lunes, 16 de septiembre de 2024

NUEVOS HORARIOS

 


En la toma de posesión de D. Adolfo Mariño Gutiérrez como Párroco de San Tirso el Real. Por Joaquín Manuel Serrano Vila, Arcipreste de Oviedo


''¡Bendito el que viene en nombre del Señor!'' (Sal 118,26). Con este sentimiento recibimos en este día al que de ahora en adelante hará las veces de Cristo en medio de esta comunidad parroquial. Ante todo, debe ser un día de gratitud al Señor, que permanece fiel a su pueblo, que no nos abandona a nuestra suerte sino que nos concede los pastores que necesitamos para que nos den el alimento espiritual a nuestra hora. Agradecimiento a Don Ángel Rodríguez Viejo cuya vida ministerial se ha gastado a lo largo de toda una vida en esta feligresía, nada menos que 49 años de los cuales los últimos 25 han sido como párroco y los anteriores 24 como coadjutor. Un recuerdo para tantos sacerdotes que en la más que milenaria historia de esta parroquia han apacentando con celo a su pueblo: Don José Espiña, Don José Iglesias y el recordado párroco y arcipreste de Oviedo Don Feliciano Redondo Cadenas, cuya memoria sigue viva en este barrio y este arciprestazgo. 

Llega a vosotros un sacerdote con años y experiencia a sus espaldas, pero con un corazón y espíritu jovial, que conoce muy bien Oviedo de sus años de coadjutor de San Pedro de los Arcos y como primer párroco de San Melchor de Vallobin, curtido en las montañas de Grandas de Salime, en el asfalto gijonés del barrio del Carmen como párroco de San José y hasta ahora abad del Real sitio - santuario de Covadonga; Vicario Episcopal de Santuarios y párroco de la Riera. Os llega un sacerdote bueno y cercano, que siempre ha sabido integrarse e impregnarse en el humus de cada destino que ha recibido. Ayudadle, pues os necesita, arropadle como habéis hecho con Don Ángel hasta ahora, y evitad todo aquello que pueda dañar a la comunidad parroquial. Hoy más que nunca que somos menos en número, debemos de ser mejores en calidad de cristianos. Que a partir de hoy parroquia y párroco caminen a la par, teniendo presente nuestra realidad, nuestras flaquezas y nuestro futuro.

Querido Don Adolfo, llegas a una comunidad parroquial cuyas raíces se pierden en el tiempo junto al comienzo mismo de esta ciudad como sede episcopal. El Señor te regala una de las parroquias más antiguas de este Oviedin del alma, mandada construir por el rey Alfonso II para rendir culto al mártir soldado de Asia Menor, cuya devoción parece que llegó a la Península en época visigoda, tal vez por influencia de inmigrantes griegos. Su antigüedad y situación geográfica tiene también su pero, como les ocurre a sus hermanas de La Corte y San Isidoro que en las últimas décadas han experimentado como el Oviedo intra muros ha vivido y vive la pérdida de población, el envejecimiento de esta y la transformación de viviendas en negocios, y los comercios históricos del barrio en locales para el ocio nocturno. Ante esta realidad la Iglesia ha querido salir al paso uniendo lo poco que tenemos para ser más, no sólo en número, sino en sentido de misión. Me alegro que San Tirso, La Corte y San Isidoro tiendan hoy puentes entre sí para la acción caritativa, como hará falta a nivel catequético y dentro de no mucho también en lo litúrgico.

San Tirso es llamada la parroquia de la Catedral, pues ambas se miran con admiración, una como iglesia madre de la Diócesis y otra como sede parroquial. Ahora el ya también Vicario General de la Diócesis ya no es un sacerdote liberado de encomienda pastoral, sino que asume esta familia parroquial que a buen seguro cuidará con mimo. Parroquia real, con capilla real, como diría Don Feliciano para definir a la capilla del Santísimo, Rey de Reyes y señor de Señores. Querido Don Adolfo que encuentres en esta Parroquia, en este templo y en esta casa la paz que da saber que tan sólo somos humildes trabajadores de esta Viña. 

A la intercesión del bienaventurado San Tirso ponemos este hermoso ministerio que hoy comienzas, así como de Santa María invocada en este casco histórico como Madre de la Esperanza de la Balesquida, cuya Cofradía presume de ser la más antigua de nuestra nación. Esta parroquia ha sido hogar de Santos, no sólo los desconocidos como lo son tantos, sino que entre estos muros brilla la memoria de San Rafael Arnaiz que aquí adoró tantas horas al Santísimo, y de la sierva de Dios María Isabel González del Valle, fundadora de las Misioneras de las doctrinas rurales, bautizada en esta pila bautismal que hoy recibes. Bienvenido a San Tirso el Real, bienvenido de nuevo a Oviedo, bienvenido de vuelta a tu Casa

domingo, 15 de septiembre de 2024

«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En pleno mes de septiembre, iniciando el nuevo curso, celebramos el día del Señor este Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. Es un mes especialmente dedicado a la cruz; este fin de semana en muchos rincones de nuestra Diócesis se ha celebrado la Santa Cruz ayer, y hoy se honra a Nuestra Señora de los Dolores. En estos días también muchas personas peregrinan en nuestro entorno al Ecce Homo de Noreña, al Jubileo de la Perdonanza en la Catedral o al Santo Cristo de las Cadenas el domingo próximo. Por ello los textos de este día nos ayudan de forma especial ante este deseo nuestro de contemplar la pasión y muerte del Señor en estos lugares de especial devoción. El canto del siervo de Yahvé, en la primera lectura de Isaías, es la perfecta descripción de Jesucristo abofeteado y ridiculizado antes de ser conducido al calvario: ''por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado''.

