(Infocatólica) «Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido. Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: -- Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Él respondió: -- Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: -- Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes a sus ángeles sobre ti, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: -- Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: -- Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras. Entonces le respondió Jesús: -- Apártate, Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto. Entonces le dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían. (Mt 4, 1-11)
¿Por qué hizo Jesús los cuarenta días de ayuno? Él no necesitaba hacer ayuno ni penitencia.
De las más de trescientas profecías que hablan de Jesucristo en el Antiguo Testamento, voy a hablar de la primera de todas, creo, dejémoslo en una de las primeras, porque tal vez la primera fue «pasó una tarde, pasó una mañana, día primero». Es apasionante percibir cómo la verdad de nuestro ser está recogida en la Sagrada Escritura:
«Al hombre le dijo: -- Por haber escuchado la voz de tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí comer: Maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinas y zarzas, y comerás las plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado, porque polvo eres y al polvo volverás. (Gn 3,17-19)
Una ayuda para esta Cuaresma, es que no es mía , sino que nos unimos a la cuaresma de Cristo en su entrega por la humanidad. En cada cuaresma Él Espíritu Santo busca a quien quiera inmolarse en el fuego de Dios, para interceder como víctima expiatoria junto con Dios.
Tengo que adelantarme a la muerte de Jesús: «Todo está Cumplido» para que comprendamos por qué debemos iniciar esta Cuaresma con seriedad.
Adán y Eva no fueron condenados eternamente como Lucifer y sus aliados, debido a que los ángeles eran «adultos» por así decirlo, en cambio Adán y Eva no. Si un menor rompe algo o comete algún delito ¿sobre quién cae la responsabilidad, en el menor o sobre sus padres? La respuesta siendo obvia, debemos deducir que la condena de la maldición no cayó sobre ellos, sino sobre Dios: «te costará espinas y abrojos y el sudor de tu frente»; «Al hombre le dijo…» Gn 3,17-19 ¿Qué hombre? Ecce homo: «He aquí el hombre» Jn 19,5:
«Jesús salió fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: -- Aquí tenéis al hombre. Cuando le vieron los príncipes de los sacerdotes y los servidores, gritaron: -- ¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilato les respondió: -- Tomadlo vosotros y crucificadlo porque yo no encuentro culpa en él.»
Aquí está, la maldición de la tierra, que cae sobre Jesús, todo el pecado de la humanidad, pasado, presente y futuro, en una sola frase la crucifixión: muerte de maldito, las espinas (corona) que le tenía que producir la tierra y el sudor de la frente (sangre en Getsemaní), al que no tiene culpa, pero paga por la culpa de la irresponsabilidad de sus hijos.
A Jesús le costó y le cuesta aun hoy, por ello celebramos la Eucaristía, sacar de la tierra (el sembrador salió a sembrar…) del corazón del hombre, la bondad que hay en él. y le cuesta aun su pasión, su padecer, por sacar de nosotros el alimento que ha de producir la tierra buena, en sus hijos, los frutos de los dones de su Espíritu.
Desde que tenemos uso de razón, incluso de las personas que más queremos, vemos el trabajo y el esfuerzo que han necesitado para que obremos el bien, la virtud, el amor que han empleado en corregirnos, no simplemente dejándonos falsamente al arbitrio de nuestros caprichos. Dios acompañó así al hombre desde la caída, no aniquilando si quiera a Caín, sino hablándole como a un hijo por el que debía de morir, de entregar la vida. Cuántos padres hacen y harían eso por sus hijos, porque está inscrito en la imagen y semejanza de Dios que se asoció al hombre caído, comprendiendo que sólo Él podía ir en busca de esa oveja descarriada: el hombre; y desde entonces ha deseado comer esa pascua con el, para llevarlo de nuevo junto a Él más allá del Edén. De una forma perfecta esto se cumple en Cristo, y se cumple cumpliéndose, quiere decirse, la institución (y continuación) de la Nueva Alianza en la verdadera Sangre y verdadero Cuerpo de Cristo. Por eso aun hoy le costamos a Dios y a la Virgen, los dolores de parto que comparte con Eva la madre de todos los hombres, para formar en nosotros a su hijo, para dar a luz no un parto natural sino a la fe, lo que sigue costando a todas las madres empezando por la Virgen María, para que el hijo de Dios sea formado, conformado en Eucaristía viva y eficaz en cada uno de nosotros.
Esta Cuaresma no pensemos en nuestra purificación los que ya estamos luchando solo con pecados veniales, no seamos egoístas pensando en nuestra conversión, sino que unámonos a la cuaresma de Jesús, que vencerá junto a nosotros la tentación de retroceder en el intento de sufrir por los que aún no conocen a Jesucristo, su verdadero amor por ellos. Vivamos esta Cuaresma con alegría sin ir cabizbajos y sin desfigurar la cara, porque la verdadera alegría no es la propia, sino la que se comparte, la que compartimos con Cristo que se alegra y nosotros nos alegramos de que aun necesitamos hacer penitencia por todas las almas a las que se quiere acercar Jesús.
Si lo hacemos así, el Reino se dará por añadidura, y no pensando en nosotros mismos, si no en los demás. De esta forma, sin querer, nosotros mismos nos veremos limpios de todo pecado, pues «sepa que quien convierte a un pecador de su extravío salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados.» (St 5,20)
Ojalá pudiera escribir esto con la belleza con la que lo intuyo, lo pongo con la brevedad que exige un artículo para rumiarlo durante esta Cuaresma, y puedan acercarse a Dios todos los «leprosos» de este mundo, para ser tocados por Jesús, como lo fuimos un día nosotros:
*«Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra». (Gn 3,17-19)
*«Me voy y vuelvo a vosotros». (Jn 14,28)
El demonio le tentó con milagros de poder y vacíos de amor, pero había una verdad escondida en sus palabras: no solo de pan, sino de la bondad. Si, porque tiene hambre y sed de justicia, por sus sufrimientos y amor convierte nuestro corazón por su palabra, incluso con esta y por esta sed, muere, pero vuelve a la tierra, al corazón endurecido de aquellos hombres, comenzando por el de Pedro y sus discípulos, para un día volver a sobrevolar sobre ella para reunirnos definitivamente con Él entre las nubes del cielo.
¿Te apuntas a esta Cuaresma?
«Por eso, Yo mismo la seduciré, la conduciré al desierto y le hablaré al corazón (…) Sucederá que aquel día -- oráculo del Señor- me llamarás «Marido mío» (…) Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor y misericordia (…) sembraré para Mí en la tierra; tendré compasión» (Os 2,16-25)
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