Conferencia en la Casa de la Cultura de Posada de Llanera (Asturias).
27 marzo de 2025
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
La Iglesia ha visto pasar por delante de su puerta tantos escenarios políticos, culturales, económicos, religiosos. Tenemos en los dos mil años de itinerario histórico todos esos mundos que se han confrontado con la comunidad cristiana para apoyarse en ella sacando beneficios de toda índole, para enriquecerse mutuamente en una recíproca benevolencia, o acaso para contradecirla, para perseguirla y tratar de erradicarla fatalmente.
La larga y compartida historia cristiana en lo que llamamos Occidente, en esta vieja Europa y todos sus recovecos espaciotemporales, tiene un punto de partida en el encuentro de Grecia y Roma con el acontecimiento cristiano. No es imaginable la idiosincrasia de Europa sin la referencia fundante y vinculante de la tradición cristiana. Es lo que con agudeza llamó Benedicto XVI la “apostasía de sí misma” con relación a la tradición que hizo nacer y crecer Europa.
Esto nos abre el marco de reflexión de lo que queremos exponer en torno a cómo ser cristianos dentro de la sociedad actual que en no pocos sentidos se ha hecho neopagana, precisamente traicionando con indiferencia o beligerancia, el legado creyente y cultural que ha forjado a través de veinte siglos el rostro de este continente occidental que tanto ha contribuido con sus luces y sombras, sus gracias y pecados, al alumbramiento de lo que llamamos Europa o de lo que en ella representa España. De los desafíos y esperanzas que esto plantea, intentamos ver cómo la Iglesia en una sociedad plural es precisa-mente una voz a veces incómoda, pero más necesaria que nunca.
1. Entre el mutismo y la invisibilidad, una tentación contemporánea
Son diversas las miradas de los curiosos que escrutan nuestras palabras o silencios, nuestras presencias o ausencias cuando los cristianos entramos en la liza de lo cotidiano sin encaramarnos en los púlpitos habituales. Las cosas públicas nos dicen que no son objeto de nuestra reflexión, empujándonos al ostracismo hasta sellar nuestros labios censurando la palabra o emparedando nuestra presencia en el rincón de lo sacral. El mutismo y la invisibilidad es lo que desean algunos como escenario de la presencia cristiana en toda la trama social: en el mundo de la cultura, de la política, las artes varias, la opinión publicada, los debates éticos, los retos y desafíos sociales, y un largo etc. Pero resulta que tenemos el derecho y el deber de acercar también nuestra palabra, esgrimir nuestras razones, exponer nuestras reservas o nuestra crítica constructiva en la edificación de la ciudad secular de la que formamos parte. Por ese motivo no aceptamos las nuevas catacumbas que algunas siglas políticas y sus terminales mediáticos nos imponen sin más, confinándonos allí como apestados empujándonos a la inanidad.
En nuestros lares llevamos años con una gestión política que no nos ha dejado indiferentes. Pesan en mi conciencia ciudadana y en mi alma cristiana lo que, en estos años llenos de sobresaltos, hemos podido ver con recortes que soslayan las libertades imponiéndote una forma de sociedad que determina tantas cosas. Lo verificamos en España, en otros lugares europeos a través de sus instituciones legislativas y parlamentarias, y en los países hermanos de la América hispana que se han deslizado hacia el populismo más dictatorial como el que se da en Cuba, Nicaragua, Venezuela, México, Ecuador, etc.
Es justo y necesario señalar algunas de estas derivas, sin que me mueva un reglamento de partido, y menos aún una intencionalidad de cota de poder. No hay siglas políticas que me impelan a señalar como inadecuado o a desear como conveniente lo que ahora voy a decir. Mi única referencia, aunque algunos no lo entiendan, es ese modo de ver las cosas que corresponde a la perspectiva cristiana, de acompañar las personas que la Providencia ha puesto a mi cuidado y de aspirar al bien social de un pueblo con el que escribo la historia. Esta visión se nutre en la vieja sabiduría bíblica, el ejemplo bondadoso del Señor Jesús y la larga tradición cristiana forjadora de una cosmovisión aprendida de los santos que nos inspiran, y también aprendida en los errores con los que nuestra fragilidad más los contradice.