Querer acercarse al Señor no debe ser tampoco algo para un día concreto o un momento puntual; ha de ser el reflejo de una realidad como lo es la de esforzarse por que toda nuestra vida sea un caminar en la presencia del Señor. La epístola del Apóstol Santiago trae a colación una realidad que cada jornada los creyentes tratamos de equilibrar en nuestra balanza: la fe y las obras, la oración y la acción. Santiago nos lo resume de forma clara y contundente «Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Pero de forma especial, quisiera detenerme en el evangelio de este domingo tomado del capítulo 8 de San Marcos donde nos encontramos al Maestro con sus discípulos camino de Cesarea de Filipo. Es muy importante este detalle, pues será en ese lugar donde Jesús establece el Primado de Pedro tras su confesión. No perdamos de vista esto, porque también Pedro tendrá su intervención en este pasaje. El Señor hace una pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»... Podría parecernos que hay una curiosidad que no viene a cuento, pero el tema no es que a Jesús le preocupara lo que se dijera la gente de él, o quién pensaran los demás de quien se trataba, lo que realmente quería saber el Señor era si los suyos sabían a quién seguían y a dónde se dirigían, y como convivían a diario con los comentarios que venían del exterior, les pregunta también a ellos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». 

La pregunta deberíamos hacérnosla cada uno de nosotros hoy: ¿Tú quien dices que es Jesús?... Pero no la respuesta no necesita palabras grandilocuentes, sino con el corazón y con los hechos; sin ideologías, adornos o conveniencias: sin trampas! A veces pretendemos engañar al Señor y engañarnos a nosotros mismos. De nada sirve gritar a los cuatro vientos que para ti el Cristo de Candás es lo más grande si eres incapaz de amar hasta el punto de hacer de los enemigos amigos, como Él nos pidió; de nada sirve ir descalzo al Cristo del Amparo a Nueva de Llanes, si luego el resto del año tus pies van por caminos ajenos al Señor; de qué nos sirve subir al Cristo de las Cadenas en Oviedo a besar su cruz, si luego ignoramos a los crucificados que a lo largo de todo el año pasan junto a nosotros. Acudamos ante esa imagen de Cristo que tanto amamos y digámosle como San Pedro: «Tú eres el Mesías», el Señor de mi vida, al que quiero seguir con mis palabras y obras hasta mi último aliento. No nos escandalicemos por la Cruz; nuestro Señor nos regala en ella la mejor lección de amor y entrega, y nos invita a dejar de rechazar nuestras propias cruces y abrazarlas dándoles un sentido pleno. Jesucristo nos ofrece el camino para llegar al cielo en este día: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?». En nuestras manos está seguirle adecuadamente o seguir nuestro propio camino. 

Evangelio Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».

Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías».

Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.

Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».

Palabra del Señor 

sábado, 14 de septiembre de 2024

Bajo el signo de la Santa Cruz. Por Monseñor Demetrio Fernández


El comienzo de curso nos trae siempre la fiesta de la Santa Cruz, el 14 de septiembre. Celebra la Iglesia en este día el triunfo de la Cruz de Cristo, el triunfo de Cristo crucificado. Ese triunfo desemboca en la resurrección, en la cual Cristo vence a la muerte como nadie más la ha vencido ni la vencerá en la historia de la humanidad, porque en esa resurrección se inaugura una vida nueva, que Jesús inaugura para nosotros. Pero ya la misma Cruz es un triunfo sobre el pecado, sobre el demonio, sobre todo lo que a Jesús le ha llevado a ese aparente fracaso de la Cruz.

La señal del cristiano y del cristianismo es la Santa Cruz, porque en ella murió Jesucristo para redimir a todos los hombres. La Cruz sin Jesucristo estaría privada de contenido. El mismo Jesús nos anuncia: “Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”, aludiendo al episodio del desierto. Aquellos nuestros antiguos padres en la travesía del desierto protestaron contra Dios, se cansaron de Dios y desconfiaron de sus planes. Esto les trajo como una epidemia de víboras, serpientes abrasadoras, que a quienes picaban les producía la muerte. Fue como una epidemia mortal: “Hemos pecado hablando mal contra el Señor… reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes”.

Para librarlos de este mal, Dios mandó a Moisés que elaborara en bronce una serpiente parecida a las que picaban mortalmente y la colocara como estandarte en medio del campamento. Los mordidos de serpiente miraban al estandarte de la serpiente de bronce y quedaban curados. En el símbolo de la serpiente encontraban la salvación, se veían libres de sus males.

Jesús conocía este pasaje y alude a él en la conversación con Nicodemo en el Evangelio: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna… Porque Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

Eso celebramos en el día de la Santa Cruz. El pecado, todo tipo de pecado mortal, nos acarrea la muerte, porque nos aparta de Dios y nos encamina a la muerte eterna. Jesucristo clavado en la Cruz se ha convertido en ese estandarte lleno de contenido, no sólo simbólico, sino real. Él ha pagado por nuestros pecados, restaurando nuestra imagen rota por el pecado y dándonos la gracia abundante que brota del costado de Cristo en la Cruz y que sana todas nuestras heridas.

En la Cruz de Cristo Dios dice al mundo hasta dónde llega su amor, hasta entregar a su Hijo por nosotros. En la propia Cruz, Jesucristo expresa su amor al Padre en obediencia y sacrificio hasta el extremo. Todas nuestras desobediencias quedan saldadas con creces por la obediencia del Hijo crucificado. El pecado que ha introducido una ruptura del hombre con Dios queda curado por una sobredosis de amor de Jesús al Padre y a los hombres. La Cruz es, por tanto, la máxima expresión de amor de Jesucristo a cada uno de nosotros y a toda la humanidad de todos los tiempos.

