(El Debate) Es una de las voces más valientes del episcopado español, lo que le vale no pocos ataques y campañas de desprestigio por parte de políticos, instituciones e incluso medios pretendidamente católicos. Sin embargo, nunca habla de nada sin llevarlo antes a la oración y sin pensar en el bien de los fieles. Porque si algo le preocupa a monseñor Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo, es «no traicionar el mensaje de Cristo, la Buena Nueva de su Evangelio, y lo que la tradición del cristianismo ha defendido siempre».
–Hoy vivimos tiempos convulsos. ¿Qué aspectos le preocupan más de la situación actual de España?
–La lista es muy amplia, pero en este momento, la crispación social, que es una mala compañía para la convivencia deseable.
–¿Y a qué cree que se debe esta crispación?
–Hoy hay caminos políticos, culturales y mediáticos, que intentan reescribir la historia que no sucedió. La reescriben, la tergiversan y la banalizan o la demonizan. Y eso, como consecuencia, hace que se reabran heridas que generosamente estaban cerradas y se declaren ataques y guerras que estaban ya superadas. En esto hay una intencionalidad ideológica, no una búsqueda del bien común. Y cuando hablo de la ideología me refiero a varias que están en curso, y todas ellas, por lo que tienen de reducción, de censura, de marginación, van en contra de aquellos o de aquello que pueda presentar una discreta resistencia, como por ejemplo la Iglesia. Hoy, ves que van claudicando, uno tras otro, estamentos, instituciones y personas ante la asechanza de la ideología de turno. Y cuando alguna parte de la Iglesia dice: «No, yo no voy a jugar a esto, yo me rebelo contra esto, yo desmantelo esto, yo señalo esto como torticero o como mendaz», entonces tienen en ti, no solamente un adversario, que eso sería razonable, sino un enemigo a censurar, a ridiculizar y si es posible, destruir.
–Asegura que «parte de la Iglesia» es capaz de levantar la voz. Otra parte no lo hace. ¿Hay miedo, o incluso connivencia, dentro de la propia Iglesia a la hora de levantar la voz ante ciertos ataques ideológicos?
–Tanto como connivencia, yo no me atrevería a decir. Pero evidentemente sí que produce respeto. Cuando tú tienes las muescas en tu propia piel de lo que supone salir a la palestra, puedes entender que haya personas que sean más fuertes y otras que no lo seamos y nos cuidemos de no salir a la liza porque sabes cuáles van a ser las consecuencias. Otros, sin embargo, son más valientes, más libres, y nos miramos en ellos para aprender un poco lo que debería ser la Iglesia. Eso sí: el silencio yo lo distingo siempre del mutismo. Porque el silencio, o una palabra discreta que en un momento cabe decir, viene dictado por la prudencia. Pero el mutismo siempre nace de la cobardía. Una cosa es que tú estés silencioso, porque analizando las cosas, dices «mejor que en este momento me calle», y eso sería sabio, a que, ni en este momento, ni en ningún otro, hable por la que me puede venir luego. Eso es sencillamente claudicación. Una cosa es ser prudente y otra cosa es el cobarde.
–Dice que hoy vivimos una época de gran confusión antropológica. ¿Esa confusión ha penetrado también en la Iglesia?
–Sin duda. La ideología de género ha penetrado en la Iglesia. La confusión antropológica que tiene que ver con la relación hombre y mujer, con la verdad del varón, con la verdad de la mujer, y con la pedagogía de dejar a los niños crecer sanamente sin redirigirlos para que puedan afiliarse a tu antropología perversa... Todo eso ha penetrado en la Iglesia. Lo vemos cuando en los colegios, en la docencia e incluso en la catequesis, hay expresiones y gestos en los que se reconoce una ambigüedad o, claramente, una claudicación. Y hay que estar muy atentos, porque podemos estar hablando de los temas a los que nos arrastran, para que no hablemos de lo que verdaderamente vale la pena. Esa es una manera de traicionar el mensaje de Cristo, la Buena Nueva de su Evangelio, y lo que la tradición del cristianismo ha defendido siempre. Hoy, si tú no hablas con la jerga de la ideología de género, si no mencionas el cambio climático, si no llevas el pin y la agenda 2030 en las entrañas, parece que estás en otro mundo y te arrinconan. Bueno, pues: ni pin, ni agenda, ni cambio climático, ni ideología de género. Y, por tanto, a los colectivos que todo esto lo jalean y lo defiendan, y además te lo imponen, y si no lo aceptas te quitan la subvención que nunca te han dado, tendremos que decirles de alguna manera, con silencio y con palabra, nunca con mutismo y con ausencia, que, al menos algunos, a esto no nos prestamos.