Por eso, cuando pongo el dedo en alguna de las llagas de nuestros días sumiéndonos en la zozobra de tantas turbaciones, esas que reescriben nuestra historia con relatos tergiversados y manipulados, las mismas que hacen leyes campanudas que coartan nuestras libertades con medidas liberticidas, esas que magrean nuestra convivencia vendiéndose al mejor postor de sus poltronas a toda costa mantenidas… entonces mi voz cristiana se hace indómita, se hace molesta, se hace revolucionaria e, incluso, maldita. Por eso se trata de una voz ante la que algunos oyentes deciden acallar, censurar o ridiculizar. Pero nunca conseguirán que sea una voz muda y una presencia clandestina. Señalemos algunas de esas ideas y actitudes que danzan en las bailandas de nuestros días.
a) La verdad nos hace libres, nos hace esclavos la mentira
En estos tiempos que corren, hay un primer contrapunto de enorme actualidad: el binomio verdad-mentira. Emerge así en primer lugar, el valor máximo que de suyo tiene la verdad. Fuimos educados así, y así nos lo transmitieron en la familia y en el colegio de nuestras primeras enseñanzas, en la parroquia y su catequesis: hemos de decir siempre la verdad. No una verdad demagógica que tiene trampas en su propia falsedad, ni una post-verdad amañada para engañar a mansalva, sino la verdad límpida, humilde y retadora, esa que nos hace libres, como dijo Jesús. Por eso somos críticos ante quien hace de la mentira su arma política: mentir a sabiendas, mentir en el currículum que los desacreditan, mentir en sus promesas incumplidas, mentir engatusando a los ingenuos que se confían, mentir con la impunidad de quien cambia de opinión… y aquí no pasa nada. La sarta de mentiras que hemos visto en estos años arrasa cualquier credibilidad en los labios mendaces que las proclaman, e imposibilitan siquiera prestar más atención a las trolas de los trileros profesionales desembarcados en la política. La voz cristiana anunciará siempre la verdad y denunciará siempre la mentira. Los amigos de la verdad encontrarán en nosotros a los aliados de las causas justas, y los amigos de la mentira nos pondrán todas sus zancadillas: encausándonos en sus tribunales domesticados y negándonos la ayuda de las subvenciones que dan a los que encubren sus fechorías.
b) Las ideologías que nos des-enraízan
En segundo lugar, duelen las agendas ideológicas que con prisa zurupeta han sembrado confusión y fatal modificación en la humilde verdad de la ley natural cuando hablamos de la vida humana naciente, creciente y menguante, imponiendo el despropósito abaratado del aborto como derecho, la eutanasia como empujón matarife, la vida precaria a la intemperie sin encontrar trabajo o sin mantenerlo dignamente, llegando sin infarto a fin de mes cosidos de deudas. O cuando hablamos de la identidad de varón y mujer y todas las variables que se han inventado para marear la perdiz en el delirio festivalero del género humano y su listado interminable en la sopa de letras de sus nomenclaturas. Se han dictado leyes que han puesto en la calle terroristas, abusadores y violadores, o han destruido la verdad antropológica en torno al transgénero o a la disforia sexual. Jugar así a ser dioses arruina tantas vidas inocentes en nombre de las fantasías o frustraciones de quienes las promueven, y cuyas derivas no tienen vuelta atrás, como en otros países donde los juguetones empezaron antes, y ahora querrían inútilmente remediar. Las ideologías en torno al género sexual y sexuado, en torno a la vida humana en todas sus etapas, en torno a la justicia que asegura la honradez en sus honestidades, la paz sin dar pie a interesadas treguas y el respeto por la historia que nos precede en donde hay valores preciosos que debemos mantener y errores de los que deberíamos aprender. Todo esto salta por los aires cuando hay posturas que se mueven por estos movimientos ideológicos que viven dialécticamente del jaleo, de la confusión, la trasgresión, la manipulación de la libertad y… de las subvenciones. Ante esta carga ideológica, los cristianos alzamos nuestra voz indómita para defender la igualdad diferenciada del hombre y la mujer, el valor sagrado de la vida en todo su itinerario desde su concepción hasta su desenlace natural, la historia que hemos ido escribiendo con sus altibajos y contradicciones pero que representa un espejo en el que nos miramos cuidando nuestra convivencia.
c) La convivencia secular de un pueblo
En España hay un hecho que nos identifica como comunidad histórica, cuando llevamos juntos más de 500 años conviviendo precisamente en la plural diversidad. Somos la nación más antigua de Europa. La unidad de nuestra realidad histórica como españoles supone un valor precioso que identifica la tradición cultural de nuestro pueblo. Esta unidad (a no confundir con la uniformidad) es un bien que no se debería dilapidar bajo ningún concepto.
Hay una larga historia de convivencia de siglos con todos nuestros escollos y desavenencias, pero también con todos nuestros mutuos enriquecimientos en lenguas, tierras e idiosincrasias complementarias, y hay también una historia más reciente en una transición modélica en la que superamos viejas confrontaciones y heridas no tan lejanas entre todos los españoles. De hecho, hemos podido gozar de una paz y prosperidad que ha hecho que España emergiera como un país moderno y democrático dentro de la Unión Europea de la que por tantos motivos y títulos formábamos parte. Crisis y dificultades no nos han faltado, pero hemos ido superando los retos que nos desafiaban con una altura de miras verdaderamente madura y serena.
