viernes, 26 de febrero de 2016

Los cien años de un pastor bueno



Hace unos meses celebrábamos las bodas de oro episcopales de nuestro arzobispo emérito D. Gabino. En estos días vuelve a estar de celebración con la no desdeñable cifra de 90 años de vida. A su lado estamos con respeto y afecto y le deseamos larga vida con la ayuda del buen Dios. Pero hoy me resulta grato escribir unas letras sobre D. Damián Iguacén Borau. Él está en mi pórtico episcopal cuando llegué a Huesca con toda la inexperiencia de ser nuevo obispo a mis 48 años, a una tierra que no conocía y con unas gentes que nadie me había presentado. Esa incertidumbre que impone siempre lo desconocido ante un nuevo comienzo, quedó diluida con la acogida llena de bondad y de verdadero afecto fraterno por un obispo de 87 años, que son los que contaba D. Damián entonces. Un obispo joven que comienza sus primeros pasos, un obispo anciano que abre el tesoro de su corazón y su experiencia para ayudar al hermano recién llegado.

Me llamó la atención el hondo conocimiento que tenía de Huesca, de los sacerdotes, del obispo anterior D. Javier Osés. Un cúmulo de datos que le permitían tener una visión serena y mesurada de cuanto entre luces y sombras yo me iba a encontrar. Era mucho y bueno lo que pude ver en tantos curas, religiosos y laicos oscenses, pero también había cosas preocupantes que había que reorientar con prudencia, con gratitud ante lo vivido en el pasado, y con caridad resuelta para hacer lo que se debía de hacer.

Encontré siempre en D. Damián a ese hermano sabio, sencillo, hondamente creyente y fiel hijo de la Iglesia, que quería a su tierra, a su diócesis de procedencia que era la oscense, a las gentes que le vieron crecer, formarse como seminarista, ejercer sus primicias sacerdotales. Desde ese hermoso testimonio jamás me faltó el consejo que ponía luz en mis penumbras y ánimo ante mis retos. Por eso me enseñó a querer tanto a la tierra aragonesa, a las diócesis de Huesca y Jaca, y a todas sus gentes con sus virtudes y sus defectos, resaltando siempre lo positivo en todas ellas.

Su propia experiencia sacerdotal cuando él fue cura de Huesca, y la que luego recabó como obispo en varias diócesis, le permitían tener un acabado juicio comedido y sopesado, que se expresaba siempre con buen humor, el gracejo aragonés que nunca ha perdido, y la exquisita delicadeza en el trato. Por eso fue para mí ese hermano mayor que nunca tuve, que me ayudó tanto en esos primeros lances como obispo en mis andanzas de Huesca y Jaca.

Este verano le hice una visita en la residencia de las Hermanitas donde ahora vive. Fue un encuentro muy gozoso. Pudimos recordar con gozo y mucha gratitud esos momentos vividos juntos años atrás. Ahora desde Oviedo le tengo ese recuerdo con mucho afecto y le encomiendo a la Santina de Covadonga, que es como en Asturias veneramos a la Pilarica. A Ella que tanto cariño siempre derrocha cuando cada año nos regala un pequeño libro dedicado a la Virgen con el que nos felicita la Navidad.

Es un regalo llegar como él ha llegado a sus cien años. Su amor a Dios, a María, a la Iglesia y a la gente, hacen de él ese hombre bueno, que nos admira por su santidad sencilla vivida cotidianamente. Que cumpla muchos más, nuestro querido D. Damián. Los que Dios quiera. Y que lo sigamos celebrando. No falté a la cita de la celebración en la catedral oscense, donde le di mi abrazo de hermano pequeño lleno de agradecimiento. Era una dulce deuda que tenía con él, con la diócesis de Huesca y con el gesto fraterno del actual obispo D. Julián que tuvo a bien invitarme. Muchas felicidades, querido D. Damián, y que Dios le bendiga y le guarde.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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