Hoy es el primer domingo de Cuaresma. En la Misa se leerá el fragmento evangélico de las tentaciones diabólicas que padeció Jesús en el desierto. Es por ello por lo que creo que, para un católico, puede ser de interés el que vea la película que está actualmente en las salas de cine: «Nefarious. Cuando habla el diablo».
Tal vez no reciba ningún premio por ser un film en el que se desarrolla un tema de carácter religioso, aunque lo merece, pues el guion y los actores, sobre todo los principales, que son dos, logran captar la atención del espectador, sin que decaiga ni un instante, en la hora y treinta y siete minutos que dura la película. A los que han hecho el doblaje al español habría que otorgarles una mención especial en algún festival de ese ramo por la calidad de su trabajo.
Digo que a un católico puede resultarle de interés el verla, ya que, en el coloquio entre un preso y un psiquiatra, van saliendo, muy bien entrelazadas, diferentes cuestiones de la dogmática cristiana: Dios Padre, Cristo, la creación, las creaturas, el pecado, el mal, el dolor, la muerte, la culpa, la condenación, la redención, la fe, la no fe, las posibilidades de la razón humana, la gracia, la biblia, el evangelio y la vida eterna.
Se verá que siempre está de fondo la incredulidad humana, a la que también puede sucumbir un sacerdote, respecto a las realidades que nos sobrepasan y que no apreciamos inmediatamente con los ojos o que no somos capaces de reconocer valiéndonos de los recursos de nuestra inteligencia, que se complace en reposar sólo sobre datos aparentemente constatables.
El psiquiatra es, por supuesto, jactanciosamente ateo. Hasta que alguien del inframundo, en este caso Nefarious, le revela con insidiosa puntería cuáles son los males morales que hay en su vida. Se trata, en realidad, de un descenso momentáneo, no como el de los condenados eternamente, sino como el de Dante Alighieri, hasta el último círculo del infierno, en donde, tras contemplar, cara a cara, la faz inabarcable del Mal, con mayúscula, cabe, con la ayuda de la gracia de Dios, iniciar el camino que conduce al Paraíso.
Porque, mientras hay vida, hay esperanza, como le sucedió, en la “Divina Comedia”, a Bonconte de Montefeltro, quien, antes de emitir el último hálito de su existencia en el campo de batalla, la invocación del nombre de María, la Virgen, y una lágrima de arrepentimiento impidieron que fuera atrapado por las garras de los seres infernales:
«Allí donde el nombre le resulta ya inútil llegué yo, herido en la garganta, huyendo a pie y ensangrentando la llanura. Allí perdí la vista, pronuncié como última palabra el nombre de María, allí caí y allí quedó mi cuerpo abandonado. Te diré la verdad y tú la repetirás entre los vivos: el ángel de Dios me acogió y el del infierno gritaba: “¡Oh, tú, el del cielo! ¿Por qué me privas de él? Te llevas lo eterno suyo por una lagrimita que me lo arrebata» (Canto 5 del Purgatorio).
Confíe, pues, el que haya estado alejado de Dios, negándolo, ignorándolo u ofendiéndolo, en que una sola «lagrimita» de devoto arrepentimiento y un grito de sincera súplica dirigido a Él pidiendo su auxilio puedan abrirle, en el último trance, las puertas del Paraíso. «Lavant aquae, lavant lacrimae».
En la película se cita una frase en latín y no se da razón de su procedencia. Es del evangelio. Sale de la boca del endemoniado de Gerasa: «Me llamo Legión, porque somos muchos». Y, al final, unas palabras en arameo: «Mene, Tekel Uparsim». Son del libro bíblico de Daniel. Un dedo las escribió en la pared del palacio del rey Baltasar de Babilonia durante un banquete, en el que los comensales usaban, para beber, los vasos sagrados del templo de Jerusalén. Significan «Contado, Pesado y Dividido».
El claretiano Darrin Merlino, que aparece en la película haciendo de guardia, fue el asesor teológico, si bien el guion se corresponde con el argumento de la novela “A Nefarious Plot”, de Steve Deace. Y el obispo José Ignacio Munilla, que, en una de sus intervenciones radiofónicas, ha recomendado, al igual que el exorcista de nuestra diócesis, verla, la ha calificado de «un gol al demonio».
La Nueva España, domingo 18 de febrero de 2024, p. 24
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