La Cruz, que era un patíbulo de condena a muerte en la cultura romana, se ha convertido por la muerte de Cristo vivida con amor como en una fuente de gracia y de amor para todos nosotros. ¡Cómo no vamos a mirar la Cruz como el resumen de todos los amores de Dios a nosotros y de todos los pecadores a Dios, que nos ha puesto el remedio en lo que era nuestra ruina!

Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo: “No os pido que penséis mucho, tan solo os pido que le miréis”, nos recuerda Santa Teresa de Jesús.

Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba (España).

Desde nuestro brocal: ''Descubriendo de nuevo América''

En este verano he podido acercarme con tres seminaristas y un diácono a una parte de México totalmente misionera. Gentes pobres, caminos de difícil acceso en una zona de alta montaña. Antes de que llegaran a esos valles profundos los descubridores españoles e hicieran la primera evangelización los misioneros franciscanos, antes de todos los antes, Dios estaba en esas tierras amando a las gentes sencillas que un día conocerían a Jesús y su Evangelio. Dios llega antes, jamás se marcha y se queda hasta el final de todos los tiempos. La misión no es algo ajeno a nuestra condición cristiana y el Señor nos lo muestra y recuerda de tantos modos sacudiendo letargos, removiendo comodidades y abriendo horizontes insospechados en esa impronta que está inserta desde nuestro propio bautismo. La pasión misionera cristiana implica dejar tierra, patria, casa, y dejarse enviar a donde Dios nos mande, como comenzó la historia del peregrino Abraham. Y así ha sido desde el primer momento de la Iglesia apostólica, y de todos los misioneros que en el tiempo de la Iglesia han sido enviados para anunciar la Buena Noticia hasta los confines de la tierra. 

Con esta apertura a cuanto Dios nos pueda señalar, fuimos a esa tierra apasionada tan profundamente mariana, tan sencillamente cristiana, en donde el color de la sangre también ha teñido de dolor demasiadas vidas por la violencia con todas sus formas. Pero es aquí donde se espera también el anuncio del Evangelio de Cristo, donde se desea el encuentro con su Gracia capaz de transformar por entero a cada persona, a cada familia, por más que resulte un reto tamaña transformación. Dios hace sus milagros, y normalmente los realiza a partir de un gesto, de un indicio, de una pobreza a partir de lo cual Él pone el resto como tantas veces hemos visto que sucedió en sus andanzas. Es como una reedición de tantos milagros y parábolas de Jesús: con la poquedad de escasos panes y peces, se sació una multitud y hasta les sobraron doce canastas. Se trata de la admiración de cómo el Señor hace su obra y realiza sus signos en medio y a pesar de nuestra precariedad personal y comunitaria como Iglesia. Basta dejar actuar a quien hace nuevas todas las cosas, a quien de unas tinajas vacías que se llenaron de agua, sacaron el mejor vino generoso que jamás se ha dado. Haznos Señor, instrumentos de tu Gracia, heraldos de tu Paz y mensajeros de tu Bien; que nuestros labios callados se pongan al servicio de tu Palabra y nuestras manos sólo tiemblen al repartir con ellas tus Dones. 

Pude administrar varios bautismos, confesar a niños y adultos, dar la primera comunión a un grupo de pequeños, confirmar a un montón de jóvenes, presidir el matrimonio de varias parejas de novios y administrar la unción de enfermos a unos ancianos en su fase casi terminal por graves dolencias tumorosas. Todo un despliegue de anuncio de una buena noticia, que también a mí me alcanzaba. Porque lo que entregas a los sencillos Dios te lo devuelve con lección de sabiduría, y lo que repartes a los pobres Él te lo multiplica a raudales haciéndote rico gratuitamente. 

Ahora queda desandar los caminos y regresar al habitual escenario de la normalidad cotidiana, donde nos aguardan tantas cosas. Unas más o menos conocidas y previsibles. Otras supondrán un reto por su indómita sorpresa que me acercará el sinsabor de los disgustos o la gratitud por inmerecidas alegrías. Atrás están esos días inolvidables. Y como la vida sigue y no tiene pausa, he de tomarme un tiempo para asimilar tantas cosas con las que el Señor ha querido venir a mi encuentro en esta misión inesperada. Al tiempo que ante su presencia hacernos la pregunta de si estamos dispuestos a dejarnos enviar como Diócesis a una nueva misión, esta vez en lengua española. El Señor nos quiere abiertos y acogedores de tantos hermanos que nos quiere confiar. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

viernes, 13 de septiembre de 2024

Las banderas de la torre anuncian ya el inicio del Jubileo en la Catedral


(Iglesia de Asturias) Una por cada punto cardinal rodeando la torre y una quinta en la aguja, junto a la cruz que la culmina. Cinco banderas, vexilla, rojas, y de ellas la más grande, con la cruz de la victoria impresa, ondean ya, desde esta mañana de viernes, en la torre gótica de la Catedral de Oviedo, anunciando que, en tan solo unas horas, comenzará el Jubileo de la Santa Cruz. Al igual que el año pasado, el encargado de su colocación ha sido el ovetense Joaquín Álvarez Sánchez, Guía de Montaña y Vocal de la Federación Asturiana de Montaña (Fempa). Comienzan a partir de mañana, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, unos días en los que, como explica Benito Gallego, Deán del Cabildo de la Catedral, «se puede recibir la indulgencia plenaria, no solamente para nosotros, sino también aplicable a los difuntos, con las condiciones generales que señala la Iglesia, y siempre con una visita piadosa a la Catedral», una «gracia muy especial que tenemos que saber aprovechar», destaca.

