martes, 22 de julio de 2025

Sor Berta Castañón, la franciscana del Buen Consejo que supo soñar. Por R. H. M.

Sin esperarlo y de la forma más casual tuve noticia el día 1 de diciembre de 2021 del fallecimiento de mi querida Sor Berta Castañón González, óbito que tuvo lugar el día 30 de noviembre en la Residencia de San Francisco de Astorga. Desde la distancia,  me uní al pesar de su Comunidad de religiosas franciscanas, de su familia y, en definitiva, de la Iglesia que peregrina en Astorga por la pérdida de esta religiosa de gran fortaleza, servicio y amor a los sacerdotes fuera de lo común.

Había nacido en Santa Cruz de Mieres en 1932 en el seno de una familia muy religiosa. Su primo, el ya Beato Juan José sería martirizado por su condición de seminarista cuando ella tan sólo tenía cuatro años. Su hermano Celestino, ingresó también a edad muy temprana en el Seminario. Y así la pequeña María Laudelina creció en ese ambiente de piedad, entre la iglesia parroquial de San Salvador de Santa Cruz y la Iglesia del Sagrado Corazón de Bustiello, en aquella cuenca minera católica donde los Hermanos de la Salle y las Hijas de la Caridad estaban presentes en el Poblado Minero, sin omitir a los dos venerables sacerdotes que atendían la Parroquia. Por las Hijas de la Caridad le venía a la pequeña asturiana su devoción a la Virgen Milagrosa, y tenía ya en mente desde su niñez la vocación religiosa, creyendo que su lugar era en la compañía de las hijas de San Vicente de Paúl, para servir a los pobres.

En su preadolescencia, cuando cada vez estaba más deseosa de abrazar la vida religiosa, su hermano la convenció de no irse con las Hijas de la Caridad y darse más tiempo de pensarlo. El joven seminarista Celestino le ofreció a su hermana la posibilidad de irse con él a Oviedo y pasar una temporada con las religiosas que atendían el Seminario: así lo hizo. Martin Luther King decía: "he tenido un sueño"... A la pequeña Laudelina le había pasado lo mismo; se soñó religiosa en una comunidad de vida activa pero, según ella, el hábito de aquellas monjas de su sueño tenía un color precioso y muy diferente del llamativo de las Hijas de la Caridad. La incógnita se despejó cuando aquella muchachita de la cuenca minera del Caudal llegó al Seminario ovetense en lo alto del Prau Picón y vio a las religiosas del lugar, ante lo cual comentó a su hermano: "¡estas si son las monjas de mis sueños!"

En esa majestuosa y bendita casa del Seminario de la Asunción que desde 1946 es el hogar de las Hijas de Teresa Rodón, fue donde nuestra asturiana tuvo su primer contacto con la Congregación, y donde haría su aspirantado, postulantado y su toma de hábito. Al entrar en religión lo que era del mundo debía quedar atrás, incluido el nombre de pila. Ella quería llamarse Sor Benjamina en homenaje a su querido padre; sin embargo, sus compañeras de comunidad eligieron por ella -convenciéndola- de que Sor Berta le quedaba mejor. Lo aceptó, y desde aquel día hizo de dicho nombre el suyo.

Eran tiempos duros de mucha disciplina; ella hubiera querido poder asistir a la primera misa de su hermano en Santa Cruz, pero tuvo que quedarse con las ganas. Hacía poco que su hermana pequeña Ángeles había dado también el paso de imitar su ejemplo de consagración a Dios ingresando también como franciscana del buen consejo. En el año de postulantado no se podía tener contacto con el exterior, por ello la maestra de novicias le pidió a la hermana mayor -ya profesa simple- que ofreciera a Dios el sacrificio de no ver a su hermano cantar misa, en favor de su hermana pequeña, la cual quedaría herida de ser la única en la familia que no podría asistir. Hoy hubiera sido tan sencillo como tener una excepción para algo tan pío como estar presente en la primera misa de un hermano; sin embargo, algo así no entraba en la mentalidad del momento.

Aún así, tuvo cierta solución, pues al día siguiente D. Celestino se acercó a Oviedo para celebrar a puerta cerrada su segunda misa para la comunidad de franciscanas del Seminario de Oviedo, entre las que se encontraban sus dos hermanas. Años más tarde dirá: "la madre superiora me había autorizado a ir al pueblo, y la ilusión que me hacía ir por primera vez de hábito a la Parroquia para acompañar a mi hermanín en su cantamisa, pero por mi hermana acepté quedarme sin ir".

