lo que sabía y le gustaba: obras, restauraciones, adquisiciones, mejoras… y todo sin descuidar la atención pastoral que siempre la llevaba al día. No moriría un feligrés enfermo sin su unción, ni se quedaría ningún difunto sin su solemne responso, precedido del ''De profundis''. Era un cura peculiar, sí; pero sobre todo y ante todo un sacerdote enamorado de su vocación.

Su último destino fue el hogar de la Madre, Covadonga, a la que tanto quería desde su “prefiguración” con ella. Allí se fue preparando para lo que sabía que se le venía encima y que con la naturalidad del que espera en Dios, a nadie ocultó nunca. Con total tranquilidad hablaba de su enfermedad, del pronóstico y hasta del tiempo que le daban de vida, pero nada le turbaba, pues como San Pablo, bien sabía de quién se había fiado.

Ser pastor de almas era su pasión, por ello su último nombramiento no lo tomó como un encargo al uso, sino como la mayor obligación de todas, por encima incluso de la canonjía. La iglesia de los Santos Justo y Pastor ya no tenía misa quincenal, sino diaria. También novenas, procesiones, pláticas espirituales, recepción de reliquias... Para Don José Luis, como para el Cura de Ars, la parroquia no se medía por “el caché” o la población sino por lo mimado que estaba ese Jesús del Sagrario. Algunos se mofaban del ímpetu que se daba por hacer cosas en esa pequeñísima Parroquia de La Riera, pero él estaba por encima de comentarios pues, además de “venir de vuelta”, el mero hecho de seguir construyendo el Reino de Cristo en la tierra le propiciaba bocanadas de aire y de vida en la suya propia que se iba apagando.

El celo de tu casa me devora (Salmo 69) que podríamos parafrasear en Don Jose Luis diciendo, sin duda, que su celo pastoral le devoraba. Por encima de todo límite u obstáculo que apareciera, para él lo primero era servir a los fieles. No suprimía ninguna celebración, tuviera tres personas o una, pues las almas estaban incluso por encima de su propia salud… ¡Cuántas veces en la soledad de las zonas rurales de Berducedo o el Parque de Redes sobrepasaba el kilometraje que la diócesis le pagaba!... o ¡cuántas otras celebraba cuatro misas pálido de fiebre o se dejaba hasta su último ahorro en el arreglo de una imagen! Mosén lo dio todo a la Iglesia, y con muchos más aciertos que errores salvó muchos templos y capillas de esta diócesis de la pura ruina, de muchas piezas acabar en el expolio indecente y de muchas tradiciones terminar en el olvido.

Emilio de Marchi, en su libro “El sombrero del Cura”, dice: Creía que con la muerte del cura había terminado todo y, sin embargo, todo estaba por hacerse. También en la historia de este cura que no tenía sombrero sino bonete, y que no era especulador sino pobre, lo importante de verdad empieza ahora...

Descansa en Paz Mosen Jose Luis, y muchas gracias por tu amistad y por el aprecio que siempre me profesaste inmerecidamente. 

Rodrigo Huerta Migoya

1 comentario:

  1. Muchas gracias don Rodrigo por este recuerdo y hermoso resumen biográfico de nuestro común amado don José Luís. Él me llevó al seminario mayor cuando era diácono en san Pedro, con "don Boni" y tengo algún recuerdo hermoso de ese tiempo con él. No quiso Dios que yo hallara mi camino en el ministerio sacerdotal pero siempre le agradeceré a Mossèn la posibilidad de discernir en ello y cuánto me sirvió para mi vida futura.
    Hoy, cuando en Covadonga se oficie el funeral de su párroco, desde mi parroquia me uniré a vuestra oración por el sacerdote y "presunto" santo por el que le rezo y, al tiempo, me encomiendo.
    Javier Álvarez, diácono permanente en la Iglesia de Tarragona.

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