«Señor, enséñanos a orar, mirando a la cruz» es el lema del el Jubileo este año, recordando el Año de la Oración propuesto por el Papa para este 2024, como preparación para el gran Jubileo del 2025. Con este motivo, la mayor parte de las celebraciones eucarísticas jubilares estarán presididas por «religiosos que tienen parroquias o que están trabajando en nuestra diócesis», como señala el Deán de la Catedral. «El sábado y el domingo atendemos la Misa Jubilar desde el Cabildo –afirma–, pero después comienzan ya los religiosos: el lunes, el P. Roberto Gutiérrez, Carmelita; el martes, el P. Miguel Ángel Niño de la Fuente, Misionero del Corazón de María; el miércoles, el P. Francisco Panera, Dominico; el jueves, el P. Teodoro García, Jesuita; el viernes, el P. Rodrigo Sevillano, Pasionista, y finalmente el sábado, fiesta de San Mateo, presidirá el Deán. Todas las eucaristías serán a las 18,30 h menos en San Mateo, que será a las 12 h».

Además, una hora antes de las eucaristías, a partir de las 17,30 h, se podrá recibir el Sacramento de la Penitencia en la Catedral y en todas las celebraciones eucarísticas se expondrá sobre el altar la Cruz de los Ángeles (siglo IX), que habitualmente se conserva en la Cámara Santa.

Como es tradición también, al finalizar la eucaristía del día 14 y la del día 21, se mostrará el Santo Sudario frente al altar mayor para la veneración de los fieles. Durante todo el Jubileo, además, el Santo Sudario permanecerá descubierto en la Cámara Santa, sin la urna que habitualmente lo protege.

La Perdonanza o el Jubileo de la Santa Cruz se remonta al menos al siglo XVI, una celebración antiquísima que responde a una tradición de más de diez siglos, y que además proviene de unos privilegios otorgados en su momento por considerarse la ciudad como el relicario de las Cruces de Oviedo, lugar muy frecuentado de peregrinación, al custodiar unas reliquias tan especiales. El Papa Eugenio IV, en una Bula del año 1438, concedía la indulgencia plenaria a cuantos visitaran la Catedral de Oviedo el día de la Exaltación de la Santa Cruz, o los ocho días anteriores o posteriores del año en que tal festividad ocurriera en viernes. Con los años se sucedieron algunas variaciones, hasta que, en el año 1982, con motivo de la reposición de la Cruz de la Victoria, restaurada, en la Cámara Santa, la Santa Sede, con el Papa Juan Pablo II a la cabeza, concedió la gracia de la indulgencia plenaria durante los días 14 al 21 de septiembre; práctica que continúa intacta hasta nuestros días.

El miércoles los dominicos, el padre Francisco Panera, el jueves los jesuitas, padre Teodoro García y el viernes vendrá el pasionista de Mieres, padre Rodrigo Sevillano. Y luego ya pues concluye la catedral, el sábado y por la mañana.

13 de Septiembre: San Maurilio de Angers, el monje obispo que dejó todo para hacerse jardinero

(Rel.) Nació en el siglo IV, cerca de Milán (Italia). Su padre era gobernador de la provincia romana, y como su madre, eran de sólida fe cristiana. Y tanto la procuraron para su hijo que le pusieron bajo la instrucción del gran San Martín de Tours, que hacía vida monástica en Milán.

Bajo la tutela del santo aprendió los rudimentos de las letras, las Sagradas Escrituras, junto con la piedad y el gusto por las cosas sagradas. Desterrado San Martín, siguió su formación con ilusión de consagrarse a Dios en la vida monástica, y apenas pasó un tiempo, otro grande le tomó junto a sí: San Ambrosio, quien le hizo lector de su catedral, con vistas a ordenarle presbítero cuando llegase el momento.

Muertos sus padres, quedó libre de las ataduras del mundo, por lo que entregó todos sus bienes a los pobres y se dedicó al estudio y la piedad. San Ambrosio tenía grandes ilusiones con él, pero Maurilio seguía anhelando a su maestro San Martín y la vida monástica, por lo que luego de pedir socorro a Dios, decidió ingresar en un monasterio. Enterado que San Martín, que ya era obispo de Tours había edificado un monasterio del cual elegía a su clero, se fue en su busca, para profesar bajo su mano.

En el monasterio volvieron a florecer todas sus virtudes: era ejemplo de piedad, humildad, prontitud en el cumplimiento de la Regla. Obedecía siempre, era fervoroso y jamás perdía el tiempo en ociosidades. Llegado a la edad prudente, San Martín le ordenó presbítero, a pesar de las protestas de humildad de nuestro santo. Algunos le hacen abad de este monasterio.

Siendo sacerdote sus virtudes y celo le llevaron a otra faceta desconocida: la de apóstol. Tal como preveían Martín y Ambrosio, Maurilio apenas ordenado se lanzó a la conversión de los paganos y los bárbaros que iban poblando los territorios del Imperio. Se prodigaba entre el servicio del altar, la predicación, la denuncia de las injusticias y la caridad para con los pobres.

Su primer destino fue Anjou, donde el nombre de Cristo era pasado por alto, a pesar de ser conocido. Con su palabra y ejemplo convirtió a muchos y enfervorizó a los cristianos. Luego pasó a Angers, donde efectuó el milagro de hacer caer fuego desde el cielo sobre un templo pagano donde aún se realizaban cultos y sacrificios a los dioses. Esto provocó una cascada de conversiones de paganos, los cuales construyeron una iglesia sobre las ruinas del templo.

No le faltaron milagros para convencer a su pueblo: sanó a un pagano de nombre Saturno, que estaba baldado de las manos, de nacimiento. Fue presentarse el hombre y trazar la señal de la cruz el santo, que aquel quedó libre de su mal. Ciegos, poseídos, niños muertos y resucitados… toda clase de males pasaron delante de Maurilio, y este con la bendición de Dios, les daba solución mediante sus milagros.

