(De profesión de Cura) He estado siguiendo con atención la información sobre el encuentro de obispos, vicarios y arciprestes de Iglesia en Castilla que han celebrado los días 19 y 20 de febrero en Ávila para tratar de los nuevos retos de la pastoral rural. Recojo en este post el resumen que ofrece a sus lectores Religión Confidencial. Los datos son pavorosos:
Este es el retrato en cifras de las nueve diócesis de Castilla, envejecida tanto en población como entre los propios sacerdotes. Una tierra que cuenta con 15 obispos, 1505 sacerdotes, más de 5000 catequistas y 3600 religiosos (con casi 1600 monjas de clausura), pero con tan sólo 39 seminaristas (según datos de finales de 2022).
Los sacerdotes, con una media de edad de 69 años, se concentran principalmente en la franja de 75 a 90 años, y han de hacer frente a 3761 parroquias de las cuales 3157 son rurales. El 84% de dichas parroquias está en localidades de menos de 2000 habitantes. Y esto hace que se multiplique la dedicación de los sacerdotes, que destinan más de 2 millones y medio de horas a la administración de Sacramentos, visitas a enfermos, acompañamiento espiritual, despacho parroquial.
Me preocupa porque vivo esta situación, aún sabiendo que la situación de Madrid es completamente otra. Un sacerdote para tres pueblos es todo un lujo.
Evidentemente que hay que cambiar. Por supuesto que hay que hacer algo. Yo no sé el qué, pero no es fácil ser optimista en estas circunstancias, porque los datos globales son los que son, pero si vamos a cada caso, un sacerdote con doce, quince, veinte pueblos a su cargo hace lo que puede que bastante será. Me imagino que residir en el menos chico, hacer ahí lo que buenamente pueda y estar pendiente de sus veinte pueblos con sus veinte templos necesitados de mantenimiento, atender urgencias en forma, sobre todo, de sepelios y celebrar las fiestas patronales con una cierta dignidad.
Podemos ponernos en plan muy positivo, incluso afirmar, como el arzobispo de Valladolid que estamos ante una nueva oportunidad misionera. Lo que estamos es ante una crisis tremenda de la pastoral rural, un clero muy envejecido ¡media de edad de los sacerdotes de 69 años! y el desánimo y la resignación de los compañeros que, por más ilusión y buena voluntad que pongan, que la ponemos, llegan a donde llegan, que es apagar los fuegos de las urgencias del día a día.
Sigo leyendo la noticia de Religión Confidencial: José Luis Lastra, Vicario de Pastoral de Burgos, concretizó cómo afecta toda esta realidad presentada anteriormente al trabajo de las diócesis y a los propios sacerdotes. Destacó el hecho del avance en discernimiento comunitario y en ser “Iglesia en salida”, pero también la “impotencia y el desánimo ante la pobreza humana y eclesial”. Constató asimismo una notable mejora en comunicación, pero a su vez una falta de cercanía y de pastoral de Primer Anuncio. Y una autocrítica clara: “los curas estamos muy ocupados, pero escuchamos menos”, lo que se traduce en el hecho de que “algunos no acaban de encontrar su puesto en una Iglesia más participativa y sinodal”, y que “los más jóvenes no saben qué hacer en los pueblos”. Por ello, existe la conciencia de que “algo hay que cambiar”.
Con la que está cayendo, con curas llevando quince, veinte o veinticinco pueblos, lo de no encontrar su puesto en una iglesia más participativa y sinodal es hablar por hablar. En cualquiera de esa multitud de pueblos existe una participación en forma de cuidado de templos, avisos y echar una mano. La auténtica sinodalidad. Y los curas jóvenes… pues hay que entender su postura. Salen del seminario, hijos de su tiempo, y los mandas a atender una quincena de pueblos donde el más grande tiene doscientos habitantes, con la perspectiva de enterrar muertos, mantener unos templos y algún crío de catequesis, que jóvenes ya no quedan. Normal que lo pasen mal.
Comparto la conclusión de que algo hay que cambiar. Algo. ¿El qué? ¿Dónde? ¿En Roma, en la conferencia episcopal, en las curias?
No hay comentarios:
Publicar un comentario