Son tiempos donde hemos de librar la batalla cultural. Lo dijimos no hace tanto tiempo los obispos españoles hablando de la unidad de nuestro pueblo como un bien moral.
La gobernanza de un pueblo: entre la alternancia y la alternativa.
En algún momento he reflexionado sobre el deseable cambio de escenario, pero me hacía la siguiente pregunta: ¿estamos hablando de una alternancia o de una alternativa? Porque venir más o menos a lo mismo, pero gestionado por otros gestores, sería lamentable por las consecuencias en una nación como España, de tan precioso patrimonio cultural y moral en su larga andadura histórica. No basta una alternancia, necesitamos una real alternativa sin palabras huecas o morosas que terminen dejando las cosas como están. Una alternativa en donde los cristianos no pedimos privilegios, sino libertad ante las líneas rojas infranqueables: la vida en todos sus escenarios como ya hemos señalado (naciente, creciente y menguante), la verdad verificable en programas políticos que no mienten, la libertad religiosa y cultural, la libre elección educativa de los padres para sus hijos, la historia no reescrita con memorias tendenciosas que reabren heridas, evitar las confrontaciones que nos enfrentan fratricida- mente, apoyar el bien moral de la unidad de un pueblo con su historia, paisaje, lenguas y riquezas complementarias, el acompañamiento de personas en su flanco de desamparo de vulnerabilidad.
Ya se ve que en esto no esgrimo unas citas bíblicas, ni reseñas de concilios, referencias papales, o documentos episcopales, sino la conciencia ciudadana con principios morales que bebe de esas fuentes cristianas, situándome crítica o esperanzadamente ante quienes se nos exponen como los gestores de nuestra gobernanza. No hay sigla política que nos represente ni delegamos en ningún partido nuestra cosmovisión cristiana, pero hay grupos o nombres que no deberían contar con nuestro apoyo ante sus ataques, mientras que algunos de diferente calado sólo se aproximan parcialmente.
2. Cuando la Iglesia toma postura y pide la palabra
No es infrecuente que al tomar postura y pedir la palabra en esta batalla cultural en la que estamos inmersos, nos tilden a los obispos con el sambenito de meternos en política. La palabra “política” viene del vocablo griego “polis”, que significa ciudad. Los papas han hablado con frecuencia de que hacer política es una forma de ejercer la caridad, cuando la acción política tiene que ver con la administración justa, la resolución de los problemas educativos y sanitarios, la apuesta por la seguridad ciudadana y la promoción de una convivencia serena y complementaria. Pero si una mala política apuesta precisa- mente por los valores más opuestos a los que acabo de señalar, entonces hay alguien que debe levantar su voz desde su responsabilidad ciudadana y no desde una tribuna parlamentaria como si fuésemos el partido de la oposición.
Se han dado expresiones populares ante algo que toca una fibra importante de nuestra conciencia histórica cuando se percibe el disparate corrosivo y destructor de plantear la gobernanza de España. Cuando la sociedad toma la calle para decirlo en voz alta, cuando asociaciones de jueces y de fiscales, de colegios profesionales, asociaciones y despachos de abogados, colectivos de funcionarios con sus sindicatos, patronales empresariales, asociaciones de diplomáticos, incluso asociaciones de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, colectivos de periodistas en la prensa más libre y responsable, cuando se da todo este movimiento social de amplio espectro, estamos ante algo que preocupa y duele, y que no consiente mirar para otro lado pasivamente.
Entonces una pregunta se nos impone: ¿y la Iglesia no va a decir nada? ¿Por qué calla y está como ausente? Obviamente no es cierto, cuando algunos Obispos nos hemos manifestado con mesura, claridad y pertinencia sobre estos asuntos que a todos nos embargan. De hecho, nuestra Conferencia Episcopal en los últimos decenios ha salido a la palestra cuando la sociedad nos demandaba de tantos modos una palabra. Para algunos es una palabra orientadora, la esperaban como denunciadora de riesgos que rompen la historia y la dañan la avenencia, como palabra pacificadora ante conflictos que tensan y crispan poniendo en jaque la convivencia. Sería improcedente para nuestro ministerio si bajásemos a la arena de un debate partidista al amparo de unas siglas más desde una tribuna como si quisiéramos recuperar extrañas teocracias y creyentes banderías. Nuestra clave no puede ser política, aunque hagamos crítica a algunas derivas de gobernanzas administrativas o legislaciones vinculantes. Nuestra clave debe ser únicamente moral.
