jueves, 30 de diciembre de 2021

Monseñor José García Canto, el misionero piloñés que evangelizó en botas de hule. Por Rodrigo Huerta Migoya

Hace apenas unos meses el covid-19 puso término a la gastada vida del sacerdote diocesano de Oviedo, Monseñor José García Canto, misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras cuya vida y obra estuvo marcada por su ardor apostólico.

En el precioso pueblo de Coya, concejo de Piloña, nacía D. José el 27 de febrero de 1940. En la parroquia de Santa Eulalia, a los pies del Santo Cristo de la Misericordia recibió las aguas del bautismo, creció y maduró su vocación sacerdotal y misionera. 

Ingresó muy pronto en el Seminario Diocesano donde fue apodado como ''Coya'', algo que a él le encantaba; había muchos Josés, pero para él nunca fue un desprecio que en lugar de "García" le llamara todo el mundo por el nombre del pueblo de sus amores. El estudio no era lo suyo; sin embargo, sobresalía en todo o demás: piedad, facilidades para convivir, amor por lo pastoral... Si un compañero se ponía enfermo y vomitaba, allí estaba ''Coya'' ayudándole a ponerse un pijama limpio, fregando la habitación, o camino de las rejas de la cocina a pedir algo para el enfermo. Que había que fregar los baños de rodillas, barnizar los bancos de la capilla o cualquier otra tarea incómoda o penosa, allí estaba el piloñés. De aquella los seminaristas siempre iban en fila por orden de lista, y un día que el profesor  también piloñés "González Novalín" (q.e.p.d.) le preguntó la lección, casi les cuesta la expulsión al pasillo a él por no saberla, y al que le seguía en lista -José Manuel García Rodríguez- por "chivarle" por lo bajo la pregunta.

Sus lecturas espirituales y sus años de seminarista fueron fraguando su anhelo misionero hasta el punto de que siendo ya diácono pedir a sus superiores ir a anunciar el evangelio en cualquier rincón del mundo donde pudiera ser útil para este cometido. Monseñor Tarancón solía preguntar a los que iban a ser ordenados presbíteros en pocos días -en su entrevista previa- a qué realidad de la Diócesis les gustaría ser destinados: costa, cuenca minera, valles del interior, parroquias de montaña, de villa o ciudad... la mayoría solían responder: "donde usted mande Sr. Arzobispo", pero el joven José respondió: "si me lo permite, a ninguna de esas realidades; me gustaría ir a Misiones, y el Arzobispo le dijo: ''muy bien Pepe, ya te puedes ir''... Al salir de la entrevista sus compañeros le preguntaban cómo sólo había durado dos minutos su audiencia, y él respondió: ''me dijo que me podía ir, y me fui''...

Tarancón prefería que antes tuviera alguna experiencia de pastoral en la Diócesis, pero ante el empeño del joven aceptó dejarle ir a "Misiones". El día de su ordenación sacerdotal -el 29 de junio de 1965 en la parroquia de san Nicolás de Avilés- D. Vicente le dio el "placet" para incorporarse al Instituto Español de Misiones Extranjeras. Tuvo que esperar unos meses en casa; prácticamente su primer año de sacerdocio lo pasó colaborando en su parroquia de Coya a la espera de ser llamado para formarse en el Seminario de Misionología con sede entonces en Burgos. Fueron meses también de sufrimiento para sus padres que no comprendían cómo todos sus compañeros ya tenían destino de pastoral y él no. Pero pronto se despejó aquella incógnita que él había mantenido en secreto. Su formación en tierras burgalesas duró desde el 14 de septiembre de 1966 al 10 de marzo de 1967. En marzo de 1967 recibe su primer destino para la Misión del IEME en Costa Rica. Se compró billete sólo de ida, pues el auténtico misionero jamás piensa en el regreso. 

Durante un año trabajó en la parroquia de San Juan de Dios de Upala, Diócesis de Tiralán-Liberia, en Costa Rica. Unos meses trabaja también en la parroquia San Rafael de Guatuso (Diócesis de Ciudad Quesada) -Costa Rica- en 1.968, antes de ser enviado nuevamente a la Parroquia de San Francisco de Asís de Los Chiles (Diócesis de Alajuela), Costa Rica igualmente.

El P. Chepe, Chepito, Pepito... fue un hombre eucarístico que pasaba muchas horas ante el Santísimo, enamorado igualmente de Nuestra Señora: la Santina de Covadonga, su Virgen de la Cueva -a la que regalaba continuos rezos en su anillo del rosario- manteniendo un amor firme a la Iglesia y a su jerarquía. Él solía decir: ''nada sin el obispo, sin el obispo no somos nada''. Trabajó con muchos obispos, y a todos obedeció y respetó. Hombre sencillo, buscó vivir la pobreza del evangelio, la configuración con la Cruz, la disposición total a los fieles. 

En 1969 deja Costa Rica al ser destinado a Nicaragua, en concreto a la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de Monterrey -Ciudad de Quesada- donde permanece hasta 1989. 

Regresa a su amada Costa Rica donde pateará medio país con sus botas de hule, su mula y su rosario.  Media vida a caballo, pueblo a pueblo, llevando el evangelio a las comunidades más pobres de ese bello país desde 1989 hasta 1997. Monseñor Héctor Morera Vega obispo de Tilarán-Liberia de 1979 a 2002 solicitó a la Santa Sede una distinción para él por su labor misionera. Así, San Juan Pablo II le concedió el título de "Prelado Doméstico" de su Santidad el día 25 de octubre de 1994. 

Tras ocho años de misionero itinerante es designado Párroco de San Martín de Porres, en Nueva Guinea (Diócesis de Estelí en Nicaragua) en 1997 y donde permanece hasta el año 2016. En el año 2017 el territorio de Nueva Guinea pasó a formar parte de la nueva diócesis de Bluefields (Nicaragua). En 2016 pasó a la situación de jubilado fijando su domicilio en Monterrey (Diócesis de Ciudad Quesada -Costa Rica-). Desde entonces colaboraba en la pastoral de la parroquia de Santo Domingo.

Agravada su salud tuvo que ser hospitalizado a causa de la COVID-19. Durante una semana estuvo luchando pero, finalmente, el Señor se lo llevó para disfrutar “del domingo sin ocaso” el pasado 26 de septiembre en Monterrey. Tenía 81 años de edad y 56 de ministerio sacerdotal.

El día 28 de septiembre de 2021, Monseñor José Manuel Garita Herrera, presidió la Santa Misa con motivo de las exequias de D. José, en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán. Sus restos cinerarios han sido depositados en esa Parroquia fundada por él mismo. Al Santo Cristo de la Misericordia de Coya encomendamos el alma este piloñés que gastó hasta su último aliento en anunciar el Evangelio allá donde se le solicitó. D.E.P. 

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