lunes, 29 de febrero de 2016

La Cuaresma y la Misericordia. Por el M.I. Sr. D. Benito Gallego Casado



En este tiempo litúrgico de la Cuaresma somos capaces de percibir con luces más claras que Dios nos ama y nos busca: “Volvéos a Mi de todo corazón”(Joel), escuchábamos el miércoles de ceniza. Es una apremiante invitación a la conversión.

En el Año Jubilar de la Misericordia adquiere un acento especial. El Papa Francisco nos propone en su mensaje cuaresmal “reflexionar sobre las Obras de Misericordia corporales y espirituales. Será, dice, un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”.

Ser cristiano, no supone cumplir unos mandamientos, que sí; sino que consiste en seguir a Jesucristo y en tratar de corresponder a su amor. El cristiano es alguien “conquistado” por el amor misericordioso de Dios y, movido por ese amor (“el amor de Cristo nos urge” –exclama San Pablo–), reavivar la dimensión misionera y apostólica de la fe.
El primer paso de esa respuesta al amor de Dios es acoger llenos de estupor y de gratitud todo lo que supone la Creación y la Redención… Y el sí de la fe marca una luminosa historia de amistad con Jesucristo, que llena nuestra existencia y le da su más pleno sentido.

Cuaresma, tiempo de conversión a Dios: acogernos a su misericordia a través del Sacramento de la Reconciliación y de conversión a los otros, ejercitando las Obras de Misericordia. “Mediante las corporales –dice el Papa–tocamos la carne de Cristo en los hermanos, que necesitan ser alimentados, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar”. 

Que aprovechemos este tiempo de gracia. Que María, Madre de misericordia, nos guíe en este camino de conversión, que es también, como consecuencia, de esperanza y de alegría.

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