viernes, 27 de diciembre de 2024

Navidad: El rol de los ángeles

Como todo nacimiento, el de Jesús de Nazaret -o Natividad, que se celebra precisamente en Navidad- comienza con la confirmación a la madre de su embarazo; en este caso, por el arcángel Gabriel a la Virgen María ante la presencia de Dios padre y el Espíritu Santo en forma de paloma, tal como se narra en el Nuevo Testamento (Lucas 1, 26-38). La escena se pintó recurrentemente durante el Gótico, el Renacimiento y el Barroco. Las versiones de Duccio, Fra Angelico, Botticelli, Leonardo da Vinci, Carlo Crivelli y Caravaggio, por nombrar algunas, están entre las más notables. Todos se esmeraron en la figura angélica pues no solo les permitía crear espléndidas y coloridas alas sino también representar al arcángel en complejas poses revelando su destino a María. Resulta por otro lado interesante que a esta se la muestre ya sea leyendo o con un libro abierto, como una manera de informar al espectador que esta mujer letrada es un ser superior.

Pero los ángeles no solo se comunican con María sino también con los pastores y con los hombres sabios (los Reyes Magos). Para ello, y a falta de smartphones que les permitieran enviar un whatsapp, se los ve desplegando filacterias (rollos de pergamino) desde una nube (hoy estarían en iCloud); o sea, desclasificando información y explicando así por escrito que nacerá un niño que cambiará el curso de la historia. Ahora, en escenas de Natividad, la presencia de ángeles es especialmente protagónica y se los retrata en diversos roles: hay ángeles en adoración, ángeles mensajeros, ángeles protectores, ángeles de luz y ángeles músicos.
Este último rol de músicos/entretenedores de los ángeles queda de manifiesto en cientos de pinturas de Natividad, pues el canto y los instrumentos musicales indican felicidad. Domenico Ghirlandaio pintó en 1492 una tabla al óleo con ocho figuras: María y José contemplando al Niño en la Tierra mientras, desde el cielo, los miran cinco ángeles que sostienen un rollo de pergamino con una entonación inicial del Gloria de los que comúnmente se usaban en ese entonces como apoyo para cantar.

Una imagen hoy popular es la de William Adolphe Bouguereau, “La Virgen y el Niño” (1881), donde se observa a tres ángeles vestidos de blanco tocando instrumentos de cuerdas mientras el Niño duerme en los brazos de su madre. Una de las pintoras destacadas de la época Victoriana, Marianne Stokes (18551923), pintó por su parte “Ángeles entreteniendo al Santo Niño” (1893); el mensaje es claro: gracias a la música la Virgen duerme plácida y el recién nacido no llora. Tan relevantes son los ángeles músicos, que se convirtieron en únicos protagonistas de miles de obras de arte: véase el tapiz de Edward Burne-Jones “Angeli Laudantes” (1898), que muestra a dos ángeles tocando arpas de oro entremedio de conspicuos entrelazos vegetales o la cúpula de Santa Maria dei Miracoli (Saronno, Italia), donde Gaudenzio Ferrari pintó “Concierto de ángeles” un jolgorio pictórico donde cientos cantan y tocan diversos instrumentos.

Más allá de ello, los ángeles son símbolos de lo invisible; seres de luz respecto a cuales los artistas vieron una oportunidad para investigar problemas relativos “Natividad de noche” (c. 1490), del pintor flamenco Geertgen tot Sint Jans, es un buen ejemplo. Iconográficamente, el cuadro está influenciado por las “Revelaciones de Santa Brígida” (1303-1373), mística sueca muy popular quien describió al Niño Jesús acostado y emanando rayos de luz. Por ello, en esta obra, hay ángeles junto a la cuna literalmente iluminados por el recién nacido.

