jueves, 27 de noviembre de 2014

Carta semanal del Sr. Arzobispo


Año nuevo, vida… consagrada 

Estamos comenzando el nuevo año cristiano como siempre sucede al llegar el tiempo litúrgico del adviento. Esta palabra significa precisamente espera, y pone nombre a nuestra espera: qué, a quién y dónde esperamos. Jesús ha venido para dar cumplimiento a ese grito dulce que palpita en nuestro corazón. Vino hace dos mil años, cada día está a nuestro lado y prometió volver al fin de los tiempos. Esperamos al que vino, al que está y al que volverá. Paradoja cristiana que conjuga los tres tiempos verbales de todo cuanto tiene su pasado, su presente y su futuro.

Pero el Papa Francisco ha querido que con el comienzo de este adviento, quede inaugurado un año dedicado a la vida consagrada. A través de los distintos carismas y formas diversas de seguir a Jesús como discípulos, los consagrados son hombres y mujeres que nos dan un precioso testimonio desde el claustro de sus monasterios, desde las fronteras de su compromiso misionero, desde la entrega junto a niños y jóvenes en la enseñanza, junto a los ancianos y enfermos en sus dolencias y edades, desde su profecía en tantas periferias en donde Dios no es reconocido y el ser humano es maltratado o destruido.

Junto a los laicos y los sacerdotes, los consagrados construyen la Iglesia del Señor desde su precioso y preciso testimonio. El Papa Francisco ha querido subrayar hace unos días precisamente esa función “atractiva” que siempre entraña la vida consagrada, porque«ayuda principalmente a la Iglesia a realizar esa “atracción” que la hace crecer, porque ante el testimonio de un hermano o de una hermana que vive de verdad la vida religiosa, la gente se pregunta: “¿qué hay aquí?”, “¿qué es lo que impulsa a esta persona a ir más allá del horizonte mundano?”. Diría que esta es la primera cuestión: ayudar a la Iglesia a crecer por la vía de la atracción».

Será un año para dar gracias por esta vocación cristiana y para conocerla mejor en nuestro entorno más inmediato donde ellos son un testimonio lleno de belleza evangélica y de indómita atracción. En uno de los textos más elocuentes de la misión de la vida consagrada, San Juan Pablo II señalaba lo que significa esta atractiva de la caridad como verdadero testimonio del amor de Dios, y dibujaba así el Papa santo de nuestros días lo que es esta vocación dentro de la Iglesia: «La mirada fija en el rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la desfigura. La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna. La vida consagrada muestra de este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante» (VC 76).

Los consagrados nos regalan el anuncio de la belleza de Dios que ellos buscan y tratan de vivir, mientras que aportan también la denuncia de todo aquello que la mancha y desfigura en la deriva inhumana de nuestros hermanos. Todo un año para dar gracias por ellos y para pedir la gracia de su fidelidad.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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