–Fiducia Suplicans, ¿entraría dentro de este ámbito de la confusión?
–Entra, entra.
–Solo unas semanas antes de Fiducia Suplicans, hubo otro documento de Doctrina de la Fe que establecía que las personas transexuales que hayan recibido un tratamiento hormonal, podrán ser bautizadas. Pero, ¿cómo se las bautizará: según el sexo con el que nacieron, o con el que se han inscrito en el registro tras la intervención hormonal o quirúrgica?
–Pues esa es la cuestión. Esto es a lo que me refiero cuando hablo de confusión ambigua y extraña, en la que la imagen y semejanza del hombre y de la mujer se intenta rehacer y reescribir. Hoy no solo se reescriben las historias de guerras ganadas o guerras perdidas: se reescribe también el proyecto originario. Porque la vieja y única tentación del hombre es querer ser como Dios. Y el pecado personal no es más que el torpe comentario de esa vieja y única tentación: querer ser como Dios. Este planteamiento del transexualismo está indicando que yo quiero crear al hombre, como lo creó Dios. Y, por tanto, me permito crearlo o recrearlo según mi propuesta ideológica. El Dicasterio de Doctrina de la Fe no aclara este punto, y, por tanto, deja la puerta abierta, con una dosis notable de ambigüedad, para que alguien tenga después que decir «sí» o «no». En las iglesias particulares somos los obispos los que tenemos esta responsabilidad. Antes citabas Fiducia Suplicans, que a veces es Fiducia complicans. Y los obispos tendremos que hacer todo este recorrido sin saberte con la certidumbre y el apoyo de que, por encima de tu ministerio local, alguien te está sosteniendo, iluminando, acompañando. Y a veces tienes que tomar tú una decisión con una especie de intemperie, en la que este tipo de documentos extraños se están y se siguen publicando.
–Esto abre la puerta a que haya distinto trato a los fieles, según estén en distintas diócesis, e incluso en la misma diócesis, según las diferentes parroquias. ¿Señalar estos aspectos es criticar al Papa Francisco?
–No. Al Papa Francisco le respetamos siempre. Es el sucesor de Pedro. Y como él sabe y quiere distinguir entre lo que dice el Papa Francisco y lo que dice Jorge Mario Bergoglio, entonces a veces no es clara la diferencia. Pero salva siempre que Jorge Mario Bergoglio es el sucesor de Pedro, el Apóstol, y el obispo de Roma. Y, por tanto, lo que dice el Papa en un acto magisterial, viene siempre respetado. Otra cosa es que volviendo en un avión se permita un comentario, o al final de una audiencia haga un chascarrillo. Y él tiene un temperamento que es propicio a ello, como cuando estás con él personalmente. La última vez así sucedió: a mí me vio y me dijo «Hoy has venido sin el hábito. Tú eres franciscano, vente siempre con el hábito. ¿Qué tal va por Oviedo?». Eso no es magisterio del sucesor de Pedro, es simplemente una amable manera de saludarte, de bromear contigo. Así que a veces el Papa no habla realmente como Papa. Incluso en las encíclicas que él ha publicado, y que tenemos que aceptar, luego hay cuestiones que es necesario matizar, como hace él mismo o sus colaboradores más inmediatos. Claro, veníamos de un pontificado anterior, el de Benedicto XVI, que era de una precisión teológica y de una profundidad que no hay que exigir a todo el mundo. Tampoco la tenía su predecesor inmediato, san Juan Pablo II. Y eso no lo hace ni mejor ni peor. Lo hace distinto. San Juan Pablo II fue como fue, Benedicto fue como fue, y Francisco es como es.
