sábado, 25 de febrero de 2017

¿DOS AMOS?: ¿JUGAR A GANADOR Y A COLOCADO? Por Ángel Gómez Escorial

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1.- “A cada día le basta su desgracia”. Es la última frase de Jesús dicha en el Evangelio de Mateo de hoy. A otros les sonará más esta de “Cada día tiene su afán”… es cuestión de traducciones. Antes nos ha dicho: “No estéis agobiados por la vida”. Y la frase es muy moderna. Lo del agobio está muy presente en el lenguaje habitual. Y Jesús repite la palabra varias veces. Se trata, según Jesús, de pensar en el tiempo presente y no considerar ni el pasado ni el futuro. Es, sin duda, un ejercicio sano. Nos abruman, por un lado, los escrúpulos por malas cuestiones hechas ayer o anteayer, o hace meses o años. Y estamos profundamente asustados por el día de mañana y lo que pueda traernos. Y esas dos obsesiones, pues verdaderamente, nos evitan ver y contemplar que en esos momentos tenemos ante los ojos. Dicen que es frecuente en los directivos y en todos aquellos que les agobia la responsabilidad, que la preocupación por todo lo que se les viene encima les impide aprovechar el descanso. Es probable que uno de esos ejecutivos esté frente al mar, o ante una preciosa montaña nevada, y no la vea, ni le ayude a evitar sus pensamientos obsesivos. La “dura lucha” del lunes le impide disfrutar del domingo.

2.- Algunos tratadistas dicen que Jesús debió tener contacto con las culturas orientales por aquello de la serenidad obtenida ante la contemplación de la naturaleza, de los lirios salvajes y de los pájaros del campo. No sé si tuvo esas influencias. No lo creo. Pero sus juicios sobre la importancia del presente, sobre el remordimiento del pasado --que ya ha pasado— y su no consideración respecto al agobio por el día de mañana –que aún no ha amanecido— no deja de ser un ejercicio de sentido común y de tener una mente abierta y clara. Es verdad, además, que el completo y delicado amor que tenía por Dios Padre – por su Abba, por su Papaíto— le ayudaba a mantener esa visión en armonía con la creación que se manifiesta en una cosmogonía tan precisa y plena.

3.- Hemos de admitir, además, que el texto del evangelio de Mateo de hoy es uno de los más bellos de toda la Escritura. Lirios del campo muy bien vestidos, aunque no hilan; pájaros del campo, que no siembran. El Padre –lo llama “vuestro”… nuestro—los alimenta y cuida de ellos. La visión de un mundo en armonía bajo la mirada del Padre Dios es impresionante. Sería bueno que en los momentos de zozobra recordáramos las palabras que hoy nos dice Jesús de Nazaret y que evitáramos miedos y fantasías impropias. La realidad es que cada día tiene su afán, sus agobios, sus problemas… Y si estamos preparados para emplear toda nuestra energía, sin distracción por el pasado o por futuro, todas nuestras cosas irían mucho mejor.

4.- Hay una clave introductoria sobre todo esto. Las primera palabras de Jesús de hoy son: «Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. ¿Queda claro? Es el dinero, el tenerlo o no tenerlo, tanto da, lo que nos produce agobio. En realidad Jesús nos está enseñando a no confiar en el dinero. Y, sobre todo, a no hacerlo amo nuestro. Queda claro que toda persona muy ocupada con el dinero no tiene ojos para otra cosa y su empeño por el dinero terminará en avaricia. Y la avaricia es la más despiadada de todas las enfermedades del alma. Yo diría incluso que más que la soberbia. Es bastante cierto que con dinero se puede obtener todo. O por lo menos casi todo, pero sí la mayoría de las cosas que hay sobre la tierra. La “eficacia” del dinero sobrecoge. Pero obviamente el dinero como tal no es nada. El otro día leía yo en los periódicos que camellos, narcotraficantes al por menor, quemaban el dinero que tenían al ser detenidos para que no se lo confiscara la policía. Relativizaban el valor del dinero, desde luego. Pero preferían convertirlo en humo y cenizas que dejárselo a sus captores. Ello nos demuestra una cosa que, aunque la sabemos, nunca pensamos en ella, que el dinero convertido en humo y cenizas ya no vale nada. Consideramos al dinero como indestructible y lo más poderoso del mundo. Pero no siempre lo es…

5.- ¿Servir a dos amos? En el fondo eso nos gustaría. Es como jugar en las apuestas del hipódromo a “ganador” y “colocado”. El premio es menor que si dedicamos nuestro boleto al triunfador absoluto, pero algo se recibe… y no se pierde todo. Algo es algo. Es como eso de “poner una vela a Dios, y otra al diablo”. Es como apostar por dos posibilidades completamente contrarias y contrapuestas. Pero la cosa es que si gana uno, ganamos nosotros; y si triunfa el otro, pues también. Pero eso es imposible. Y es imposible, incluso, aún dentro de nosotros. Ni el mayor pragmatismo, ni el más elevado cinismo, nos puede llevar a contentar ni en nuestro interior, ni fuera de él, a intereses completamente contrarios. Pero mientras dura el engaño de que, en efecto, podemos servir a dos amos es cuando el agobio y la angustia más hacen presa de nosotros. Todos, tal vez y en cuestiones menos drásticas, hemos sufrido los efectos negativos de una deseada doble pertenencia. O el intento de confraternizar por igual con dos ideas o posiciones completamente contrarias. Siempre terminará prevaleciendo una sobre la otra. Y la que prevalece nos irá conquistando hasta olvidar o despreciar la anterior. Insisto todos, en algún momento, seguro que hemos sufrido con una cosa así, aun siendo en su origen de poca importancia.

6.- Jesús de Nazaret a lo largo de estas enseñanzas incluidas en el Sermón del Monte nos está mostrando un camino acertado para fundamentar nuestra vida terrena, nuestra vida de seres humanos de hoy mismo. Dichas enseñanzas nos valdrán para vivir mejor y así satisfacer a Dios nuestro Padre. En realidad es lo que Él hizo siempre. Como he manifestado en domingos anteriores merece la pena tomarse un descanso y ejercitar nuestro pensamiento en la enseñanza de Jesús. En ella hay respuestas para nuestra vida cotidiana. No son solamente “consejos religiosos”, marcan una forma de vida plena en la que, por supuesto, está incluida la religión que nos enseña a seguir al Maestro. Pero fundamentalmente a vivir con objetividad, sentido común y paz.

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