Es quizás una de las páginas más incómodas de leer, y en la que uno queda siempre con una sana mala conciencia. Lo cuenta sólo Mateo, al final de su Evangelio. Allí aparece la apuesta más solidaria de Jesús, Dios que se hizo hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado. Y para evitar que lo redujesen a pietismo dulzarrón, donde la devoción pudiera derivar en coartada para ensimismarnos en un Dios lejano y abstracto, un Dios que no tuviera hijos a los que hizo sus hermanos, entonces Jesús pronunció aquellas palabras: “Venid vosotros, benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 34-40). Una provocación, que nos señala un camino.
Es el abrazo más conmovedor por parte de ese Dios que nos hizo sus hijos, y que nos confió a los demás como nuestros hermanos. No hay condicionantes ni cláusulas menores: el hambre y todas sus formas, la sed con todas sus ansias, la inmigración y todas sus intemperies, la desnudez y todas sus indignidades, la cárcel y todas sus mazmorras. Ahí encontramos a este Dios humanado en Jesucristo. Y ahí ha cifrado Él la bendición de quienes han entendido tamaño abrazo bendito y secundan el mismo, alargando sus brazos, abriendo sus ojos, palpitando los mismos latidos de un Corazón infinito.
En estos días hemos celebrado la festividad de la Virgen de la Merced, patrona de las cautividades y de la pastoral penitenciaria. En Asturias tenemos una Hermandad cuyo titular es Jesús Cautivo. Y un área pastoral que tiene que ver con el mundo de la cárcel, donde se trabaja por parte de sacerdotes, religiosas y voluntarios laicos de una manera hermosa y muy comprometida. No es el ámbito bello y necesario de la catequesis infantil que tiene su ingrediente de ternura y de tanta gratificación viendo a nuestros pequeños crecer en su fe, en el amor a Dios y a los hermanos como hijos de la Iglesia. Aquí hablamos de ese otro mundo que es el de las periferias broncas donde hay detrás tanto dolor y desgarro por errores y delitos, algunos terribles, cometidos por la debilidad, el deterioro de la libertad mal usada, y no pocos desgarros que se originan en los que delinquen, en sus familias, y en quienes sufren las consecuencias en sus vidas.
Pero Jesús nos dijo eso precisamente: yo estuve encarcelado y tú viniste a visitarme. No es una presencia que reprocha, abronca y culpabiliza con sentencias. La Iglesia se hace presente con un mensaje de esperanza, donde ayudando a reconocer las penúltimas palabras que pueden haber sido muchas y muy graves en la vida de una persona encarcelada, queda una palabra última que tiene que ver con la reconciliación, la petición de perdón y el sincero deseo de volver a empezar una vida nueva. Porque el cumplimiento de una pena termina cuando se sale de la cárcel, pero ¿qué ocurre si nadie les ha ayudado en este proceso de rehabilitar el corazón y la conciencia desde el perdón y la misericordia? Trabajar pastoralmente como hace nuestra Hermandad de Jesús Cautivo, Cáritas, y especialmente el extraordinario grupo de la Pastoral Penitenciaria, es acercar la luz que no declina en un amanecer para la esperanza, que Dios saca al sol cada mañana.
Hemos de estar agradecidos y muy contentos a quienes viven las palabras de Jesús que hemos recordado más arriba. Así, como hijos de la Iglesia, hacemos creíble también el humilde beneficio a la sociedad de nuestra presencia cristiana.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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