sábado, 25 de diciembre de 2021

Natividad del Señor


La gran sorpresa de la Navidad es que el Mesías no viene anunciándose como lo hacen los poderosos, sino en silencio; no nace en un palacio ni en la clínica Ruber, sino en un establo; no viene a tomar posesión de nada, sino a servir a todos. Nadie podía imaginar que el salvador del mundo llegara como uno más, sino verificando además las escrituras con su presencia. Así lo vemos como la piedra desechada por los arquitectos, al que nadie da posada, al excepto su Padre y su Madre nadie espera. ¿Y quienes le reciben?: los animales que le dan calor, los ángeles que entonan en el cielo su canto y, sobre todo, los más humildes de aquellas región, los pastores que dormían al raso y que como siempre pasaban desapercibidos a distinguidos y notables.

El Ángel les dice: ''encontrareis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre''. ¿Pero qué descripción puede ser esa para explicarles dónde estaba recién nacido? Alguno podría pensar incluso, ¿cómo es posible que nuestro Redentor abra los ojos a este mundo no sólo como uno cualquiera, sino además, como un don nadie que tiene su cuna en el comedero de los animales?. Y es que nuestro Dios rompe siempre nuestros esquemas y nuestras ideas preconcebidas. Nos lo recuerda San Pablo: ''se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza'' (2 Cor 8,9).

La primera lectura de la misa del día de Navidad tomada del profeta Isaías, parece el cumplimiento de lo que hemos esperado durante todo el adviento, ya no pedimos al Señor que consuele a su pueblo, sino que ahora afirmamos que lo ha consolado. Por eso bendice los pies del mensajero que anuncia la paz y trae la gran noticia: ''Tu Dios reina''. He aquí que en estos días hacemos nuestras las palabras del Apocalipsis: ''ya llega el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo''. Verifica la primera venida y anuncia la definitiva.

También dice el profeta Isaías: ''romped a cantar ruinas de Jerusalén''. Hoy todas nuestras ruinas son restauradas, pues nuestra salvación está ante nuestros ojos en la palabra que se hace carne. Así lo canta la liturgia de estos días en el prefacio II de Navidad expresando cómo viene a levantar a los que estábamos caídos: ''Porque en el misterio santo que hoy celebramos, el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el Eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para reconstruir todo el universo al asumir en sí todo lo caído, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre descarriado''.

Qué sentido puede tener la Nochebuena y el día de Navidad con su Octava, sino contemplar y cantar con el Salmista: ''El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia. Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel''. Por pura iniciativa misericordiosa viene Dios a rescatarnos; se hace uno de nosotros, nos permite verle en un rostro concreto. Todos los días del año son navidad, pues todos los días llama Dios a nuestra puerta, quiere nacer y dejarse encontrar por nosotros en las realidades más sencillas y cotidianas. El Papa Francisco lo explicó de una forma muy precisa: ''Jesús no se ha limitado a encarnarse o a dedicarnos un poco de tiempo, sino que ha venido para compartir nuestra vida, para acoger nuestros deseos. Porque ha querido, y sigue queriendo, vivir aquí, junto a nosotros y por nosotros. Se interesa por nuestro mundo, que en Navidad se ha convertido en su mundo. El pesebre nos recuerda esto: Dios, por su gran misericordia, ha descendido hasta nosotros para quedarse con nosotros''.

Cuando rezamos "el Ángelus" nos habíamos acostumbrado a decir: ''y habitó entre nosotros''; sin embargo, más propio es decir: ''y habita entre nosotros''. No podemos, por tanto, omitir una reflexión sobre el prólogo del evangelio de San Juan que hemos proclamado, el cual es el evangelio más teológico sobre la natividad del Señor: ''En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios''. Sobre este pasaje Benedicto XVI nos regaló una brillante catequesis en la que afirmaba que: ''la palabra «carne», según el uso hebreo, indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero precisamente bajo el aspecto de su caducidad y temporalidad, de su pobreza y contingencia. Esto para decirnos que la salvación traída por el Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en que se encuentre. Dios asumió la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para permitirnos llamarle, en su Hijo unigénito, con el nombre de «Abbá, Padre» y ser verdaderamente hijos de Dios''.

Esto es Navidad, las "fiestas" que gustan a tantos pero de los cuales muy pocos saben su verdadero significado; la alegría de saber que nuestra redención empieza en un Dios que se abajó para llorar y sufrir como nosotros. Pidamos al Niño-Dios, al Emmanuel, saber vivir estos días con ojos agradecidos y fijos en Él.

Feliz y Santa Navidad.

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