martes, 21 de diciembre de 2021

Mensaje para la Jornada de la Sagrada Familia 2021

Mensaje de los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. Jornada de la Sagrada Familia. 
26 de diciembre de 2021

Anunciar el Evangelio de la familia hoy

La celebración de esta Jornada, en el marco del Año Familia Amoris Lætitia, convocado por el papa Francisco, nos lleva a contemplar con asombro que «la encarnación del Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y la mujer. Y este nuevo inicio tiene lugar en el seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía llegar de manera espectacular, o como un guerrero, un emperador… No, no: viene como un hijo de familia. Esto es importante: contemplar en el belén esta escena tan hermosa» [1].

1. La situación actual de la familia

Constatamos que «la comprensión y el valor social e institucional del matrimonio entre hombre y mujer abierto a la vida, en nuestra tradición cultural, ha ido recibiendo golpe tras golpe hasta convertirlo en algo que apenas tiene relieve decisivo en la vida de las personas. Y si el matrimonio se desinstitucionaliza, ¿qué significa entonces la familia?» [2].

Una sociedad en la que la familia pierde su significado y deja de ser de facto un pilar fundamental se debilita grandemente.

Asistimos a «una gran mutación social que tiene como causa profunda una sociedad desvinculada, desordenada e insegura en la que crece la desconfianza y el enfrentamiento» [3]. A lo largo de décadas se ha ido gestando una cultura relativista con un empobrecimiento espiritual y la pérdida de sentido. En consecuencia, se hacen muy difíciles los compromisos estables y la vivencia de la fe, lo que determina otra actitud frente a la vivencia del matrimonio. Todo ello parece desembocar en un vacío existencial y en el aburrimiento.

En el germen de esta desvinculación y desconfianza se detecta cierto individualismo que genera familias-isla (cf. exhortación apostólica postsinodal Amoris lætitia, n. 33), que no dejan espacio para los demás y no escuchan la voz de Dios, lo que debilita y «desnaturaliza los vínculos familiares» (exhortación apostólica postsinodal Evangelii gaudium, n. 67). Al mismo tiempo, cada vez está más generalizado un emotivismo(cf. EG, n. 66) cuyas raíces están en el narcisismo (cf. AL, nn. 39. 41), lo que se refleja en un analfabetismo afectivo que genera unas relaciones líquidas con enorme miedo al compromiso (cf. AL, n. 132). Este encerramiento en uno mismo, sin olvidar la amenaza de la cultura de lo provisorio (cf. AL, n. 39) y del descarte (cf. EG, n. 53), genera en el ámbito pastoral, como señala el papa Francisco en Fratelli tutti (n. 64), «analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles». En estas circunstancias solo se puede vivir una «vida líquida» [4], con un amor débil, incapaz de crecer y construir un hogar (cf. AL, n. 124).

2. El maravilloso plan de Dios sobre la familia

Ante este panorama, podemos preguntarnos: «¿Vale la pena encender una pequeña vela en la oscuridad que nos rodea? ¿No se necesitaría algo más para disipar la oscuridad? Pero ¿se pueden vencer las tinieblas?» [5]. Con todo, «la luz brilla en la tiniebla» (Jn 1, 5). Precisamente la profunda vivencia del misterio de la Navidad, que celebramos cada año, reanima nuestra esperanza. Desde este acontecimiento que supone un encuentro, las familias podrán «construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios» (AL, n. 6), convirtiéndose a su vez en verdaderos testigos y anunciadores de dicho plan a otras familias. De hecho, «cada familia […] es siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la oscuridad del mundo».

Solo cuando las familias construyan sobre la roca del amor podrán hacer frente a las adversidades. No vale cualquier material de construcción ni cualquier cimiento. La roca sobre la que se debe cimentar la familia es Jesucristo, «no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4, 12). En este sentido, todos hemos de esforzarnos en mostrar el camino para que cada miembro de la familia descubra y responda a su vocación a este amor. Se trata de introducir a cada uno en una historia de amor en la que Cristo esté vivo y presente (cf. AL, n. 59). De esta roca, que es cimiento, también brota el «agua que da vida». Las familias no pueden saciar su sed de Dios buscando «apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro» (EG, n. 89). Es por ello por lo que el papa Francisco nos insiste en «no aguar el anuncio del
Evangelio» [6].

3. La urgente tarea de anunciar el Evangelio de la familia hoy

Una vez más, invitamos a las familias a volver la mirada al Señor, ya que «tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros» (AL, n. 59); así es como las familias aprenderán a tener una mirada «hecha de fe y de amor» (cf. AL, n. 29) que busca el encuentro personal con el amor de Jesús. Esto es lo que da comienzo a nuestro ser cristianos (cf. carta encíclica Deus caritas est, n. 1), lo que nos salva y «la primera motivación para evangelizar» (EG, n. 264). Para ello, el papa nos invita a crear «espacios para comunicarnos de corazón a corazón» (cf. AL, n. 234) y a profundizar en el conocimiento del lenguaje de la afectividad en la familia para que el Evangelio llegue a todos los corazones. De este modo, brotará en cada corazón la conversión radical al Evangelio de Jesús, porque para anunciar el reino de Dios hay que vivirlo.

