viernes, 24 de febrero de 2017

"Asturias le robó el corazón al padre Ormières"

(Iglesia de Asturias) El sábado 22 de abril la Catedral de Oviedo acogerá la segunda ceremonia de beatificación que tenga lugar en su interior –la primera fue el pasado mes de octubre, con la beatificación de los mártires de Nembra–.

En este caso, se trata del fundador de la Congregación de las hermanas del Santo Ángel, el padre Luis Ormières. Un hombre “que supo captar la necesidad que había a su alrededor, con un corazón que acogió la invitación de Dios para que las cosas pudieran cambiar –tal y como le describe la hermana Sara Tolmo, en el colegio Santo Ángel de Gijón–. Fue viendo la realidad dura de la post revolución francesa, con niños sufriendo grandes necesidades, y pensó que tenía que hacer algo”.

El padre Ormières falleció en el colegio del Santo Ángel de Gijón, el 16 de enero de 1890. En aquel momento la Congregación estaba extendida por varios países, y sin embargo el futuro beato tenía un vínculo especial con la ciudad. “Le gustaba mucho el norte de España –destaca la hermana Begoña Morán, Superiora de tres comunidades en Gijón, Avilés y Oviedo–. Cuentan las crónicas que Asturias, su mar y sus paisajes, le robaron el corazón, y decidió establecer en Gijón un Noviciado. Lo levantó, en 1880, donde hoy está el hospital de Jove”.

Las primeras hermanas llegaron a Gijón en 1878, y a partir de ahí la congregación se hizo presente en la ciudad. En el curso de 1880 ya se encontraban en su emplazamiento actual, en Campo Valdés. “Tanto le gustó Gijón que iba y venía desde Francia con frecuencia. Y el último año ya se quedó aquí, donde falleció –describe la hermana Begoña– en una habitación muy especial para nosotros, reconvertida en un oratorio para las hermanas y para los alumnos. Este oratorio por supuesto no se conserva tal y como estaba cuando él vivió, pero sí conservamos la cama, que era plegable –porque él era muy austero–, un escritorio, un reclinatorio, un cáliz y una patena. Fue enterrado en Gijón, en el cementerio general, y unos años más tarde sus restos se trasladaron a la Casa Madre, en Francia”.
La presencia del padre Ormières en Gijón no pasaba desapercibida. Era conocido como “el santín”, y se sabe que Nicanor Piñole dijo de él que era “un viejo entrañable”. “Se movía con facilidad entre la gente de Gijón, y tenía la costumbre de ir paseando desde Campo Valdés hasta Jove, donde estaba el Noviciado, rezando el rosario y parándose a hablar con la gente. Por eso, cuando falleció, las crónicas recogieron que se decía por la ciudad “Ha muerto el santín, murió el santín”. Su funeral se celebró en San Pedro, y la capilla ardiente se instaló en el colegio. Acudió mucha gente a despedirse de él” –afirma la hermana Begoña–.

“Cada uno tiene un don”

Nacido en el seno de una familia cristiana, de cinco hermanos, los padres del padre Luis Ormières percibieron que tenía inquietudes formativas y le procuraron una educación. Pronto, manifiestó su deseo de ser sacerdote. Cuando se ordenó, le solicitó a su Obispo poder dedicarse a la enseñanza, pues le preocupaba especialmente la formación de los profesores y de los más pequeños. “Se dedicaba a ensayar métodos pedagógicos que conectaran con la realidad de los niños en aquellos años –explica la hermana Sara–y se inspiró en la frase de San Pablo: Cada uno tiene su don recibido del Espíritu Santo para el bien de la comunidad. Él piensa que todos los niños tienen algo especial, y que la tarea del docente es llegar a eso que les hace especiales y hacerlo fructificar”. “A partir de ahí –subraya la hermana Begoña– el empeño de formar verdaderos discípulos de Cristo, que es nuestro carisma recibido”.

Poco a poco, la labor educativa del padre Ormières fue creciendo de tal manera, que se vio obligado a solicitar ayuda a su Obispo, para que le facilitara algún sacerdote más con quien compartir el trabajo. “El Obispo le respondió que no tenía sacerdotes disponibles –explica la hermana Sara– pero que en la Bretaña francesa había una congregación femenina (las religiosas de la Instrucción Cristiana, una congregación que aún hoy existe y tiene presencia en Inglaterra y Francia) y tendría disponible tres hermanas para colaborar con él. No era su planteamiento original –reconoce– pero aceptó. Entre esas tres hermanas estaba la madre San Pascual, con quien, al poco tiempo, fundaría la Congregación del Santo Ángel”.

La nueva congregación nacía con la idea de que la misión de las hermanas sería la misma que la de los ángeles. “El ángel de la escritura, que acompaña, que guía, y son esas actitudes las que marcan el modo de estar de las hermanas. También de los profesores y educadores del centro”, señala la religiosa. 

Un carisma que, desde la congregación, hoy consideran “profético”: “en una sociedad donde nos cuesta tanto percibir a Dios en la realidad, sentir la llamada de poder encarnar actitudes de Dios es como profético, como una necesidad actual. Necesitamos gente que encarne una escucha atenta y desinteresada, que acompañe, que dé su tiempo y su consuelo”, reconoce la hermana Sara.

La Congregación, nacida en Francia, se fue extendiendo en los primeros años por todo el país. Con el tiempo, el padre Ormières, con intención misionera, decidió aventurarse a fundar en África, pero en el primer intento hubo de quedarse en Puerto Real (Cádiz), donde el Obispo le pidió que levantara una escuela allí. Se creaba entonces la primera casa en España, en 1864, y también la primera comunidad de religiosas. A partir de ahí comenzaron a llegar nuevas peticiones de Obispos: Sevilla, Palencia, y Gijón, donde llegaron en 1878. De ahí, se extendieron a Avilés (1881), Pravia y Oviedo (1884). 

Actualmente, las religiosas del Santo Ángel se encuentran en Japón, Vietnam, Mali, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, Estados Unidos, México, El Salvador, Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Colombia, Alemania, Francia, Italia y España. Un amplio territorio para una congregación de apenas 500 religiosas.

Una de ellas, precisamente, vivió en carne propia el milagro que llevará al padre Luis Ormières a los altares. La hermana Celina Sánchez del Río, natural de Gijón y antigua alumna del colegio, se curó inexplicablemente de un cáncer en estado avanzado que desapareció sin explicación científica posible. Este hecho fue el motor que impulsó el proceso de la beatificación del fundador de la Congregación, aprobado recientemente. 

Para las religiosas, como no puede ser de otra manera, se trata de un momento de “gracia y profunda alegría”, pues con todo ello se reconoce “la figura de un sacerdote con un gran espíritu de entrega y con unas virtudes que son un modelo a imitar, como son la fe, la esperanza y la caridad, fundamentadas en la confianza en la Divina Providencia. Un hombre sencillo que amó profundamente a Dios, y a Dios en los hermanos”, afirma la hermana Begoña. “Es una responsabilidad, porque desafía tu modo de vivir todavía más –considera la hermana Sara–. Gracias a que el padre Ormières y la madre San Pascual fueron capaces de soñar, hoy podemos nosotros estar aquí: como profesores, como niños, como familias. Ellos son los que, hoy, nos han pasado el relevo”.

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