
En este 1 de noviembre estamos de solemnidad celebrando a todos los Santos, los conocidos y los desconocidos, los que la Iglesia ha reconocido que son lógicamente pocos aún siendo tantísimos, en comparación con los que Dios tiene ya en su propio libro de los santos. Es una jornada para la alegría y para interiorizar cómo el pecado no vence a todos los corazones, sino que son muchos los que han logrado alcanzar la santidad, lo que es un estímulo para nosotros. Sí; podemos ser santos, y hoy mejor que mañana es el momento de ponerse o reanudar el camino. Qué hermoso es este tesoro de la Iglesia católica; otras confesiones no entienden esto, les llama la atención que honremos a personas que fueron de carne y hueso, a pesar de que sólo Dios es el santo entre los santos. A recordar esto nos ayuda la oración que el sacerdote pronuncia al derramar la gota de agua en el cáliz tras el vino: ''este agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana''. Los católicos no nos limitamos a esperar en la misericordia divina llegado el final de nuestra vida, sino que recibimos del Espíritu Santo la gracia necesaria para convertirnos ya en el camino.
El evangelio de esta solemnidad nos presenta "las bienaventuranzas", la carta magna de la vida cristiana que nos sirve a nosotros hoy para autoevaluarnos: ¿soy manso, misericordioso, tengo hambre y sed de la justicia, trabajo por la paz, soy perseguido o perseguidor?... Si lo estoy haciendo bien siempre puedo hacerlo mejor, y si mi vida va por mal camino, el Señor me regala esta Jornada de Todos los Santos para que despierte en nuestro corazón el anhelo por ser de Dios, por gozar del cielo, por alcanzar la gloria de los bienaventurados. Podríamos resumir todas las bienaventuranzas quedándonos con la primera, que de algún modo engloba todas: ''Dichosos los pobres en el Espíritu, por que de ellos es el reino de los cielos'', que es lo mismo que decir: felices los que buscan a Dios, confían en Él y son capaces de vencer al mundo apostando todo a un mañana eterno en su presencia... Estos son los santos, los que como San Pablo han sabido perfectamente de quien se han fiado, y que quien comenzó en ellos la obra buena, habrá de llevarla a término. El salmo 33 que cantamos en ese día dice: ''Estos son los que buscan al Señor''... La traducción actual cambia un poco: ''Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor''. Aparte de la mayor o menor literalidad del texto original, nos sirve de catequesis, como con las palabras de la consagración del ''todos'' al ''muchos''. El término ''Estos son'', quizás sonaba demasiado amplio, pero al decir ''este es el grupo'', queda más limitado el concepto, y es que no todos los muertos son santos, ni todos los bautizados somos o seremos santos, aunque también todos estamos llamados a serlo. Así nos lo recordó el Concilio Vaticano II: ''Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad'' (LG 40).
Un santo no está hecho de mármol, de pasta, de madera o plata; un santo ha sido una persona idéntica a nosotros, del mismo barro, con las mismas flaquezas y que supieron dejarse transformar y moldear por el amor de Dios. Un santo no es el que hace cosas grandiosas, sino el que sabe hacer en cada momento sencillamente lo que tiene que hacer, viviendo en clave de Dios con perspectiva sobrenatural, y esto está también a nuestro alcance: ¡tú y yo también podemos ser santos! Ahí tenemos tantos casos cercanos y de actualidad de personas sencillas que aparentemente no hicieron obras grandiosas a los ojos del mundo, pero sí supieron llenarse de Dios y llevarle a quienes pasaban por su vida. Y nos viene muy bien que la memoria de los fieles difuntos que tendrá lugar mañana vaya precedida de esta solemnidad de Todos los Santos, y es que a la hora de la verdad es tajante ese dicho atribuido a Santa Teresa de Jesús: ''al final de la vida, el que se salva sabe y el que no, no sabe nada''.
Si mi vida no busca la gloria de Dios, tratar de agradarle cada jornada y con cada acción, buscar cumplir su voluntad, entonces no nos hemos enterado de que supone ser cristiano. No podemos vivir de espaldas a quien es nuestra meta, nuestra salvación y nuestro destino. El Papa León XIV decía en el Jubileo de los jóvenes de forma directa y atractiva: ''Aspiren a cosas grandes, a la santidad, no se conformen con menos''... Y reflexionaba sobre algo que nos viene muy bien para esta Solemnidad: ''¿Qué es realmente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de los pantanos del sinsentido, el aburrimiento y la mediocridad?''... Se autorespondía el Santo Padre afirmando: ''la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, sino de lo que sabemos acoger y compartir con alegría. Comprar, acumular, consumir, no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las cosas celestes, para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios''. La liturgia de este día nos sitúa ante esta verdad de nuestra fe, donde no valen medias tintas: o seguimos al Señor o le damos la espalda. La primera lectura, tan conocida y hermosa del libro del Apocalipsis nos recuerda que el número de los sellados eran ''ciento cuarenta y cuatro mil''; es decir, doce por doce; números que simbolizan la perfección, un todo completo, una exactitud... Y hay una pregunta a la que quiero referirme, y que hace el autor de la visión: ''Estos que están vestidos con vestiduras blancas ¿Quiénes son y de dónde han venido?. Y más adelante se le responde ''han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero''. El día de nuestro bautismo se nos vistió con una vestidura blanca; la pregunta es: ¿Cómo estará la vestidura de mi alma llegado el día de mi muerte, llena de las manchas del pecado, o limpia y radiante como lo experimentan los santos? Todo cristiano cada vez que experimenta la cruz, la persecución, la calumnia, la enfermedad... y la acepta como un regalo del Señor para su maduración y crecimiento espiritual está lavando su alma también en la sangre del cordero, tal y como como lo hicieron de forma singularísima los mártires.
Pedimos a todos los Santos que nos ayuden a orientar nuestra vida a la santidad, a saber decir no al mundo y sí al cielo.