miércoles, 18 de enero de 2017

Menos bodas ¡A Dios gracias!. Por Rodrigo Huerta Migoya

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Dicen que las bodas por la Iglesia en España nunca habían alcanzado los índices tan bajos y que en estos días la prensa ha dado a conocer, donde éstas representan apenas un 22% del total. Ante tales resultados cada cuál ha sacado su conclusión: fatalista, pesimista, revanchista... pero personalmente me siento optimista y creo que es una noticia alentadora para todos los que formamos la Iglesia en España. Y me explico:

Han sido muchas las celebraciones en las cuales ayudando a mi párroco he podido contemplar el panorama tan peculiar de las bodas de hoy en día, donde se respira de todo menos piedad. Nunca he tenido una sensación igual. Qué dolor celebrar la eucaristía del sacramento nupcial en el cual sólo el fotógrafo (tampoco es lo normal) y yo respondíamos al sacerdote; y donde "se pasa de todo..." Pero lo más doloroso fue en una ocasión en que el celebrante bajó del presbiterio con el copón y no sólo no comulgó nadie, sino que además los invitados profirieron una carcajada general como afirmación precisa de la categoría de los presentes. ¡Pobre Señor¡, vuelven a escupirte y vestirte de purpura ante la impotencia de los que miramos sin saber cómo evitarlo.

 ¿Se puede evitar? quiero pensar que sí, pero algo falla. Esta claro que en el expediente matrimonial previo (si se hace debidamente) mienten por activa y por pasiva; el cursillo prematrimonial les entra por un sitio y les sale por otro; el ensayo, la confesión y la preparación con el párroco ya ni digamos... por tanto, si ni aún así vemos resultados ¿que hacer tras tanta faena y farsa sin sacar nada en limpio?... pues volver a empezar, "y por tu palabra echar las redes".

Creo que los novios nunca han cuidado tanto cada detalle como ahora; lo que equivale a que nunca habían perdido tan de vista lo que realmente se vive y lo que significa el compromiso que realizan ante Dios. Nuestros abuelos iban a su boda casi con lo puesto y ahí están todos con medio siglo de convivencia o más, y, sin embargo, muchísimos de los enlaces actuales tienen una duración casi efímera, cuando se sabe que por cada matrimonio hay dos divorcios en España.

Por tanto, para hacer el "paripé" a la americana, para mentir sacando adelante algo nulo de facto, o para usar la Iglesia como escenario o decorado, mejor quedarse en casa, y, sino, ir al ayuntamiento, que a la vista está que los políticos tienen la conciencia a prueba de bomba.

El preconizado nuevo obispo de Teruel-Albarracín decía en una entrevista que estábamos ante ''el mejor momento de la Iglesia'', afirmación que fue duramente criticada, pues es obvio que en un mundo donde los cristianos de oriente son martirizados día tras día por su fe y los de occidente cada vez estamos más arrinconados, no es un panorama alentador, más quiero pensar que la idea de D. Antonio Gómez Cantero iba un poco por aquí, como así aclara su primera carta donde afirma: “No es cuestión de grandes masas, sino de hacer el Evangelio actual en esta sociedad”

La Iglesia en España ha de dejar atrás las cifras y las estadísticas, eso es algo pasado que únicamente nos ancla en objetivos falaces. La cuestión no es el número, sino la fe, la convicción y la vivencia personal con Cristo. Menos cantidad pero más calidad. Una Iglesia pequeña, sí, pero unida, convertida, renovada... pues sólo desde la purificación y la vuelta a los orígenes se podrá pensar en crecer. Cuando los de dentro estemos evangelizados, entonces podremos plantearnos evangelizar a los alejados. Los apaños, arreglos y planteamientos para mantener un modelo que no funciona es dar vueltas en circulo pues el futuro de la Iglesia no está en experimentos pastorales ni en el relleno de los movimientos católicos en auge, sino en volver al amor primero que es el escupido Rey que está esperando sólo en el Sagrario. La Iglesia del mañana tendrá que dejar muchas de las obras materiales, sociales, académicas... para ocuparse mayoritariamente y de nuevo de la vivencia espiritual.

Ya en el año 1968 un joven teólogo llamado Ratzinger opinaba así de cómo sería la Iglesia del siglo XXI: “La Iglesia se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión”.

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