En medio de esta compleja situación, que podría conducirnos al desánimo, queremos volver a hacer resonar el anuncio del Evangelio de la familia, ya que «evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda» [7]. Hagamos que toda familia expe-
rimente que el Evangelio de la familia es alegría que «llena el corazón y la vida entera» (EG, n. 1). Por eso invitamos en estos días de Navidad a saborear la Palabra de Dios, renovando el asombro al contemplar el designio de salvación para la humanidad.

Lanzamos una llamada a las familias cristianas para que vivan la belleza del amor y atraigan a los demás. «La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: misionera solo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (cf. 1 Jn 4, 10). La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae a todos a sí’ con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor [8].

Las familias, como iglesias domésticas, también deben convertirse en discípulas misioneras de ese amor. Frecuentemente son quienes están mejor situadas para ofrecer este primer anuncio, apoyar, fortalecer y animar a otras familias. Así, se entiende su misión en este primer anuncio, que luego dará lugar a la acogida y al acompañamiento «a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino» [9]. Es más, todos los bautizados estamos llamados a ser discípulos misioneros. Y es que «cada bautizado es ‘cristóforo’, es decir, portador de Cristo» [10].

Invitamos a que cada familia ofrezca este primer anuncio a otras familias. Es el primero, en sentido cualitativo, porque «responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano» (EG, n. 165). Por ello, debe estar en el «centro de la actividad evangelizadora» (EG, n. 164) y en «toda formación cristiana» (EG, n. 165), por ser fundamento permanente de toda la vida cristiana. «Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio» (EG, n. 165). Por eso tiene, por un lado, un eco trinitario en toda familia (cf. EG, n. 164), pues se introducirán en su misterio conociendo el amor infinito del Padre, la entrega hasta el fin del Hijo y la permanencia del Espíritu Santo (cf. AL, nn. 59. 71; EG, nn. 164. 169). Y, por otro lado, no deja de tener un contenido social (EG, nn. 177-179). Aprovechemos estas fechas para seguir el sencillo «método de Jesús»: levantarse, acercarse y partir de la situación concreta de cada persona, siempre «bajo la fuerza del Espíritu Santo» [11].

Por todo ello, las familias están llamadas a anunciar el kerygma, que hay que «volver a escuchar y a anunciar» (EG, n. 164; cf. AL, n. 58): «el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad» (EG, n. 128). Un primer anuncio que debe ser integral, propositivo, con alegría y humildad, que despierte «la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio» (EG, n. 42). Un primer anuncio que se haga «ante las familias, y en medio de ellas» (AL, n. 58); «[a] todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo» (EG, n. 23); un primer anuncio que suscite y avive la fe, que invite a la conversión y luego busque un «crecimiento en el amor» (EG, n. 161) llegando a generar familias nuevas en las que «cada matrimonio es una “historia de salvación”» (AL, n. 221). Como dice Christus vivit (n. 1): Dios «nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada».

Pongamos nuestra mirada en la Sagrada Familia, especialmente en este Año Familia Amoris Lætitia, y contemplemos cómo el amor arde en nuestros corazones y se convierte en un fuego fecundo; una contemplación que nos ayudará a anunciar a todos el mensaje de salvación.

✠ José Mazuelos Pérez
Obispo de Canarias
Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida

✠ Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares

✠ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

✠ Santos Montoya Torres
Obispo auxiliar de Madrid

✠ Francisco Gil Hellín
Arzobispo emérito de Burgos

_____________________

[1] FRANCISCO, Audiencia general (17.XII.2014).

[2] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Fieles al envío misionero. Aproximación al contexto actual y marco eclesial: orientaciones pastorales y líneas de acción para la Conferencia Episcopal Española (2021-2025), Edice, Madrid 2021, p. 23.

[3] Ibíd., p. 23.

[4] Cf. ZYGMUNT BAUMAN, Vida líquida, Austral, Barcelona 2006.

[5] FRANCISCO, Vigilia de oración preparatoria de la XIV Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma (3.X.2015).

[6] FRANCISCO, «No aguar el anuncio del Evangelio» (misa matutina en la capilla de la domus Sanctæ Marthæ, 10.IX.2018), http://www.osservatoreromano.va: No podemos compatibilizar, como querían los corintios, la «gran novedad del Evangelio» y las «novedades del mundo», puesto que «esta gente que vive de las novedades que vienen propuestas por el mundo es mundana, no acepta toda la novedad».

[7] PABLO VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14.

[8] BENEDICTO XVi, Homilía (13.V.2007).

[9] Relación final de la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 2015, n. 56.

[10] FRANCISCO, Discurso a los participantes en la plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (14.X.2013).

[11] FRANCISCO, «La evangelización no se hace en el sofá» (misa matutina en la capilla de la domus Sanctæ Marthæ, 19.IV.2018), L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 18 (4.V.2018).

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