Las ideologías envenenan a las nuevas generaciones con una educación que es manipulación de la ciudadanía a corto, medio y largo plazo, narcotizando la mirada de quienes gregariamente quedan hipnotizados como pueblo: toda la banalización y la exaltación de la sexualidad en clave pornográfica y hedonista secuestra el alma. Si a esto añadimos que se llama eufemísticamente un proyecto de progreso lo que supone la destrucción de la familia, la confusión antropológica y la homicida manipulación de la vida desde la ideología de género, el feminismo radical, las prebendas exaltadas del movimiento LGTBI+ y la cultura woke, estamos ante un horizonte grave que como cristianos tenemos la obligación de advertirlo con audacia, denunciarlo con arrojo y presentar la bondad y la belleza de su contraria alternativa.
Cabe otro tipo de hacer política que no sea deudora de la mentira torticera, de la división insidiosa, del chantaje tramposo, de la destrucción del Estado de derecho dejando la democracia herida, de las diversas ideologías tóxicas. La patológica aspiración continua de una poltrona de gobernanza por quienes en su delirio egocéntrico pagando cualquier precio para ello con lo que no les pertenece, aun vendiendo en fullera almoneda la misma Patria, sufren una amoralidad indigna, distanciándose del recto gobernante. Esto no es de derechas ni de izquierdas, sino inmoral y amoral, al carecer de la solidez moral que les falta. Por eso la voz de la Iglesia resultará siempre subversiva y molesta.
3. Un caso actual: los abusos pederastas por parte de la Iglesia
En la prensa de ayer se daba cuenta de una comisión que el gobierno de Sánchez y sus aliados siniestros (por lo de la izquierda), para exigir a la Iglesia una reparación de los abusos que en su seno se han realizado contra menores. Hace un tiempo que coparon titulares de prensa, el informe que el Defensor del Pueblo entregó en el Parlamento tras su curiosa investigación en torno a los casos de abusos sexuales que han podido perpetrar con menores y personas vulnerables los miembros de la Iglesia Católica. Sin duda, estos casos se han dado, lamentablemente. La comunidad cristiana lo ha reconocido, ha pedido perdón y ha tomado medidas para acompañar a las víctimas estableciendo la prevención para que no siga sucediendo, con una pedagogía adecuada y una toma de conciencia dirigida a seminaristas, sacerdotes, catequistas y agentes de pastoral, trabajadores y voluntarios de Cáritas, y un largo etcétera. Pero siendo esto verdad, no es, ni mucho menos, toda la verdad. Se trata de una dolorosa minoritaria verdad, que no por ser poca deja de doler ante el daño infligido a los más inermes como eran los niños y las personas vulnerables.
El problema de los abusos pederastas lo tiene la entera sociedad y no sólo la Iglesia. Hay que insistir: en el elenco de grupos de personas delincuentes de esta terrible plaga, la Iglesia está también… pero al final de la lista macabra. Ese “también”, significa que hay otras realidades que han delinquido igualmente, que lo han hecho quizás antes y con mucha más numérica saña: el ámbito familiar, el escolar, el del tiempo libre, el mundo deportivo, los establecimientos de fitness, internados y centros de protección estatales o autonómicos, formaciones políticas y personajes contradictorios en sus filas, etc. Es decir, es una sociedad la que ha podido caer en esa amoralidad perturbada y obsesa. La Iglesia también ha tenido su cuota en esta terrible deriva, pero es justo situar también estadísticamente de qué estamos hablando.
Aquí hay otras intencionalidades claras: provocar en la sociedad el secuestro de la autoridad moral de la Iglesia señalándola como una institución sistémicamente insolvente, encubridora y corrupta: ¿quién confiaría sus hijos a un centro educativo religioso, o los dejaría en unas catequesis de formación cristiana, si la Iglesia está sistémicamente corrompida? Ellos quisieran obtener nuestro mutismo y nuestra invisibilidad, forzando el amedrentamiento asustado y acomplejado para callar ante la que está cayendo y para no salir del agujero de la cueva de nuestras sacristías.
La sociedad así envenenada y confundida será más manipulable por quienes desde su amoralidad narcisista y falaz pretenden a toda costa perpetuarse en sus poltronas de poder. No debemos consentir que se nos identifique con ese relato falso que desfigura la verdadera labor de la Iglesia. ¿Qué institución de las aludidas más arriba ha tomado con seriedad trasversal cartas en el asunto? ¿Cuáles han creado oficinas de acogida y acompañamiento, han educado preventivamente a sus miembros, y han colaborado activamente con la fiscalía? Hemos de insistir que estamos ante un problema social de muchos perfiles y matrices, en el que como comunidad cristiana representamos el 0’2 de su conjunto, y no el 99’8 que parece que no interesa desde una focalización que no es inocente a lo exclusivamente eclesial. Debemos denunciar los desmanes tramposos en informaciones sesgadas o falsas, y decir humildemente lo mucho y bueno que hacemos como comunidad cristiana, reconociendo errores, pidiendo perdón y acompañando a las víctimas sean quienes sean.
