(Infovaticana) Entre las mujeres del Siglo de Oro español —un mundo dominado casi por completo por la voz masculina— hay un nombre que desborda cualquier categoría: Isabel la Católica. Su figura ha sido ensalzada y criticada, mitificada y caricaturizada, citada con admiración y con recelo. Pero como recuerda Juan Belda Plans, si existe un caso que rompe todos los moldes de su época, es el de esta reina que transformó para siempre la historia de España y del mundo.
Isabel aparece como un personaje que exige un análisis sin prejuicios, lejos de las lecturas ideológicas contemporáneas. Ni santidad romántica ni demonización interesada: la Reina actuó con una libertad de criterio poco común incluso entre los hombres de su tiempo, y su influencia fue decisiva en política, cultura, religión y sociedad.
Más allá de la leyenda: luces que eclipsan las sombras
La obra de Isabel no se resume en tópicos. El fin de la Reconquista, la unidad dinástica, el impulso renacentista, la reforma eclesiástica, el apoyo decisivo al proyecto de Colón, la organización del Estado moderno… son logros inmensos a los que añadió un estilo de gobierno propio, directo, firme y profundamente consciente de su misión.
Belda Plans lo explica con claridad: juzgar a Isabel exclusivamente desde categorías modernas —como hacen algunos autores obsesionados con la Inquisición o la expulsión de los judíos— conduce a distorsiones evidentes. La Reina actuó dentro de un marco cultural y religioso preciso, donde la unidad espiritual y política de los reinos era condición de supervivencia. Pretender leerla con lentes del siglo XXI es negar la historia misma.
Una mujer que gobernó, no que acompañó
En un tiempo en que la mujer estaba relegada casi por completo a la esfera doméstica, Isabel ejerció un poder político pleno. No fue consorte decorativa ni brazo secundario: fue soberana efectiva. Decidió su matrimonio, eligió sus alianzas, dirigió la guerra de Granada, negoció con Roma, apoyó el descubrimiento de América y seleccionó personalmente a los hombres que debía poner al frente de su reforma eclesiástica.
Su liderazgo no fue una concesión de las circunstancias, sino el resultado de una personalidad formidable, sustentada en inteligencia, prudencia, intuición política y fe profunda. Era una reina que sabía mandar, pero sobre todo sabía gobernar, que es mucho más.
La fe como motor de una misión histórica
La religiosidad de Isabel no fue un adorno ni una etiqueta piadosa. Según Belda, formó parte esencial de su vida interior y de sus decisiones públicas. Desde la reforma de las órdenes religiosas hasta la instauración de la Inquisición como instrumento mixto para preservar la unidad, su visión partía de un convencimiento claro: sin fundamentos espirituales, ningún reino puede sostenerse.
En la gesta americana, su mano también fue decisiva. Fue Isabel quien defendió que los indígenas eran súbditos libres de la Corona —no botín ni esclavos— y quien orientó la empresa hacia una misión evangelizadora antes que económica. Su testamento lo confirma: la evangelización de América fue para ella un deber regia y espiritual de primera magnitud.
Una reina adelantada a su tiempo
El Siglo de Oro español, con todos sus contrastes, no habría sido posible sin la obra previa de Isabel. Belda la presenta como una mujer sin equivalentes en su siglo: culta, política, estratega, profundamente religiosa y, sobre todo, dueña de su destino. Su vida se desarrolla en tres etapas —crisis dinástica, grandes realizaciones y sufrimiento final— y en todas brilló con un temple singular que no se apagó ni ante la muerte de sus hijos, ni ante las incertidumbres sucesorias, ni ante el peso de un reinado colosal.
Isabel la Católica fue, en esencia, lo que pocas mujeres podían aspirar a ser en su época: una reina que cambió la historia, no desde la sombra, sino desde el centro mismo del poder.
En Mujeres fuertes del Siglo de Oro, Juan Belda Plans rescata a Isabel sin mitos ni reduccionismos, y muestra a una mujer cuyo legado sigue configurando la identidad espiritual y cultural de España. Un capítulo que anima a redescubrir la fuerza femenina que moldeó los cimientos del imperio más decisivo de la Edad Moderna.

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