martes, 16 de febrero de 2016

La Doctrina Social mal enfocada. Por Rodrigo Huerta Migoya



Desde aquellos inicios remotos en el contexto de la “Revolución Industrial” hasta nuestros días, la Madre Iglesia ha sabido siempre salir al paso de tantas nuevas realidades sociales que clamaban por un pronunciamiento de la jerarquía en favor de tantos explotados y desfavorecidos obreros y trabajadores.

León XIII asentó las bases (Rereum Novarum), Pío XI (Quadragesimo Anno) acuñó el término; más fue un jesuita -como no podría ser de otra forma- quién de avanzadilla y dos pasos por delante, se atrevió ya en 1843 a definir lo que en sentido cristiano debería significar y ser la justicia social. La obra de este hijo de San Ignacio titulada “Saggio teoretico di dritto naturale, appoggiato sul fatto” (Ensayo teórico del derecho natural apoyado en los hechos) se convirtió pronto en la primera valiente respuesta, así como el comienzo de una amplia teorización que comenzaba a desarrollarse entono a las desigualdades sociales y de las clases trabajadoras.

Realidades como la propiedad privada, la relación entre esfuerzo y salario, la dignidad de la persona, la primacía del bien común, la calidad de vida o la ley moral, fueron las peticiones que a la luz de la vida cristiana se consideraban indispensables en el día a día de toda persona. Muchos ríos de tinta han corrido con estos deseos; muchas gargantas dejaron su voz en ello, pero muchos y demasiados también llegaron hasta perder la fe en el Dios de Jesucristo por creer en la aplicación puramente política e ideológica de los principios de esta enseñanza eclesial.

Hay fronteras entre dos realidades cuya línea es tan delgada, que a veces sin darnos cuenta podemos acabar dejando nuestra orilla para acabar en la opuesta. Por eso debemos ser también prudentes, ya que aunque nadie niega que el ser bueno, el amar o el ser persona sensible socialmente esté mal, el problema se presenta cuando dejamos de ser buenos para ser tontos, o cuando el amor se vuelve odio, o cuando en vez de cristiano, monja o sacerdote nos convertimos en sindicalistas o portavoces de “Comisiones Obreras”.

Es vital para nosotros (herederos de la ley del amor) que veamos en el compendio de la Doctrina Social el empeño por encarnar o dar forma en nuestros días a esa verdad que con dos mil años a sus espaldas y en nombre solamente de Jesucristo y su Iglesia, sigue dando tanto que hablar y regalando tanto bueno en defensa de los marginados, excluidos o explotados. A esto la Iglesia lo ha llamado a lo largo de los siglos caridad y justicia social.

Pero el politiqueo barato y demagogo con el que algunos desde dentro se han ido identificando aprovechando la coyuntura, ha supuesto también una calamitosa decepción de lo que debían de ser verdaderos hombres y mujeres de Dios, por dentro y por fuera. Estamos comenzando a sufrir ya las consecuencias de aquellos errores, y para muestra un botón, pues los datos hablan por sí mismos:

Diócesis “arrasadas” con secularizaciones a troche y moche y un empobrecimiento y pérdida de identidad vocacional; un clero joven de ONG funcionarializado, quemado y sin aliento, que pese a todo en gran parte ha ido sobreviviendo a esas grandes desbandadas gracias a un clero “mayor” hijos de otro tiempo, que, aunque “herido” nunca perdieron el Amor Primero.

Congregaciones enteras a las puertas de la extinción que se ven hoy obligadas a fusionarse con otros carismas perdiendo su historia y parte de su ser mismo, así como el legado de sus fundadores. Son muchos los religiosos que hoy en día viven desnortados, sin identidad ni conciencia de su misión. Y así lo ha repetido en varias ocasiones el Santo Padre.

También dentro del pueblo fiel se palpa la tragedia de un adoctrinamiento reiterado en tantas comunidades parroquiales: catecismo “progresista y reinventado” que a lo largo de los años se les ha inculcado a niños y jóvenes y que costará aún mayor sacrificio corregir y reconducir. Una Iglesia hecha a mi gusto y medida, experimento de experimentos, que llegada la hora de la verdad resulta ser suelo rociado con sal. Liturgias sacadas de la manga, críticas y etiquetas al que piensa diferente y, lo peor de todo, un menosprecio de los sacramentos, adaptados por comodidad o para “agradar” como las famosas y falaces “absoluciones generales”. La Doctrina Social ni es “Doctrina” ni es “Social” cuando es parcial, se politiza o ideologiza al margen o en contra de la Iglesia de la que emana.

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