Sin embargo, sí tuvo la gracia de que su hermano presidiera la eucaristía de su profesión solemne, recibiendo de él la "toca negra", y al mismo Cristo de sus manos. Su hermano siempre fue para ella junto con su primo y su hermana pequeña los orgullos de su corazón. Igualmente, su pueblo y su Cuenca, los concejos de Mieres y de Aller donde estaban sus raíces... Siempre estuvo muy unida a su familia de la que estaba orgullosa y presumía allá donde tenía ocasión. Guardo con mimo y cariño en mi estantería de libros de literatura asturiana las obras de su hermana Elvira, que ella y su hermano me fueron regalando poco a poco con el paso del tiempo.

Su vida transcurrió en seis destinos que marcaron su vida, el primero la villa franciscana de Villaviciosa de Asturias, al amparo de Nuestra Señora del Portal: "la Portalina", en cuya residencia del mismo nombre dedicó sus juveniles fuerzas desde 1953 hasta 1958. Pasó a Pravia donde continuó su labor con los ancianos y enfermos, esta vez a la vera de Nuestra Señora del Valle. Fue una instancia feliz donde quedó impresionada por el celo pastoral del entonces párroco D. Manuel, y la rica vida espiritual de aquel valle regado por las aguas del río Nalón. Diez años de su vida religiosa transcurren en esta antigua capital del reino desde 1959 hasta 1969.

Y de Pravia a Oviedo, al querido Seminario donde comenzó la historia de su vocación franciscana. Eran años aún de muchos seminaristas y donde las religiosas llevaban prácticamente el gran peso de esa enorme casa: cocina, limpieza del edificio, sacristías, lavandería, jardín, atención a los prefectos... Era el rector ilustre D. Ignacio Olaizola, el cual presidía y predicaba sus fiestas, aunque a diario quien atendía la Comunidad y velaba por sus necesidades espirituales era D. Ezequiel. Aquí apenas estará unos meses del año 1970, pues por su fama de habilidosa en sus anteriores destinos en el campo de la sanidad, es requerida para este fin. 

Llega así a Pamplona, su cuarto destino, dejando atrás su Patria Querida para no volver de forma definitiva jamás. A partir de este momento la misión de Sor Berta se define en ser alivio para el sufriente. Parece que tenía mucha mano para ello, y había realizado algún curso al respecto para ser más útil en su quehacer cotidiano. Pero ahora ya no eran las menudencias de la enfermería del seminario, sino toda una clínica sanitaria, en concreto aquella que regía la congregación en la capital de Navarra llamada San Francisco Javier. Aquí dejará nada menos que diecinueve años de su vida, de 1971 hasta 1990. Momentos muy difíciles en aquellos años convulsos y nada cómodos con cambios profundos en la Iglesia y la sociedad, por no hablar del terror infringido por la ETA en aquella zona. 

De tierras navarras pasa Sor Berta a los campos de Castilla requerida por sus superioras para trabajar ahora en Ávila, en concreto en la residencia para mayores Sagrada Familia. Allí Sor Berta se entregará por completo a la pastoral de la salud no sólo ciñéndose a los muros del centro, sino integrándose en la vida de la ciudad y de la Diócesis. Conoce en estos comienzos de los años noventa al entonces Rector del Seminario Menor Franciscano de Ávila, Fray Jesús Sanz Montes O.F.M. con el que entabla amistad esos años en que ejerció también como Director de la Formación Permanente de la Provincia Franciscana de Castilla, hasta 1994 en que es destinado a Roma.

Sor Berta pronto queda cautivada de su inteligencia, de la profundidad de sus palabras y de sus conocimientos sobre San Francisco y Santa Clara. Sor Berta dirá: "Fray Jesús además de hermano franciscano, y conocidos de nuestra estancia en Ávila, ahora es mi Arzobispo". Aunque para ella no se gestionó con tacto la jubilación de su hermano, siempre se quedó con lo bueno, consciente de que un religioso tiene fallos, pero no busca hacer daño gratuitamente. Ella que nunca tuvo pelos en la lengua se lo dijo un día al Arzobispo; no sé qué le respondió pero le valió y gustó la respuesta. Tiempo después valoraría que gracias a Monseñor Sanz y sus gestiones en Roma, al fin su primo subiría a los altares, aún en vida de su hermano.

Tras once años en Ávila asume su último destino: Astorga, lugar tan especial para la Congregación, la cual ahí nació al auspicio del entonces obispo asturicense Monseñor Alonso Salgado. Pasear por las calles de Astorga es recorrer los primeros caminos de la Madre Teresa Rodón. Desde los comienzos de las Franciscanas del Buen Consejo se vincularon estas al Seminario, haciéndose cargo de la ropa que a menudo llevaban ellas mismas hasta Fuente Encalada a lavarla, siendo la Madre la primera en faenar. Ya en 1953 las Franciscanas del Buen Consejo no colaboran desde fuera, sino con una comunidad dentro del propio Seminario. La realidad de Astorga y su diócesis no le era ajena a Sor Berta, pues su familia veraneó muchos años en Bembibre del Bierzo, por lo que D. Celestino y sus hermanas conocían a muchos sacerdotes.