La Biblia señala que Cristo, ya adulto, dijo: Ego sum lux mundi (Yo soy la luz del mundo). En la parte superior de dicha pintura, un ángel en el cielo -que más bien parece una estrella- está a punto de informar del suceso a los pastores. Idea similar, se observa en la acuarela de Edward Burne-Jones, “La estrella de Belén” (1885), en cuyo centro un ángel sostiene la estrella entre sus manos. Ángeles y luz son un todo, por algo, tradicionalmente, se coloca una estrella o un ángel en la parte alta de la copa del árbol de Navidad. Los ángeles son parte de la cultura popular y una constante en el mundo del arte. Aún hoy el catálogo de artistas contemporáneos consagrados como Ron Mueck, Damien Hirst o Anthony Gormley, entre otros, incluye figuras angélicas. Si bien muchas de ellas no han sido hechas para celebrar la Navidad, muchas veces se las relaciona con esta. Así, este 24 de diciembre varios se reunirán una vez más a cantar villancicos a los pies de “El ángel del Norte” (1998) -la enorme escultura de 20 metros de acero, concreto y cobrede Gormley, ubicada en el nordeste de Inglaterra, vinculándose así a siglos de tradición pictórica al cantar, cual ángeles en paz, a un Niño símbolo de esperanza.

*Publicación de la Universidad Católica de Chile tomado del Ensayo de la profesora de la Escuela de Arte Claudia Campaña en El Mercurio, Artes y Letras.

Desde nuestro brocal: Año nuevo con júbilo verdadero

Termina el año que tantas cosas nos ha traído con su acostumbrada claroscura y agridulce ventura que siempre nos sorprende, nos alegra y nos arruga. Así se escriben los años de nuestros siglos humanos sin solución de continuidad ni amago de control. Y mientras nos disponemos a pasar página en el almanaque de este complicado año 2024, tenemos una cita postrera que se torna en un comienzo de esperanza. 

En definitiva, siempre seremos peregrinos de algo hermoso y bondadoso que continuamente está por llegar. Somos peregrinos de la esperanza cierta que jamás nos defrauda. Hacemos en todas las catedrales del mundo el mismo gesto que hizo el papa Francisco hace unos días con motivo de la Navidad: él abrió una puerta en la basílica de san Pedro del Vaticano y otra simbólica en la cárcel de Rebibbia (Roma). Nosotros solamente nos adentramos en la basílica de la iglesia madre de la diócesis, la catedral, para escenificar también que somos peregrinos de la paz y de la gracia que con demasiada frecuencia nos secuestran las muchas intemperies. 

Decía con atino el papa la nochebuena pasa da en la apertura de la Puerta Santa de este Año Jubilar lo que puede ser el significado de esta experiencia que haremos todos los católicos al llegar el número redondo de los 2025 años del nacimiento de Jesús, celebrando por este motivo un Año Santo: «Viendo cómo a menudo nos acomodamos a este mundo, adaptándonos a su mentalidad, un buen sacerdote escritor, rezaba en la santa Navidad de esta manera: “Señor, te pido algún tormento, alguna inquietud, algún remordimiento. En Navidad quisiera encontrarme insatisfecho. Contento, pero también insatisfecho. Contento por lo que haces Tú, insatisfecho por mi falta de respuestas. Quítanos, por favor, nuestras falsas seguridades, y coloca dentro de nuestro ‘pesebre’, siempre demasiado lleno, un puñado de espinas. Pon en nuestra alma el deseo de algo más” (cf. A. Pronzato, La novena de Navidad). 

El deseo de algo más. No quedarnos quietos. No olvidemos que el agua estancada es la que primero se corrompe. La esperanza cristiana es precisamente ese “algo más” que nos impulsa a movernos “rápidamente”. A nosotros, discípulos del Señor, se nos pide, en efecto, que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla sin tardanza, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo. Este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar… Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí. El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón». 

Tendremos ocasión de recibir la gracia de este año santo jubilar, peregrinando a nuestra catedral, así como a la basílica de la Virgen de Covadonga, con las indicaciones que ha establecido la Iglesia: revisar nuestra vida cristiana, pedir perdón en el sacramento de la reconciliación, tener un gesto solidario con los pobres a través de nuestros canales de caridad, orar por el Santo Padre, por el obispo, por todos los cristianos cada cual en su vocación, por la paz en el mundo y el cese de todo abuso y violencia. Un año para volver a empezar dando gracias y acogiendo la gracia que nos permite cambiar para bien. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

jueves, 26 de diciembre de 2024

Santoral del día: San Esteban Protomártir

(COPE) Hoy es II día de la Octava de Navidad. La Iglesia sigue contemplando el Señor Nacido que es la Gloria que se nos ha manifestado. Así lo proclaman las Sagradas Escrituras. Las luces del Misterio hablan del Feliz Alumbramiento. Dios que se hace Hombre viene a salvarnos y a dar los pasos para fundar la iglesia como la Familia de Salvación.