Enterado de que unos paganos habían escondido sus ídolos en una cueva para que el santo no se enterase, allá se fue y apenas conminó a los demonios que en los ídolos se escondían, estos clamaron: “Maurilio, ¿por qué nos persigues en todas partes? ¿También nos vienes a arrojar de este último refugio? ¿No nos has de conceder paz ni tregua?” A lo que el santo respondió haciendo la señal de la cruz e invocando el Santísimo Nombre de Jesús, mandándoles a los diablos desaparecieran de sus dominios, cosa que hicieron los demonios con grandes aullidos.

Lo siguiente fue reunir las estatuas y prenderles fuego en un monte, donde luego se levantaría un monasterio e iglesia dedicados a Nuestra Señora, en el cual entrarían algunos de los convertidos.

Doce años sirvió Maurilio de apóstol en Angers, desterrando en ese tiempo todo vestigio de paganismo y haciendo crecer una comunidad cristiana piadosa y caritativa. Al cabo de ese tiempo murió el obispo (que algunos hacen coincidir con San Próspero de Aquitania, 25 de junio) y el clero y el pueblo eligieron unánimemente a Maurilio.

Se resistió tanto que hubo que llevarle a la fuerza a la catedral, donde le recibió San Martín. Allí cesaron sus protestas cuando se vio descender sobre él una paloma blanca, que todos tomaron como signo de elección divina. Toda la ceremonia de consagración episcopal estuvo la paloma sobre el hombro del santo, hasta desaparecer.

De obispo redobló sus actividades apostólicas de predicación y caridad. Pero recordaréis que lo que anhelaba el santo era la vida monástica, así que al cabo del tiempo ya estaba más que triste con su destino como obispo. Tristeza que se aumentó al morírsele un niño sin el sacramento del bautismo por no haber llegado a tiempo, a pesar de no ser culpa suya, pues tenía que terminar la liturgia.

Así que decepcionado, a san Maurilio no se le ocurrió más que abandonar de noche la ciudad. Disfrazado, tomó un barco en el puerto, que le llevaría a Bretaña. Tenía en sus manos las llaves de la catedral, con las que no sabía que hacer, cuando de pronto vino un golpe de mar, se las arrancó de las manos y se hundieron en lo profundo del océano. Lo tomó el santo como signo del cielo, y se prometió: “no volveré a la tierra que dejé hasta que aparezcan estas llaves”.

Llegando a Bretaña, se colocó de jardinero en casa de un señor, y pronto destacó entre todos los sirvientes por su modestia, prontitud para el trabajo, paciencia y piedad. Siete años sirvió el santo como jardinero, en tanto que cuatro presbíteros de su clero le buscaban por medio mundo. Llegados unos hombres a la costa bretona, vieron una piedra resplandeciente, y acercándose, leyeron las letras de oro que había en la piedra: “Por aquí pasó Maurilio, obispo de Angers”, con lo que tomaron más deseo de hallarle.

Estando ya de camino, un enorme pez saltó del mar hacia la cubierta del barco. Si se sorprendieron al verle, más aún lo hicieron cuando al abrirlo (para comerlo, supongo) hallaron las llaves de su catedral en el estómago del pez. En un principio pensaron que el santo se habría ahogado, pero una visión les advirtió de su error, confirmándoles que estaban en buen camino para hallar a su amado obispo.

Nada más llegar a Inglaterra supieron de un virtuoso jardinero de origen extranjero, del que se hablaban prodigios. Y a casa del señor se fueron, hallando a Maurilio encargado de su jardín, y viéndole, se postraron ante él y le besaban las manos. Le enseñaron las llaves y el santo, comprendiendo que Dios le respondía a su promesa, decidió volver a su diócesis.

Pero la cosa no quedó ahí, pues la pena por el niño muerto aún le atenazaba, así que nada más llegar a Angers (donde fue aclamado con júbilo), fue a la tumba del infante. Allí oró por él, y el niño volvió a la vida, luego de siete años. El santo obispo le bautizó y confirmó, y como había sido "renacido", le llamó Renato, tomándolo bajo su protección. Llegó este niño a ser el sucesor de Maurilio, le conocemos como San Renato de Angers (12 de noviembre).

Vuelto a la sede, nuestro santo renovó sus afanes apostólicos, corrigiendo abusos, predicando, socorriendo a los necesitados, construyendo monasterios e iglesias, sustituyendo fiestas paganas con rogativas y ceremonias cristianas. Pero la vida monástica seguía llamándole, por lo que luego de unos años, junto a Renato se retiró a una ermita en Sorrento, donde finalmente falleció el 13 de septiembre de 437, casi con 90 años.

Se vieron extrañas luces en el cielo y unas monjas cercanas oyeron cánticos angélicos. Fue enterrado en la necrópolis de Sorrento, de donde se trasladaron sus reliquias a Angers, en cuya catedral son veneradas aún. Es abogado de jardineros, paisajistas y pescadores. Se le invoca para no morir sin sacramentos, contra la parálisis, la gota, la artritis y en general contra cualquier enfermedad que impida la movilidad.

jueves, 12 de septiembre de 2024

El Cristo de Candás, una devoción tras la estela de Covadonga

Veneración a la talla del patrón marinero

 

Detalle de la imagen del Cristo de Candás. Imagen coloreada antiguo con tecnología I.A. 


El Museo del Traje de Madrid tiene en su colección exvotos que evidencian la veneración que siempre hubo en torno a la talla del patrón marinero

El Cristo de Candás, una devoción tras la estela de Covadonga ALICIA VALLINA

La Nueva España

"Rosalía Río, una joven mujer asturiana aquejada de fiebres altas provocadas por una enfermedad infecciosa apenas tiene esperanzas de vida. Nos encontramos en el año de 1842". La muchacha es una gran devota del Cristo de Candás , pues sabe de su poder sanador. «No en vano ya ha curado a varios de sus vecinos aquejados de importantes males. Son muchos los que le piden al milagroso Cristo la sanación de Rosalía y quienes rezan con asiduidad frente a la poderosa imagen en la iglesia de San Félix de la localidad asturiana (levantada en el siglo X)». Tras unos agónicos meses de sufrimiento, la enferma recobra milagrosamente la salud. "¡Ha vuelto a suceder! Una vez más el Todopoderoso ha obrado lo imposible".