Desde 2003 en que llegó se sintió feliz en Astorga, esa bendita ciudad por la que San Francisco pasó y que aún hoy mantiene una fuerte esencia franciscana: el convento de Sancti Spiritus, el convento de Santa Clara, la antigua iglesia de San Francisco, hoy de los Padres Redentoristas; la comunidad de Franciscanas Estigmatinas, en el barrio de Rectivía; las Franciscanas del Buen Consejo y otras reminiscencias del pasado franciscano aún presentes, como el nombre del "hospital de las cinco llagas", la devoción a la Divina Pastora, traída por las Misiones Populares de los Capuchinos a la parroquia de San Andrés, y así un largo etc. 

Sólo había una realidad que le preocupaba fuera de Astorga: la salud de su hermano. Nunca olvidaré aquellas entrañables visitas que yo les hacía a Sor Berta y a Don Celestino en mis vacaciones en aquel piso del portal nº 10 de la calle San Lázaro, encima de la frutería de Adelina y del Kiosko de Rosi. Qué feliz estaba D. Celestino en su barrio; aún le estoy viendo con su bata y sus zapatillas mientras Sor Berta me decía: ''mira como lo tengo, mira que barriga, está todo hinchado y no me quiere ir al médico''. Recuerdo cuando mis padres y yo íbamos a buscarla al terminar las vacaciones para volver para Astorga, y ella quedaba algo preocupada por dejar de nuevo a su hermano sólo; yo le decía: ''Sor, con esas vecinas que tiene su hermano, queda tan bien cuidado como si quedara usted con él''. Y ella me decía: sí, le quieren mucho porque él ha dado su vida por este barrio, pero como yo no le entiende nadie. Al final D. Celestino pasó el final de sus días en Astorga donde se fue apagando por los muchos achaques, y terminó entregando su alma a Dios en el hospital de León. La pérdida de su hermano fue para ella un duro golpe. 

A pesar de todo siguió adelante, trabajando en todo lo que podía en las faenas del Seminario. Sor Berta llevaba muchos años enferma, tenía muchos problemas derivados de la diabetes que le afectó de forma plausible en la visión, que cada vez iba a más. Tenía problemas cardíacos muy serios que la llevaron a enfrentarse a operaciones muy arriesgadas y de las que salió airosa gracias a su naturaleza fuerte y robusta. Aun así, la mala circulación y la dureza de la vida seguía presente en sus manos, piernas y pies, continuamente hinchados por la mala circulación y las muchas horas de faenar de pie.

Pero llegó un momento en que el cuerpo dijo ''¡basta!''. Al final del verano de 2021 su salud se deterioró por completo, fruto de la severa insuficiencia cardíaca que arrastraba y por la que tuvo que ser trasladada de la comunidad del Seminario Mayor de Astorga a la Residencia San Francisco, de la citada localidad. A ella le hubiera gustado terminar sus días en el Seminario, cerca de los sacerdotes y seminaristas a los que siempre dedicó una parte central de su oración. La Congregación consideró que era el momento de descansar y de dejarse cuidar. Poco disfrutó la pobre del nuevo destino, pues apenas ni tres meses llevaba en él cuando vino "El Esposo" a buscarla, apenas iniciado el adviento.

También el seráfico Padre San Francisco, en su experiencia de la enfermedad y el acercamiento de su final, experimentó la paz de saberse cercano al cielo, como expresó en aquel poema místico que había compuesto en 1225 para las Damas pobres de Santa Clara, y que dice: "Audite, poverelle, dal Signor vocate -escuchad pobrecillas por el Señor llamadas-" Qué es la muerte sino la última llamada que invita a entrar en el gozo del Salvador... 

Sor Berta, desde su sencillez franciscana y su devoción mariana, supo encarnar aquel lema de la Madre Teresa Rodón: "Es necesario grandeza y fortaleza de ánimo para soportar la debilidad de muchos y emprender todo lo necesario al servicio de Dios"... Descansa en paz querida hermana, que nuestra Señora del Buen Consejo interceda por tí ante el trono del Altísimo. Que el seráfico Padre te acompañe en este peregrinar al coro de los justos y los Ángeles donde cantarás ya para siempre: ''Loado seas, mi Señor''.

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