(Lne) Han dejado atrás la ciudad de Madrid y su comodidad para pasar diez días en la Asturias rural, concretamente en Cabrales. Allí, en los pequeños pueblos del norte y en templos olvidados, se implican, se remangan y se ponen manos a la obra al servicio de una realidad que necesita cuidado, presencia y compromiso.
Por tercer verano consecutivo, más de medio centenar de estudiantes y profesores de la Universidad CEU San Pablo han dejado a un lado las vacaciones convencionales para enfundarse el mono de trabajo y armarse con brochas, lijas y cepillos. Participan en el proyecto "Patrimonio que da vida", un campo de trabajo que combina la rehabilitación de iglesias rurales con la convivencia vecinal, la formación espiritual y un descubrimiento personal y colectivo de lo que significa servir.
Este año, los voluntarios se han repartido entre las localidades cabraliegas de Ortiguero y Puertas, donde se encuentran estos días acometiendo tareas de limpieza, lijado, barnizado, eliminación de humedades, desbroce de accesos y mejora de canalones en templos como la Iglesia de San Roque, la de Santa Eulalia o la Capilla de Las Nieves
"Aquí se embarraba bastante el terreno y se ensuciaba la iglesia, así que la idea era crear una zanja de casi 20 centímetros de profundidad para luego poner unas placas de piedra", explica Sancho de Carlos, uno de los voluntarios en Puertas.
Un proyecto que nace en Cabrales
La iniciativa partió hace cuatro años del capellán del CEU, Daniel Rojo, natural de Pandiello y sobrino nieto del párroco cabraliego Don Pedro Fernández. Daniel propuso la idea al Servicio de Pastoral y Voluntariado de la universidad, que hoy coordina un equipo sólido con representación de todas las facultades y que ha encontrado en el concejo un lugar donde sembrar fe, esperanza y comunidad.
"Es un proyecto muy completo que implica que la universidad sale al encuentro de la realidad y se pone al servicio", resume Elena Cebrián, profesora de Periodismo. "Por la mañana trabajamos en las parroquias locales, y por la tarde nos encontramos con la gente del lugar y hacemos otras actividades deportivas y culturales".
Los voluntarios organizan sus días con una rutina que abarca el trabajo manual desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde, seguido de convivencia, juegos, excursiones y celebraciones religiosas. Las tareas se realizan gracias a materiales donados por los vecinos, apoyo logístico de ALSA, financiación de la Fundación Airamana y una aportación de 5.000 euros del Ayuntamiento de Cabrales para adquirir pintura y otros materiales básicos.
"Durante todo el año hablamos con los lugareños para detectar las necesidades más urgentes", explica Javier Lorenzo, coordinador de voluntariado, "el capellán conoce bien las iglesias más deterioradas y aquí nos venimos a echar una mano todos los veranos".
Más que un voluntariado
Quienes participan repiten. Algunos ya van por su tercera edición y quienes vienen por primera vez, se enganchan rápido. Y es que la experiencia no solo transforma el patrimonio local, también a los propios jóvenes: "El primer año fue increíble. Me parece una labor muy importante la que estamos haciendo, y es impresionante luego ver el agradecimiento de los vecinos", asegura Victoria Muñoz.
"Aprendemos a lijar, a desconchar, a pintar... Hacemos lo que se necesite", dicen Inmaculada Álvarez y Esther Pastor, mientras destacan lo bien que lo pasamos con los juegos y ratos de convivencia que organizan los monitores: "Fuimos a la procesión del Carmen, hoy iremos a Covadonga, haremos el descenso del Cares o subiremos al Urriellu"
La conexión con los vecinos ha sido, para muchos, lo más sorprendente. Durante las jornadas de trabajo, vecinas como Ángeles Berridi o María Victoria del Blanco se acercan a las iglesias para saludar, compartir una charla, agradecer su esfuerzo y llevarles algo de picar.
"Nos parece genial porque hacía mucha falta. Ellos son unos chavales muy alegres y es un gusto verlos trabajar", señala Ángeles, quien se bautizó, comulgó y se casó en el templo que están rehabilitando en Ortiguero.
"Un milagro" para los cabraliegos
Para el párroco cabraliego Don Pedro, esta movilización es "un milagro": "Están haciendo una labor encomiable y es un milagro que un grupo de muchachos como este esté aquí trabajando gratuitamente y por amor".
El objetivo del proyecto va más allá de la restauración material. Se trata también de abrir los ojos a una realidad poco visible, la del abandono del mundo rural, y responder desde la comunidad universitaria de manera concreta. Una forma de acompañamiento, como recuerdan desde la organización, dirigida tanto a los pueblos como a los propios voluntarios
"Estamos viendo una realidad de la que no se habla, como son las iglesias abandonadas y el poco cuidado que tienen. La gente del pueblo lo necesita", apunta Alejandra de Andrés.
"Los vecinos están encantados, porque supone recuperar todos esos espacios religiosos que también es patrimonio del concejo y que, de otra manera sería complicado de hacer", añadió el alcalde de Cabrales, José Sánchez Díaz.
La semilla sigue creciendo
En ediciones anteriores, los voluntarios intervinieron en Carreña, Poo, Oceño y Panes. En todos los casos, la huella del proyecto no solo se mide en bancos restaurados, zanjas cavadas o paredes pintadas, sino en los lazos que se han creado con las parroquias, los vecinos y entre los propios participantes.
"Patrimonio que da vida" se ha convertido ya en una referencia del compromiso universitario con el medio rural, una experiencia que nació con el deseo de construir comunidad desde lo pequeño, de la necesidad de aprender a valorar el patrimonio de los pueblos y de recuperar la dignidad de los templos que, con el tiempo, fueron quedando abandonados.
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