La leyenda dice: "Padeciendo Rosalía Rio....... dos años. siguiendo los flujos con fiebre pútrida y sin la menor esperanza de vida, ofreció este su retrato al Santísimo Cristo de candas y al poco tiempo cobro salud... Año de 1842.

Por eso, la familia decide que sea un vecino, con ciertas aptitudes artísticas, quien realice un retrato de la enferma frente a la imagen del Salvador para agradecer su curación. "Se trata de un exvoto pictórico de carácter naif, casi infantil, en el que Rosalía, completamente sana, vestida de asturiana y adornada con pendientes y collares de coral, se muestra de medio cuerpo, mirando directamente al espectador, mientras une sus manos en actitud orante. Una imagen del Cristo de Candás cuelga de la pared situada a la derecha del espectador". La leyenda que narra lo sucedido se localiza en el faldón de la rudimentaria tabla. Apenas cuatro líneas de agradecimiento a quien ha devuelto a la vida a Rosalía, hace ya casi un siglo. El exvoto mencionado forma hoy parte de las colecciones del Museo del Traje de Madrid y es solo "una de las muchas evidencias de la importancia de esta advocación, no solo para los asturianos, sino para muchos peregrinos y foráneos que, alguna vez, tuvieron la oportunidad de encontrarse frente a su hermosa talla".
El cristo de Candás rescatado del mar. Imagen del mural candasín que muestra a los pescadores bajando
 al Cristo, tras ser rescatado del mar. Imagen coloreada antiguo con tecnología I.A.

«Bien conocida es la historia de la aparición de la milagrosa figura en el mar de Irlanda gracias a la casualidad y a la pericia de varios pescadores candasinos que rescataron de sus bravías aguas, en pleno siglo XVI, una de las imágenes más veneradas por religiosidad asturiana». Su historia se recoge en obras de arte, exvotos, esculturas y grabados, muchos de ellos gracias al impulso, e incluso el patrocinio, de la Cofradía del Santo Cristo de Candás, que viene celebrándose desde el año 1654.

Fiestas del Cristo de Candás. Subida de la Baragaña. Virgen del Rosario y el Palio seguida del baldaquino con Santísimo y la forma. Año 1915. Imagen coloreada antiguo con tecnología I.A. WIKIPEDIA. Memoria Digital de Asturias 

Sin embargo, la talla que hoy en día podemos contemplar en la iglesia de Candás no fue la rescatada casi cinco siglos atrás por los mencionados pescadores. "Esta fue expoliada y quemada por las tropas republicanas durante la Guerra Civil tras el asalto y saqueo del templo de San Félix. Solo sobrevivió el retablo parroquial, realizado por Esteban Fernández Perdones en 1734, gracias a la valentía y determinación del artista local Antonio Rodríguez García, conocido como Antón (en cuya localidad el malogrado artista posee un museo dedicado a su figura, inaugurado en 1989), quien lo desmontó y escondió junto a otras importantes piezas religiosas».

Dos ejemplos de exvotos típicos. La Nueva España.

Antón conocía bien las obras custodias en la iglesia de Candás, pues "había estado retenido allí, sin motivo aparente y por tropas republicanas, durante unos 50 días en el verano de 1936". Los destinos del retablo y de Antón fueron dispares. «Desgraciadamente este último terminó siendo fusilado el 19 de mayo de 1937 en el "campo de trabajo" de Murias de Candamo, con apenas 26 años». El retablo corrió mejor suerte y hoy en día aún podemos contemplarlo en su ubicación original. La talla del Santo Cristo fue de nuevo realizada, esta vez por el escultor compostelano Maximino Magariños Rodríguez, especialista en imaginería religiosa. «Se trata de un Cristo crucificado con tres clavos, de largos cabellos y costillar marcado, con una calavera a sus pies, símbolo de la muerte y de la transitoriedad de la vida terrenal».

Santísimo Cristo de Candás, encontrado en las aguas de Irlanda hacia 1530 por balleneros asturianos. 
Imagen coloreada antiguo con tecnología I.A

«La localidad de Candás en su día grande, el 14 de septiembre, celebra la festividad del santísimo Cristo, patrono de todas las cofradías de pescadores de Asturias y una de las imágenes más emblemáticas y poderosas para los fieles asturianos». Su fuerza sanadora y curativa sigue aún muy viva en buena parte de las piezas, huecas en el interior y realizadas en cera o parafina (entre ellas manos, brazos, piernas y bustos, generalmente femeninos, que penden de cuerdas de cáñamo para su suspensión), que forman parte de las colecciones del madrileño Museo del Traje y que supusieron la curación, no solo de Rosalía Río, sino de muchos otros que transmitieron su poder de generación en generación hasta convertir «al Cristo de Candás en la segunda imagen asturiana más venerada tras la Santina». Ahí es nada.


Traje festivo de asturiana de La Chata, Asturias, ca. 1855. Es un traje procedente de la testamentaria de la Infanta Isabel de Borbón y Borbón, La Chata, que fue regalado a la reina para su hija en el verano de 1858, en el trascurso del viaje familiar a Castilla-León, Asturias y Galicia. La costumbre de ofrecer presentes a los reyes a lo largo de su itinerario de viaje está documentada en las crónicas y noticias de prensa de la época (...). Museo del Traje. CIPE (Centro de Investigación de Patrimonio Etnológico). Ministerio de Cultura del Gobierno de España 

FUENTE: ALICIA VALLINA VALLINA. Publicado por La Nueva España el 21·01·24.