Por eso, este 26 de diciembre, la Liturgia nos propone, igualmente, al Protomártir San Esteban. Según cuentan los Hechos de los Apóstoles, algunas viudas de origen griego se quejaron porque no se sentían bien atendidas. Por esto, Pedro y los demás discípulos nombraron siete diáconos encargados del servicio a estas mujeres necesitadas.

Entre ellos se encuentra Esteban. Su capacidad de predicar en un momento de máxima expansión de la Fe en la que, hasta algunos sumos sacerdotes se habían convertido, hace que un grupo de ancianos le denuncie falsamente de blasfemo. Al llegar ante el Sanedrín, el diácono echa en cara a los fariseos su dureza de corazón por lo que le arrastran hasta las afueras para apedrearle.

Su sangre derramada, fue semilla de nuevos cristianos, entre los que se cuentan Saulo que estaba allí presente, aprobando su muerte, y que después será el Apóstol de los gentiles. Una vez descubiertas sus reliquias en Palestina el año 415, el culto se difundió por todo el mundo.

Así la Iglesia pone lo más cerca posible de la manifestación del Dios Hombre, el testimonio del primer mártir. Él es el primer Fruto del Dios que nace y da la Vida para que todos la tengamos si creemos como el Diácono San Esteban, en su Nombre.

Inicio del Jubileo en nuestra Diócesis

 

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Ha nacido el Enmanuel: Mesías, Libertador, Redentor... Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Queridos hermanos:

Feliz y Santa Navidad! Se nos ha anunciado una gran alegría: "hoy en la ciudad de David nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor". Para los católicos es un tiempo de gracia muy especial, pues hay dos pascuas que marcan nuestra vida de fe: la pascua navideña y la pascua de resurrección. He aquí dos puntales de nuestra fe, la encarnación-nacimiento del Salvador que es el comienzo del "plan de redención trazado desde antiguo", y la pasión-muerte-resurrección del Señor, cuando finalmente "muere el que es la vida" para hacernos partícipes de ésta a los que vivíamos "en sombras de muerte". En estas semanas de preparación para esta fiesta grande se nos ha dado un aviso: ''levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación''. Así es; Cristo viene a liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, no viene con programas políticos ni a solucionar cuestiones sociales. Viene a nosotros como el nuevo Adán a restaurar la imagen del hombre del pecado original, a pesar de haber sido creado a imagen y semejanza de su Hacedor; esta es la misión que trae ahora Jesús con su encarnación y nacimiento: reparar los efectos de aquel primer pecado. 

El niño nacido de la Virgen María viene como Redentor, pues así nos lo dice San Lucas: "porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). Recordar el nacimiento del Señor es caer también en la cuenta de que de esta forma se rompió el muro que separaba lo divino de lo humano al abajarse Él haciéndose uno de nosotros; lo divino lo vemos más humano, por eso los cristianos estamos llamados a hacer nuestro día a día mundano más divino, a darle matiz de trascendencia, mirada de sobrenaturalidad... A menudo nos equivocamos creyendo que cuanto más modernas, creativas o cercanas a las personas de nuestro tiempo hagamos las celebraciones litúrgicas, más atractivas y más fieles acudirán. Nos equivocamos, y ahora nos cuesta recuperar el halo del misterio que hemos vuelto prácticamente inapreciable. La Navidad nos llama ésto, a la delicadeza de quien trata con lo más grande que para nuestro asombro hace un niño frágil e indefenso al que ni siquiera los suyos, que durante siglos le llevaban esperando, no le recibieron ni le reconocieron. 

