Las oraciones en lengua española de la edición última del Misal romano han sido revisadas en su totalidad con el fin de que fuesen más fieles, en la literalidad, a los textos originales en latín.
Algunas resultan extrañas a oídos de quienes han empleado durante décadas la edición anterior. Una de ellas es ésta del domingo pasado, primero de Cuaresma, en la que se dice: «Dios todopoderoso, por medio de las prácticas anuales del sacramento cuaresmal (quadragesimalis exercitia sacramenti) concédenos progresar en el conocimiento del misterio de Cristo».
¿Qué es el sacramento cuaresmal?, se preguntan muchos sacerdotes y fieles, que no entienden bien a qué se está refiriendo esta traducción novedosa.
Y, para saber cuál es su significado, es preciso remontarse a la antigua y venerable consideración del tiempo de Cuaresma como el de un combate, el que emprende la Iglesia entera, ejército en orden de batalla, contra el Maligno, sus obras y sus seducciones, siendo el ayuno, instituido por Cristo mismo en el desierto, el arma más eficaz para derrotarlo durante la sagrada cuarentena eclesial.
El carácter militar puede apreciarse en la actual traducción de la oración colecta de la Misa del Miércoles de Ceniza: «Concédenos, Señor, comenzar el combate cristiano (praesidia militiae christianae) con el ayuno santo, para que, al luchar contra los enemigos espirituales (contra spiritales nequitias pugnaturi), seamos fortalecidos con la ayuda de la austeridad (continentiae muniamur auxiliis)».
¿Qué es entonces el sacramento cuaresmal? La primera acepción de «sacramentum» en este contexto es «juramento militar». Es decir, la firme determinación, el compromiso, la implicación personal, la convicción, la lealtad, la perseverancia con la que se van a acometer los entrenamientos, las maniobras, las pruebas, las estrategias que se precisan para alcanzar las victorias parciales y la victoria final del combate último. Y, por encima de todo, la promesa inquebrantable hecha a Dios de mantenerse en el propósito inicial y de tratar, por todos los medios posibles, a sabiendas de las dificultades que inevitablemente habrá que arrostrar y de los sacrificios que será necesario autoimponerse, alcanzar la meta y conseguir los laureles de la gloria.
Eso mismo es también lo que el pueblo cristiano se juramenta («sacramentum») que hará al salir a pelear, bajo el estandarte de Cristo, en una batalla que durará cuarenta días («quadragesimalis»), en la que, insisto, el arma principal será el ayuno, que purifica y autentifica la oración y la caridad. Éstas dos son, en realidad, de todos los días del año.
Hay que decir que hoy el ayuno ha quedado tan relegado en las prácticas cuaresmales que los sacerdotes ya ni saben cómo proponerlo en las vaguedades que predican acerca de la Cuaresma, presentándola como si fuese el paseo romántico de unos turistas que emprenden un viaje, en plan aventura, por un desierto de postal, privándose tan sólo de algunas, poquitas, cosillas. A Wadi Rum, en Jordania, por ejemplo. Nada que ver ni con la extenuante marcha de Israel hacia la Tierra prometida, según el libro del Éxodo; ni con la estancia de Jesús en las solitarias estepas a las que lo condujo el Espíritu para ser tentado por el diablo, ni con las asperezas del modo de vida de Juan el Bautista, ni con los rigores ascéticos de los primeros monjes cristianos de Oriente.
Por otra parte, aunque, en teología, la noción de «sacramento» está reservada principalmente a los sietes signos sensibles que, instituidos por Jesucristo, según el Concilio de Trento, comunican la gracia, estos cuarenta días gozan del privilegio, conferido por la Iglesia, de ser, por la observancia de la materialidad de las obras penitenciales, un sacramento, que, al igual que la Eucaristía, hace posible el que quien se aplica en cumplirlas, por inspiración y con el auxilio de la gracia, se adentre en los arcanos del misterio de Cristo. Se retomará esta idea en la oración sobre las ofrendas del domingo primero de Cuaresma: «El comienzo de un mismo sacramento admirable».
Así pues, la Cuaresma es un período sacramental en el que toda la Iglesia se encuentra en estado de Ejercicios espirituales. De aquí el que estas fechas sean muy apropiadas para hacerlos individualmente. Como a muchas personas les resulta imposible recluirse durante varios días, a causa de sus obligaciones familiares o profesionales, en una casa para Ejercicios, en ésta y en cualquier otra época del año, les cabe la posibilidad de participar en los que, desde el 4 al 8 de marzo, de 20,00 a 21,00 horas, se predicarán en la iglesia de San Tirso el Real de Oviedo. Serán unos Ejercicios espirituales, con el Evangelio de san Lucas, abiertos a todo el Pueblo de Dios.
La Nueva España, domingo 25 de febrero de 2024, p. 26
No hay comentarios:
Publicar un comentario