Dulce nombre de la Virgen María

(COPE) La Madre no puede estar separada del Hijo en todo el Misterio Salvador y compartir todo lo que el Señor hace por la humanidad y su Redención. Hoy celebramos el Dulce Nombre de María. Esta celebración tiene lugar cuatro días después de la Natividad de Nuestra Señora. Tal y como se prescribía en la Ley Judía, ocho días después tocaba poner nombre al recién nacido.

Y es la Liturgia la que, recogiendo esta tradición, puso ocho días después del nacimiento de Cristo, el Dulcísimo Nombre de Jesús. De igual modo, introdujo en el Calendario Cristiano la festividad del Dulce Nombre de María, en las jornadas siguientes al 8 de septiembre.

Este nombre hebreo, en latín es Domina, que significa “Señora”, y, aplicado a la Virgen, hace referencia a su condición de Reina de todo lo Creado, por ser la Madre de Dios. Implorar este Santo Nombre, es pedir su ayuda y su papel de Abogada e Intercesora nuestra para que vuelva hacia nosotros esos sus ojos llenos de misericordia y nos muestre a Jesús, Fruto bendito de su vientre. De esta manera ruega continuamente para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de Jesucristo, como rezamos en la Salve.

Esta fiesta, se empezó viviendo en España, tras obtener el permiso de la Santa Sede el año 1513, siendo el Papa Inocencio XI, el que decretó que dicha memoria se extendiese a toda la cristiandad, en el año 1683. San Bernardino de Siena fue el gran difusor del Santísimo Nombre de Jesús, además de ser el gran impulsor de su festividad. Lo mismo pasa con el Dulcísimo Nombre de María. De esta forma, se tributaba a la Señora del Cielo, un recuerdo especial, tras la batalla de austriacos y polacos contra los turcos en Viena.

Oración de San Alfonso María de Ligorio para invocar el nombre de María:

¡Madre de Dios y Madre mía María! Yo no soy digno de pronunciar tu nombre; pero tú que deseas y quieres mi salvación, me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura, que pueda llamar en mi socorro tu santo y poderoso nombre, que es ayuda en la vida y salvación al morir.

¡Dulce Madre, María! haz que tu nombre, de hoy en adelante, sea la respiración de mi vida. No tardes, Señora, en auxiliarme cada vez que te llame. Pues en cada tentación que me combata, y en cualquier necesidad que experimente, quiero llamarte sin cesar; ¡María!

Así espero hacerlo en la vida, y así, sobre todo, en la última hora, para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado: “¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!” ¡Qué aliento, dulzura y confianza, qué ternura siento con sólo nombrarte y pensar en ti!

Doy gracias a nuestro Señor y Dios, que nos ha dado para nuestro bien, este nombre tan dulce, tan amable y poderoso. Señora, no me contento con sólo pronunciar tu nombre; quiero que tu amor me recuerde que debo llamarte a cada instante; y que pueda exclamar con san Anselmo: “¡Oh nombre de la Madre de Dios, tú eres el amor mío!”

Amada María y amado Jesús mío, que vivan siempre en mi corazón y en el de todos, vuestros nombres salvadores. Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre, para acordarme sólo y siempre, de invocar vuestros nombres adorados.

Jesús, Redentor mío, y Madre mía María, cuando llegue la hora de dejar esta vida, concédeme entonces la gracia de deciros: “Os amo, Jesús y María; Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía”.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Vida y testimonio de la religiosa clarisa Sor María L. Valdés Díaz OSC. Por Sor Mª Luisa Picado Amandi O.S.C.

Era esbelta y elegante, inteligente, distinguida en el vestir y hermosa de rostro. De familia muy bien acomodada. Estaba estudiando en la Academia Mortera Comercio Mercantil, en su ciudad natal, Gijón, donde obtenía siempre las mejores calificaciones. El arte musical también suponía un factor importante en su vida, heredado de su padre, y formada por él en los conocimientos iniciales de solfeo y piano. Además pertenecía al equipo de baloncesto de su ciudad natal, en el que destacaba como una joven gacela. Intrépida y decidida, no se le ponía nada por delante. Su vida era pura actividad, al amparo de una familia que le proporcionaba todo lo que humanamente una muchacha pudiera apetecer: bienestar, equilibrio, amor, apoyo incondicional... Militante fervorosa de la Acción Católica, desplegaba un gran apostolado en el aspecto religioso... Los muchachos de la época..., ¡¡se la rifaban!! Vivía en Ceares, en una mansión señorial, rodeada de hermosa finca, situada a las afueras de.....Se llamaba Mª Luisa Valdés Díaz. Hacía el número siete, en un hogar de nueve hermanos. En su entorno íntimo era conocida simplemente como Mary.
Mary era una muchacha polifacética, toda actividad y éxito. En cualquier actividad que emprendía ponía empeño e interés. Para ella no se habían hecho las medias tintas... Como consecuencia, los resultados eran óptimos. Dotada por la madre naturaleza de unos reflejos mentales y físicos extraordinarios, los supo aprovechar en todas las circunstancias que le salían al paso en la vida. Siempre estaba a punto para ayudar aquí o allá, en parroquias, equipos deportivos, grupos benéficos...
Aquella tarde lluviosa del mes de febrero la buscaba Elvira Llama, compañera de estudios y fiel amiga:
— Mary, ¿dónde te metes, mujer? Llevo buscándote dos horas.
— Pues ¿dónde me has estado buscando? Ya sabes la de actividades que llevo entre manos... Cada día me meto en más follones ... Esto es...¡imposible! ¡Voy a decir a todo que no! ¡Que me dejen en paz! ¡Tengo bastante con los estudios; al fin y al cabo es lo prioritario para mí! ¡¡Si es que me vuelven loca, Elvira!!
Elvira comprendió que no era buen momento para hacerle la propuesta que ella le llevaba. No se atrevió a abordar el tema. La miró de reojo, a ver qué cara iba poniendo; al ver que la marea no bajaba de tono le dijo, como en un susurro:
— Te está buscando el director de la Academia. Quiere hablar contigo.
— ¿Para qué? ¿Sabes algo?¿Que comisión me traerá?
A Elvira, tímidamente se le sonrojaron las mejillas al mentirle diciendo:
— No sé nada. ¿Por qué no vas verlo al despacho?
— Bueno, anda; ya veré de qué tiempo dispongo esta tarde.

