Rafaela lleva una temporadita solo regular. No en lo físico, que tiene una mala salud de roble, tampoco en lo económico, porque con la pensión que les ha quedado, y en el pueblo, vive con su marido sin pasar estrecheces. Cuando dice que está solo a medias eso quiere decir que hay cosas que no le convencen y que se está hartando.
Su cura lleva una temporada que le ha dado por hablar de la crisis y de los pobres, y toque el evangelio que toque acabamos ahí de forma impepinable. Es el chiste del cura y la confesión: San José era carpintero y haría confesionarios, así que hablemos de la confesión que viene a ser lo mismo.
El último domingo otra vez con lo mismo con una exhibición de adjetivos que dejó asombrada a la parroquia: pobres, marginados, despreciados, sin voz ni voto, olvidados, ninguneados, sin más respuesta que la risa y el desprecio, ni pinchan ni cortan, no se piensa en ellos, los que mandan imponiendo todo. Y al lado los ricos, orgullosos, altivos, sabelotodo, que no se dignan escuchar otras voces, preocupados solo por ellos mismos.
Así que Rafaela acabó la misa y pidió hablar con su cura. Oiga usted, don Ramón, que tengo que decirle que hoy no me queda más remedio que darle la razón. Efectivamente en este mundo nuestro los que mandan tiranizan y a los pobres no los escucha nadie.
Don Ramón –porque ella se niega a llamarle “Moncho”- puso cara rara. ¿Qué esta mujer me da la razón? No me fío… Anda que no se la conoce…
Mire, don Ramón, en esta parroquia yo entiendo perfectamente lo de los pobres y los ricos. Me basta pensar en la última semana. Ya ve, casi recién empezado el mes de mayo. Unas cuantas mujeres le sugerimos rezar el rosario y hacer las flores. Se sonrió, ¿recuerda? para decirnos que hay que estar al día. Ni caso. Hoy, a pesar de que no nos falta de nada, ha celebrado sin casulla porque ha querido, se comió una lectura de la misa, y en lugar de una predicación normal nos ha leído una carta de esos de las hipotecas. Sabe que tenemos un par de cálices medio buenos que compramos entre todos los vecinos, pues nada, se niega a usarlos y todos los días la misa con uno de barro.
Hace unas semanas, en una reunión que tuvimos, se lo dijimos unas cuantas. Pues ni caso. Una sonrisita, que no sabemos, que el párroco es usted y que esto son lentejas. ¿Y a mí esto que me suena a respuesta de rico? Y mientras aquí los demás, ni pinchamos ni cortamos, y encima nos toca aguantar sus ocurrencias por encima de normas y costumbres.
Piense que a lo mejor los pobres de verdad somos los feligreses, que no tenemos opinión, voz ni voto, ni posibilidad de protesta porque quien manda, manda y ya nos ha dicho alguna vez que esto son lentejas.
Hace unas semanas, en una reunión que tuvimos, se lo dijimos unas cuantas. Pues ni caso. Una sonrisita, que no sabemos, que el párroco es usted y que esto son lentejas. ¿Y a mí esto que me suena a respuesta de rico? Y mientras aquí los demás, ni pinchamos ni cortamos, y encima nos toca aguantar sus ocurrencias por encima de normas y costumbres.
Piense que a lo mejor los pobres de verdad somos los feligreses, que no tenemos opinión, voz ni voto, ni posibilidad de protesta porque quien manda, manda y ya nos ha dicho alguna vez que esto son lentejas.
Oiga, don Ramón, imagine que un pobre siente vulnerados sus derechos, que nadie le hace caso, que se siente despreciado… ¿a quién debería acudir, al defensor del pueblo, por ejemplo? Por ejemplo, respondió el buen cura. Pues es lo que voy a hacer, acudir al defensor del pueblo y decirle que nadie me hace caso. ¿Tiene a mano el teléfono del obispado? Pero mujer, qué va a contar… Pues exactamente lo que hace aquí. Total, si lo hace todo tan perfectamente, le darán un premio, ¿no? Pues entonces contento, hombre de Dios, debe estar muy contento…
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