4. Conclusión: la palabra indómita de la comunidad cristiana
Hemos hecho un acercamiento a la presencia y la palabra de la comunidad cristiana dentro del mundo de nuestros días en esta sociedad plural que nos alberga y nos agradece, o tal vez nos ignora y persigue de tantas maneras. Forma parte del reto que debemos asumir con paciencia y esperanza. Pero seguimos escribiendo esta historia inacabada que en Jesús tuvo su comienzo y que Él sigue narrando con el relato hermoso de nuestra vida, con los renglones torcidos o emborronados, y con nuestras páginas en blanco. Somos herederos de una Buena Noticia de la que nuestro mundo tiene necesidad.
En cada momento de veinte siglos, el cristianismo ha logrado perfilar gradualmente su propia cosmovisión de la vida que incluye la relación con el Misterio revelado en Cristo, una nueva forma de mirar al hombre y también una forma diferente y reconocible de escribir la historia. Encontramos un hilo de pensamiento propio, cuando desde la perspectiva cristiana aparecen en categorías filosóficas las grandes preguntas que los clásicos grecorromanos se hacían sobre la verdad, la belleza, la bondad, el dolor, la muerte, la eternidad y las respuestas que desde la Revelación y la tradición eclesial hemos venido dando. De aquí surge de manera original una antropología diferente que nutre la propia cultura cristiana: un verdadero caleidoscopio como resultante del encuentro con los pueblos y sus matrices culturales a los que anunció el Evangelio y propuso las opciones morales con todas sus consecuencias. Desde la visión ecológica propia en el reconocimiento de la creación como don de Dios y como casa común que hay que cuidar, hasta la dignidad de la persona con el respeto de la vida en todos sus estadios, pasando por la auténtica igualdad entre el hombre y la mujer en una complementariedad diferenciada, sin excluir la adhesión a las expresiones de la belleza en todas sus formas, el peso de la bondad en su urdimbre diversa y la vinculación determinante con la verdad que siempre nos hace libres. Nos da una mirada propia y genuina, que representa cuanto nuestros ojos descubren y señalan, dejándose iluminar por la luz que dimana creativa de la mirada de Dios.
No somos ciegos incapaces de mirar, y el Occidente cristiano es un gran museo donde se muestran con delicadeza muchas obras en sus diversas manifestaciones: los hermosos monumentos arquitectónicos, las bellísimas obras de arte con los pinceles de nuestros pintores, las gubias de nuestros escultores, la arquitectura que concibe y construye la ciudad de diferentes maneras. La historia del arte es un gran relato y con la expresión de la belleza se puede contar todo lo que significa la cultura. Esta enciclopedia de belleza en Europa sería incomprensible sin el cristianismo.
Igualmente, en la literatura hay también una contribución preciosa que recrea una visión del mundo, del hombre y también una relación con el Misterio de Dios. Los grandes temas antropológicos como la vida, la muerte, el amor, el dolor, el odio, la libertad, la esperanza, la fe, etc., son el tema que poco a poco dan la palabra a la poesía, la prosa, el relato histórico o el relato parabólico. Una biblioteca será siempre un archivo de saberes con todos sus registros literarios, donde las preguntas, las contradicciones, las certezas y las esperanzas quedan ensambladas en las páginas que nos guardan sus mejores secretos. Los escritores cristianos han dejado testimoniado con sus plumas lo que el corazón humano ha sentido y expresado siempre.
Pero la música también representa esta complicidad cultural porque es capaz de expresar en la interpretación orquestal y coral, una sinfonía de sonidos y sentimientos con la que los artistas intérpretes manifiestan lo que late dentro del hombre, traduciendo en el pentagrama las preguntas del corazón humano: desde el canto gregoriano hasta la música barroca, desde un lied amoroso que embelesa hasta una canción de protesta y libertad con toda su denuncia. En el pentagrama de la vida, caben todas las notas con su duración, los silencios con sus discretos suspiros, la adoración, la pasión, la nostalgia, el miedo, la remembranza y la esperanza. Todo ello en un requiebro musical que permite abrir el corazón y levantar la mirada.
Los cristianos hemos hecho ese camino en el que nos acompaña un Dios humanado que aprendiendo a hablar nuestras lenguas y frecuentando nuestros andurriales, se ha hecho cercano y próximo como jamás habríamos imaginado, poniendo en nuestros labios su Palabra y repartiendo con nuestras manos su Gracia. Jesús es Camino y caminante en una historia compartida que explica nuestra vida cristiana desde la dulce compañía de ese Dios que no es intruso, extraño, ni huraño. Él sabe mi nombre y hace de mis lágrimas su propio llanto, gozando su fiesta con mis alegrías y encantos. La comunidad cristiana dentro de una sociedad plural como la nuestra tiene esta palabra que no enmudece, esta presencia que no se escapa, y a fuer de parecer subversivos, incómodos y revolucionarios, jamás seremos fugitivos o clandestinos que se pierden en naderías y bobadas, cuando salimos al encuentro del hombre contemporáneo abrazando las preguntas de los hermanos y vendando sus heridas, porque nos sabemos samaritanos que van al encuentro de nuestra generación para anunciar la más bella y bondadosa Buena Noticia.