Jesucristo viene a todos, aunque no todos le quieren, más sí muchos. El Señor no impone, da libertad para acogerle o cerrarle la puerta en las narices como lo experimentaron San José y la Santísima Virgen en aquella noche santa. Esto a veces no nos queda claro, y así unos dicen que Jesús viene para los pobres, y es verdad que son los predilectos de su corazón y de la Iglesia, pero a menudo esto se utiliza desde un trasfondo del materialismo histórico marxista, como si el Hijo de Dios viniera únicamente a defender a los pobres de los ricos, y no es eso; vino a salvar a todo el que estaba perdido, y es que Él bien sabía que "no necesitan médico los sanos sino los enfermos''. Hubo una época en la que los sacerdotes decían que se situaban en la opción preferencial por los pobres, lo que era ya en sí una discriminación hacia otras pobrezas que no son materiales como es por ejemplo la pobreza espiritual, y que tampoco se ajustaba, pues Cristo no hizo opción preferencial por los pobres sino por cada uno de nosotros sin distinción de clase o condición. Los sacerdotes hacemos opción preferencial por las almas necesitadas de acompañamiento y redención, conscientes de que Jesús no tenía ninguna visión sesgada o ideologizada con la que ha menudo se le quiere identificar.

En nuestro mundo coexisten el mal y el bien; hemos de ser realistas ante la evidencia de un mundo herido por los odios que afloran del corazón hombre. Y en medio de este panorama de guerras, sufrimiento y dolor nace el Príncipe de la Paz, pero es algo curioso, la paz que nos trae Jesús es la de la humanidad del Creador con quienes seremos reconciliados por su sangre y, sin embargo, a nivel de nuestro mundo Jesucristo no será un instrumento pacificador, sino como Él mismo afirmó: No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra...'' (Mt 10, 34-35). ¿Y esto, cómo lo debemos entender? Pues muy sencillo: nuestra vida en este suelo siempre será una lucha continua, empezando por cada uno de nosotros donde se libra en nuestro interior la disputa entre nuestro yo más partidario del Niño Jesús y nuestro yo más partidario de Herodes. Y hay que tener claro que seguir radicalmente a Jesucristo implica que el mundo nos dará la espalda, como dirá Simeón: ''será signo de contradicción''. Si el Santo de los santos fue rechazado, ¿Cómo no vamos a ser rechazados nosotros?. Pero eso no debe acobardarnos; el nacimiento de Cristo ha de invitarnos a unirnos a los ángeles en el canto del gloria. Se cumplen 2025 años de aquella noche bendita, por eso la Iglesia celebra su Jubileo ordinario que ayer fue iniciado con la solemne apertura de la puerta santa. El Santo Padre recordaba en su homilía que ''la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros''. 

Si el 25 de diciembre celebramos la Natividad del Señor, el 26 de diciembre celebramos a San Esteban, un mártir, el primero de todos, y la Iglesia nos recuerda al Protomártir precisamente al día siguiente del nacimiento del Señor para abrirnos los ojos y para recordarnos que el nacimiento de Cristo no borra el mal del mundo, y que seguimos conviviendo con él y teniendo que combatirle. Y a esto somos llamados, a seguir las huellas de Jesús de Belén al Calvario, a ser signo de contradicción como lo fue Él, y a su ejemplo San Esteban y todos los mártires y santos. Si celebramos en Navidad que el Verbo se ha hecho carne, que se ha hecho uno de nosotros y que Él que es la "verdad", qué mejor forma de reflexionar para el seguimiento del Señor que por medio los mártires que celebraremos estos días: San Esteban, los Santos Inocentes, Santo Tomás Becket... Todos testigos de la verdad con sus obras, con sus silencios y con sus escritos. El santoral nos ayuda a vivir una navidad coherente y no idealizada, teniendo presente que todos los días mueren hermanos nuestros por fidelidad al Evangelio. Me contaban de un fraile franciscano que en un lugar muy complicado de Tierra Santa vive su ministerio en pleno enfrentamiento, y como celebra a menudo la eucaristía él sólo, cuando llega el momento de la paz mira a un lado y al otro del altar y dice: ''la paz Palestina'' ''la paz Israel''... Ojalá nosotros como San Francisco sepamos ser instrumentos de paz, especialmente en estos días siendo testigos valientes del Señor con detalles muy sencillos, por ejemplo, cuando nos digan "felices fiestas" (que lo son porque nace Dios) respondamos sin titubeos: ¡Feliz Navidad!