¿Qué actitud tenemos que tomar los católicos de a pie en estos momentos en los que unos obispos dicen una cosa, y otros la contraria?
–No estamos ante un bazar en el que se nos está vendiendo la última novedad, sino que estamos ante una historia que es de salvación y que tiene 2.000 años de andadura. Hay suficiente magisterio, suficiente enseñanza, suficiente testimonio, como para poder decir «sé lo que es verdad y sé lo que es ambiguo, lo que es extraño o lo que es confuso». Así que teniendo detrás nada menos que la altura de 2.000 años, que nos contemplan historias de santidad, de martirio, de grandes pastores, de grandes doctores, de excelentes papas y obispos, tenemos suficiente bagaje como para decir «No me voy a confundir con la confusión reinante; no me voy a deprimir con la tristeza que a veces nos rodea, sino que sé de Quién me he fiado y sé quién me puede acompañar».
–¿Hay algo que no le haya preguntado y que usted quiera contar?
–De qué equipo soy. Y soy del Atlético de Madrid (ríe). Que me encanta la montaña y ser muy agradecido a las personas que Dios me ha dado como amigos. Amigos que son amigos para que yo pueda llegar a mi destino último, que es la santidad.
Test episcopal de El Debate
–¿Cada cuánto se confiesa?
–Cada 15 días. Me confesé ayer, pero no para venir a la entrevista.
–¿Qué aficiones tiene?
–La música, la literatura, me encantan los amigos y, por tanto, ir a cenar con una familia conocida o con un sacerdote amigo me relaja inmensamente y me enriquece sobremanera. Y también leo El Debate. Es una cosa extraordinaria.
–¿Tuvo novia?
–Tuve novia.
–¿Y qué ocurrió?
–Tuve que decirle lo que había. Que yo tenía una cuestión pendiente y que no tomaba esta opción contra ella. Pero si yo me hubiera autocensurado, sencillamente la habría engañado a ella y me habría hecho daño a mí. Entonces, porque quieres a esa persona, te tomas las cosas en serio y no das un paso, con un resbalón subsiguiente, que termina por ser un desconcierto.
–¿Qué es lo mejor de ser sacerdote?
–Saberte que eres otro Cristo. Que tú no actúas con una palabra que nace de ti y que tiene tu ingenio. Tú tampoco repartes una genialidad que tiene tu medida, sino que eres portavoz de una palabra más grande y portador de una gracia que tú no has hecho. Y esta es la misión ministerial de todo sacerdote: ser portavoz de la Palabra y portador de la gracia. Eso cada día lo experimentas justamente en el ejercicio del ministerio.
–¿Y lo peor de ser obispo?
–¡Son tantos los escenarios! El encontrarte con las penurias de la humanidad para las que no tienes respuesta; que se te clavan las miradas de la gente diciendo «dinos algo». La situación de cansancio en los sacerdotes, cuando un sacerdote se quema justamente por una entrega desmedida y no sabes cómo levantarlo, curarlo y devolverle la alegría. Los niños, cuando tú ves en sus ojitos que no tienen esperanza, los ancianos que viven con resquemor, las familias que se rompen, las injerencias que hay por parte de las instituciones políticas y culturales donde te tratan de censurar todo cuanto puedes decir…
–¿A qué santo le tiene particular devoción?
–San Francisco de Asís. Inequívocamente.
–¿Quién le transmitió la fe?
–Mi madre y mi abuela paterna. Los demás también, pero sobre todo estas dos figuras, que están muy vinculadas al comienzo de mi camino cristiano. La abuela fue muy importante.
–¿Cuál es la comida favorita de su diócesis?
–La fabada, siempre y cuando no te la pongan todos los días, porque si no, es peligrosísimo. Asturias se caracteriza por tener una gastronomía exquisita: carnes, pescados, mariscos, y todo tipo de legumbre y verduras. El problema es que tienes que elegir y cuando no eliges, engordas, creces a lo ancho.
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