Aquí hay otras intencionalidades claras: provocar en la sociedad el secuestro de la
autoridad moral de la Iglesia señalándola como una institución sistémicamente insol-
vente, encubridora y corrupta: ¿quién confiaría sus hijos a un centro educativo religioso,
o los dejaría en unas catequesis de formación cristiana, si la Iglesia está sistémicamente
corrompida? Ellos quisieran obtener nuestro mutismo y nuestra invisibilidad, forzando el
amedrentamiento asustado y acomplejado para callar ante la que está cayendo y para no
salir del agujero de la cueva de nuestras sacristías.
La sociedad así envenenada y confundida será más manipulable por quienes desde
su amoralidad narcisista y falaz pretenden a toda costa perpetuarse en sus poltronas de
poder. No debemos consentir que se nos identifique con ese relato falso que desfigura la
verdadera labor de la Iglesia. ¿Qué institución de las aludidas más arriba ha tomado con
seriedad trasversal cartas en el asunto? ¿Cuáles han creado oficinas de acogida y acom-
pañamiento, han educado preventivamente a sus miembros, y han colaborado activamente
con la fiscalía? Hemos de insistir que estamos ante un problema social de muchos perfiles
y matrices, en el que como comunidad cristiana representamos el 0’2 de su conjunto, y
no el 99’8 que parece que no interesa desde una focalización que no es inocente a lo
exclusivamente eclesial. Debemos denunciar los desmanes tramposos en informaciones
sesgadas o falsas, y decir humildemente lo mucho y bueno que hacemos como comunidad
cristiana, reconociendo errores, pidiendo perdón y acompañando a las víctimas sean quie-
nes sean.
4. Conclusión: la palabra indómita de la comunidad cristiana
Hemos hecho un acercamiento a la presencia y la palabra de la comunidad cris-
tiana dentro del mundo de nuestros días en esta sociedad plural que nos alberga y nos
agradece, o tal vez nos ignora y persigue de tantas maneras. Forma parte del reto que
debemos asumir con paciencia y esperanza. Pero seguimos escribiendo esta historia
inacabada que en Jesús tuvo su comienzo y que Él sigue narrando con el relato hermoso
de nuestra vida, con los renglones torcidos o emborronados, y con nuestras páginas en
blanco. Somos herederos de una Buena Noticia de la que nuestro mundo tiene necesidad.
En cada momento de veinte siglos, el cristianismo ha logrado perfilar gradual-
mente su propia cosmovisión de la vida que incluye la relación con el Misterio revelado
en Cristo, una nueva forma de mirar al hombre y también una forma diferente y recono-
cible de escribir la historia. Encontramos un hilo de pensamiento propio, cuando desde la
perspectiva cristiana aparecen en categorías filosóficas las grandes preguntas que los clá-
sicos grecorromanos se hacían sobre la verdad, la belleza, la bondad, el dolor, la muerte,
la eternidad y las respuestas que desde la Revelación y la tradición eclesial hemos venido
dando. De aquí surge de manera original una antropología diferente que nutre la propia
cultura cristiana: un verdadero caleidoscopio como resultante del encuentro con los pue-
blos y sus matrices culturales a los que anunció el Evangelio y propuso las opciones mo-
rales con todas sus consecuencias. Desde la visión ecológica propia en el reconocimiento
de la creación como don de Dios y como casa común que hay que cuidar, hasta la dignidad
de la persona con el respeto de la vida en todos sus estadios, pasando por la auténtica
igualdad entre el hombre y la mujer en una complementariedad diferenciada, sin excluir
la adhesión a las expresiones de la belleza en todas sus formas, el peso de la bondad en
su urdimbre diversa y la vinculación determinante con la verdad que siempre nos hace
libres. Nos da una mirada propia y genuina, que representa cuanto nuestros ojos descu-
bren y señalan, dejándose iluminar por la luz que dimana creativa de la mirada de Dios.
No somos ciegos incapaces de mirar, y el Occidente cristiano es un gran museo
donde se muestran con delicadeza muchas obras en sus diversas manifestaciones: loshermosos monumentos arquitectónicos, las bellísimas obras de arte con los pinceles de
nuestros pintores, las gubias de nuestros escultores, la arquitectura que concibe y cons-
truye la ciudad de diferentes maneras. La historia del arte es un gran relato y con la ex-
presión de la belleza se puede contar todo lo que significa la cultura. Esta enciclopedia de
belleza en Europa sería incomprensible sin el cristianismo.