Evangelio de la Solemnidad de la Natividad del Señor

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

martes, 24 de diciembre de 2024

Homilía del Santo Padre en el inicio del Jubileo Ordinario


Un ángel del Señor, envuelto de luz, alumbró la noche y dio el anuncio gozoso a los pastores: «Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11). Entre el asombro de los pobres y el canto de los ángeles, el cielo se abrió sobre la tierra; Dios se hizo uno de nosotros para hacernos como Él, descendió entre nosotros para elevarnos y llevarnos al abrazo del Padre.

Esta, hermanas y hermanos, es nuestra esperanza. Dios es el Emanuel, el “Dios con nosotros”. El infinitamente grande se hizo pequeño; la luz divina brilló entre las tinieblas del mundo, la gloria del cielo se asomó a la tierra. ¿Cómo? En la pequeñez de un Niño. Y si Dios viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre. La esperanza no defrauda.

Hermanas y hermanos, con la apertura de la Puerta Santa damos inicio a un nuevo Jubileo. Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia. En esta noche, la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros. Pero no se olviden, hermanas y hermanos, que Dios perdona todo, Dios perdona siempre. No se olviden de esto, que es un modo de entender la esperanza en el Señor.

Para acoger este regalo, estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén. El Evangelio dice que ellos, habiendo recibido el anuncio del ángel, «fueron rápidamente» (Lc 2,16). Esta es la señal para recuperar la esperanza perdida: renovarla dentro de nosotros, sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo rápidamente. ¡Y hay tantas desolaciones en nuestro tiempo! Pensemos a las guerras, a los niños ametrallados, a las bombas sobre las escuelas y sobre los hospitales. Disponerse rápidamente, sin aminorar el paso, dejándose atraer por la buena noticia.

Sin tardar, vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros, con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro, para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida. Y esta es nuestra tarea, traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. Esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza; nos pide —diría san Agustín— que nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas; nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia.

Aprendamos del ejemplo de los pastores, la esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar —y muchos de nosotros, tenemos el peligro de acomodarnos en nuestro propio bienestar—; la esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres. Al contrario, la esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad, y no sólo, también a través de y nuestra compasión. Y aquí tal vez nos hará bien interrogarnos sobre nuestra compasión: ¿tengo compasión?, ¿sé padecer-con? Pensémoslo.

Viendo cómo a menudo nos acomodamos a este mundo, adaptándonos a su mentalidad, un buen sacerdote escritor rezaba en la santa Navidad de esta manera: “Señor, te pido algún tormento, alguna inquietud, algún remordimiento. En Navidad quisiera encontrarme insatisfecho. Contento, pero también insatisfecho. Contento por lo que haces Tú, insatisfecho por mi falta de respuestas. Quítanos, por favor, nuestras falsas seguridades, y coloca dentro de nuestro ‘pesebre’, siempre demasiado lleno, un puñado de espinas. Pon en nuestra alma el deseo de algo más” (cf. A. Pronzato, La novena de Navidad). El deseo de algo más. No quedarnos quietos. No olvidemos que el agua estancada es la que primero se corrompe.

La esperanza cristiana es precisamente ese “algo más” que nos impulsa a movernos “rápidamente”. A nosotros, discípulos del Señor, se nos pide, en efecto, que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla sin tardanza, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo.

Hermanas y hermanos, este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar. Que llegue a serlo para nuestra madre tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que llegue a serlo para los países más pobres, abrumados por deudas injustas; que llegue a serlo para todos aquellos que son prisioneros de viejas y nuevas esclavitudes.

Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí.

El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón.

Volvamos al pesebre, contemplemos el pesebre, miremos la ternura de Dios que se manifiesta en el rostro del Niño Jesús, y preguntémonos: “¿Tenemos esta expectativa en nuestro corazón? ¿Tenemos esta esperanza en nuestro corazón? Contemplando la benevolencia de Dios, que vence nuestra desconfianza y nuestros miedos, contemplamos también la grandeza de la esperanza que nos aguarda. Que esta visión de esperanza ilumine nuestro camino de cada día” (cf. C. M. Martini, Homilía de Navidad, 1980).

Hermana, hermano, en esta noche la “puerta santa” del corazón de Dios se abre para ti. Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para todo hombre y mujer. Y, ¿saben?, con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda.