lunes, 22 de febrero de 2016

La Cuaresma, tiempo de Misericordia



Con la celebración del miércoles de ceniza hemos dado comienzo a la Santa Cuaresma, ese tiempo especial de preparación de nuestro corazón para vivir la Pascua en su plenitud. Las lecturas de la Misa con la que inauguramos este ciclo nos dan las claves de por qué caminos hemos de andar:

*Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto (Jl 2,12)

* En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios (2 Co 5, 20).

*Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial (Mt 6,1)

Tres citas tomadas de la primera lectura, de la Epístola y el evangelio del día de “Ceniza” que resumen la esencia y “lei motiv” que la Iglesia quiere vivir durante todo este año santo de la misericordia, que no es otro que recordarnos que el amor de Dios no tiene fin; que está ansiosos de que volvamos a casa, pero que a la vez nos da la libertad de hijos para decidir por nosotros mismos esa decisión y la ruta a seguir.

Vemos así intensificado en este tiempo jubilar, el sentido penitencial que la liturgia siempre ha tratado de preservar y potenciar; de reconocernos pecadores y necesitados de un perdón que nos es imprescindible para vivir en gracia, para seguir caminando y estar preparados cuando venga el esposo.

El Santo Padre en su mensaje cuaresmal, nos invita a enfrentarnos a este desierto repleto de tentaciones de la mano no sólo de las armas cuaresmales (ayuno, oración y limosna) sino también ayudados de las obras de misericordia como instrumentos para traducir nuestra fe sencilla en gestos concretos con los que edificar nuestra vida de seguidores de Jesús. Estas obras han de servirnos también para despertar nuestra conciencia social ante las duras realidades que la vida pone ante nosotros.

El catecismo de la Iglesia al describirnos estas obras nos dice en su número 2447 que las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cfMt 6, 2-4)

Que en esta Cuaresma nos encontremos realmente con el Señor, no sólo en el pobre, sino en el Jesús que tantas veces se halla sólo en el Sagrario como en su angustia de Getsemaní; que volvamos a Casa por mucha vergüenza que nos dé, pues a menudo preferimos comer las bellotas de los cerdos antes que tragarnos el orgullo de decirle al que de verdad nos quiere y nunca nos va a negar: misericordia Señor hemos pecado (Sal 50).

Rodrigo Huerta Migoya

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