Igualmente, en la literatura hay también una contribución preciosa que recrea una
visión del mundo, del hombre y también una relación con el Misterio de Dios. Los gran-
des temas antropológicos como la vida, la muerte, el amor, el dolor, el odio, la libertad,
la esperanza, la fe, etc., son el tema que poco a poco dan la palabra a la poesía, la prosa,
el relato histórico o el relato parabólico. Una biblioteca será siempre un archivo de saberes
con todos sus registros literarios, donde las preguntas, las contradicciones, las certezas y
las esperanzas quedan ensambladas en las páginas que nos guardan sus mejores secretos.
Los escritores cristianos han dejado testimoniado con sus plumas lo que el corazón hu-
mano ha sentido y expresado siempre.
Pero la música también representa esta complicidad cultural porque es capaz de
expresar en la interpretación orquestal y coral, una sinfonía de sonidos y sentimientos con
la que los artistas intérpretes manifiestan lo que late dentro del hombre, traduciendo en el
pentagrama las preguntas del corazón humano: desde el canto gregoriano hasta la música
barroca, desde un lied amoroso que embelesa hasta una canción de protesta y libertad con
toda su denuncia. En el pentagrama de la vida, caben todas las notas con su duración, los
silencios con sus discretos suspiros, la adoración, la pasión, la nostalgia, el miedo, la re-
membranza y la esperanza. Todo ello en un requiebro musical que permite abrir el corazón
y levantar la mirada.
Los cristianos hemos hecho ese camino en el que nos acompaña un Dios huma-
nado que aprendiendo a hablar nuestras lenguas y frecuentando nuestros andurriales, se
ha hecho cercano y próximo como jamás habríamos imaginado, poniendo en nuestros
labios su Palabra y repartiendo con nuestras manos su Gracia. Jesús es Camino y cami-
nante en una historia compartida que explica nuestra vida cristiana desde la dulce com-
pañía de ese Dios que no es intruso, extraño, ni huraño. Él sabe mi nombre y hace de mis
lágrimas su propio llanto, gozando su fiesta con mis alegrías y encantos. La comunidad
cristiana dentro de una sociedad plural como la nuestra tiene esta palabra que no enmu-
dece, esta presencia que no se escapa, y a fuer de parecer subversivos, incómodos y revo-
lucionarios, jamás seremos fugitivos o clandestinos que se pierden en naderías y bobadas,
cuando salimos al encuentro del hombre contemporáneo abrazando las preguntas de los
hermanos y vendando sus heridas, porque nos sabemos samaritanos que van al encuentro
de nuestra generación para anunciar la más bella y bondadosa Buena Notici
Aquí hay otras intencionalidades claras: provocar en la sociedad el secuestro de la
autoridad moral de la Iglesia señalándola como una institución sistémicamente insol-
vente, encubridora y corrupta: ¿quién confiaría sus hijos a un centro educativo religioso,
o los dejaría en unas catequesis de formación cristiana, si la Iglesia está sistémicamente
corrompida? Ellos quisieran obtener nuestro mutismo y nuestra invisibilidad, forzando el
amedrentamiento asustado y acomplejado para callar ante la que está cayendo y para no
salir del agujero de la cueva de nuestras sacristías.
La sociedad así envenenada y confundida será más manipulable por quienes desde
su amoralidad narcisista y falaz pretenden a toda costa perpetuarse en sus poltronas de
poder. No debemos consentir que se nos identifique con ese relato falso que desfigura la
verdadera labor de la Iglesia. ¿Qué institución de las aludidas más arriba ha tomado con
seriedad trasversal cartas en el asunto? ¿Cuáles han creado oficinas de acogida y acom-
pañamiento, han educado preventivamente a sus miembros, y han colaborado activamente
con la fiscalía? Hemos de insistir que estamos ante un problema social de muchos perfiles
y matrices, en el que como comunidad cristiana representamos el 0’2 de su conjunto, y
no el 99’8 que parece que no interesa desde una focalización que no es inocente a lo
exclusivamente eclesial. Debemos denunciar los desmanes tramposos en informaciones
sesgadas o falsas, y decir humildemente lo mucho y bueno que hacemos como comunidad
cristiana, reconociendo errores, pidiendo perdón y acompañando a las víctimas sean quie-
nes sean.
4. Conclusión: la palabra indómita de la comunidad cristiana
Hemos hecho un acercamiento a la presencia y la palabra de la comunidad cris-
tiana dentro del mundo de nuestros días en esta sociedad plural que nos alberga y nos
agradece, o tal vez nos ignora y persigue de tantas maneras. Forma parte del reto que
debemos asumir con paciencia y esperanza. Pero seguimos escribiendo esta historia
inacabada que en Jesús tuvo su comienzo y que Él sigue narrando con el relato hermoso
de nuestra vida, con los renglones torcidos o emborronados, y con nuestras páginas en
blanco. Somos herederos de una Buena Noticia de la que nuestro mundo tiene necesidad.
En cada momento de veinte siglos, el cristianismo ha logrado perfilar gradual-
mente su propia cosmovisión de la vida que incluye la relación con el Misterio revelado
en Cristo, una nueva forma de mirar al hombre y también una forma diferente y recono-
cible de escribir la historia. Encontramos un hilo de pensamiento propio, cuando desde la
perspectiva cristiana aparecen en categorías filosóficas las grandes preguntas que los clá-
sicos grecorromanos se hacían sobre la verdad, la belleza, la bondad, el dolor, la muerte,
la eternidad y las respuestas que desde la Revelación y la tradición eclesial hemos venido
dando. De aquí surge de manera original una antropología diferente que nutre la propia
cultura cristiana: un verdadero caleidoscopio como resultante del encuentro con los pue-
blos y sus matrices culturales a los que anunció el Evangelio y propuso las opciones mo-
rales con todas sus consecuencias. Desde la visión ecológica propia en el reconocimiento
de la creación como don de Dios y como casa común que hay que cuidar, hasta la dignidad
de la persona con el respeto de la vida en todos sus estadios, pasando por la auténtica
igualdad entre el hombre y la mujer en una complementariedad diferenciada, sin excluir
la adhesión a las expresiones de la belleza en todas sus formas, el peso de la bondad en
su urdimbre diversa y la vinculación determinante con la verdad que siempre nos hace
libres. Nos da una mirada propia y genuina, que representa cuanto nuestros ojos descu-
bren y señalan, dejándose iluminar por la luz que dimana creativa de la mirada de Dios.
No somos ciegos incapaces de mirar, y el Occidente cristiano es un gran museo
donde se muestran con delicadeza muchas obras en sus diversas manifestaciones: loshermosos monumentos arquitectónicos, las bellísimas obras de arte con los pinceles de
nuestros pintores, las gubias de nuestros escultores, la arquitectura que concibe y cons-
truye la ciudad de diferentes maneras. La historia del arte es un gran relato y con la ex-
presión de la belleza se puede contar todo lo que significa la cultura. Esta enciclopedia de
belleza en Europa sería incomprensible sin el cristianismo.
Igualmente, en la literatura hay también una contribución preciosa que recrea una
visión del mundo, del hombre y también una relación con el Misterio de Dios. Los gran-
des temas antropológicos como la vida, la muerte, el amor, el dolor, el odio, la libertad,
la esperanza, la fe, etc., son el tema que poco a poco dan la palabra a la poesía, la prosa,
el relato histórico o el relato parabólico. Una biblioteca será siempre un archivo de saberes
con todos sus registros literarios, donde las preguntas, las contradicciones, las certezas y
las esperanzas quedan ensambladas en las páginas que nos guardan sus mejores secretos.
Los escritores cristianos han dejado testimoniado con sus plumas lo que el corazón hu-
mano ha sentido y expresado siempre.
Pero la música también representa esta complicidad cultural porque es capaz de
expresar en la interpretación orquestal y coral, una sinfonía de sonidos y sentimientos con
la que los artistas intérpretes manifiestan lo que late dentro del hombre, traduciendo en el
pentagrama las preguntas del corazón humano: desde el canto gregoriano hasta la música
barroca, desde un lied amoroso que embelesa hasta una canción de protesta y libertad con
toda su denuncia. En el pentagrama de la vida, caben todas las notas con su duración, los
silencios con sus discretos suspiros, la adoración, la pasión, la nostalgia, el miedo, la re-
membranza y la esperanza. Todo ello en un requiebro musical que permite abrir el corazón
y levantar la mirada.
Los cristianos hemos hecho ese camino en el que nos acompaña un Dios huma-
nado que aprendiendo a hablar nuestras lenguas y frecuentando nuestros andurriales, se
ha hecho cercano y próximo como jamás habríamos imaginado, poniendo en nuestros
labios su Palabra y repartiendo con nuestras manos su Gracia. Jesús es Camino y cami-
nante en una historia compartida que explica nuestra vida cristiana desde la dulce com-
pañía de ese Dios que no es intruso, extraño, ni huraño. Él sabe mi nombre y hace de mis
lágrimas su propio llanto, gozando su fiesta con mis alegrías y encantos. La comunidad
cristiana dentro de una sociedad plural como la nuestra tiene esta palabra que no enmu-
dece, esta presencia que no se escapa, y a fuer de parecer subversivos, incómodos y revo-
lucionarios, jamás seremos fugitivos o clandestinos que se pierden en naderías y bobadas,
cuando salimos al encuentro del hombre contemporáneo abrazando las preguntas de los
hermanos y vendando sus heridas, porque nos sabemos samaritanos que van al encuentro
de nuestra generación para anunciar la más bella y bondadosa Buena Notici