Cuando daban las seis de la tarde, Mary miró a través de los cristales empañados por el agua que caía sobre ellos tranquila y suavemente, como una caricia, salpicando de gruesas gotas, que se adherían a la lisa superficie del cristal, resbalando una tras otra, hasta ir a parar al marco de madera que recogía amorosamente la humedad. En su cabeza bullían un sin fin de interrogantes, con aquello de que el Director quería verla. ¿Qué tripa se le habría roto? Sí, antes de emprender el regreso a su casa pasaría por su despacho, como le había aconsejado su amiga.
Cuando terminó la clase, resuelta y decidida, dirigió sus pasos hacia el despacho de D. Manuel. Llamó a la puerta con los nudillos de la mano. Oyó que decían desde dentro:
— ¡Adelante!
Entró con paso firme, diciendo:
— Buenas tardes, D. Manuel.
— ¡Hola Mary ¿qué te trae por aquí?
— ¿Cómo que qué me trae? Usted me buscaba ¿no?
— ¡Oh, sí, es cierto! No me imaginé que ya lo supiera. Pues vamos al grano sin más dilación: yo quería que te apuntaras para el equipo que estamos formando de baloncesto. Tenemos planes de formar un gran equipo femenino... Y estoy invitando a las chicas que me parecen tener cualidades para formarlo. En el caso tuyo más que una invitación es un ruego. Yo sé que tú eres rápida... ¡Serías una pieza fundamental en el equipo.
Maria Luisa llevó la mano derecha a la cabeza que pasó por cabello rápidamente en un gesto de contrariedad. Y exclamó:
— ¡Santo Dios! ¡Era lo que me faltaba! Le advierto que no es un deporte que me atraiga demasiado.
— Eso no importa de momento. Le cogerás el gusto poco a poco. ¡Estoy seguro!
— ¿De verdad usted cree que puedo aportar algo?
— ¿Algo? ¡Algo no; muchísimo!
Mary miró a D. Manuel de hito en hito. ¿De verdad confiaba en ella de sea manera? Si realmente ella pudiera aportar su granito de arena para formar un gran equipo... Empezó a dudar...
En la calle seguía cayendo la lluvia pertinazmente, pero ya no sentía la musiquilla acuática rebotar contra los cristales, ni contra la acera... Ahora sólo tenía en la cabeza el bullir de dudas e indecisiones. Dubitativa, le dice a D. Manuel:
— Mañana la doy le respuesta. ¡Lo voy a pensar! Déme un poco de tiempo.
— ¡Estupendo! Pero..., por favor, ¡dime que sí!
— ¡Ya veremos! Hasta mañana, pues.
María Luisa no era chica de dudas y vacilaciones. Enseguida decidió que sí; que tenía que prestar al equipo su ayuda y colaboración. Si acudía a todas partes donde era reclamada... ¿por qué no iba a dedicar un poco de su tiempo a una causa sana y noble como aquella? Además, aquél podía ser un momento histórico. Si realmente conseguían ser un gran equipo, podrían salir a competir con equipos fuera de Asturias... ¡Se estaba entusiasmando! Y eso..., ¡¡era peligroso!!
A la mañana siguiente aparece por el despacho de D. Manuel, y le dice resuelta y satisfecha:
— Buenos días, D. Manuel.
— Buenos días, Maria Luisa. ¿Ya has pensado y decidido sobre lo propuesto ayer?
— Sí, ya está decidido. ¡¡Jugaré con la Academia Mortera!!
— ¡Estupendo! ¡¡Uff!! ¡Estoy convencido que vais a llegar muy lejos! –dijo D. Manuel clavando los ojos en ella— Habla con Elvira Llama y cuéntale tu decisión. Ella también es buena jugando.
— Desde luego que sí. Ya la pondré al corriente de todo ¡Se va a alegrar mucho!
Mary dio por terminada la entrevista. Se despidió cortésmente de él, y salió del despacho en dirección a su clase. Estaba satisfecha e ilusionada. Deseaba ver a Elvira para contárselo.
Pasaron varios meses. El equipo se había consolidado rápidamente, por medio de una disciplina realmente envidiable: horario de entrenamientos, estudio de normas y reglas de juego, ejercicios físicos para estar en forma... Tan estupendo equipo formaban que Falange pidió a la Academia tres chicas de las más cualificadas, para reforzar su equipo con vistas a competir en Madrid, Santiago, Valladolid, Santander, Ávila, etc. Entre las escogidas no podía faltar Mª Luisa Valdés.
Duro fue para ella aquel año 1943, cuando su hermano Juan se encontraba a las puertas de la muerte, y el equipo se preparaba para jugar en Valladolid. . Les había advertido con antelación que en esta ocasión no iba a jugar, pues la circunstancia familiar no era la propicia para faltar de casa. Tampoco se encontraba en condiciones de dar lo mejor de sí misma sabiendo que su hermano se iría definitivamente en cualquier momento. A pesar de ello la estaban reclamando continuamente. Todos los días recibía una llamada desde Valladolid interesándose por el enfermo, sí; pero también cerciorándose si habría cambiado de opinión. Sin ella se sentían huérfanas y desamparadas. Faltaba una pieza clave en el núcleo del equipo. El día 11 de julio fallecía Juan en plena juventud. En aquellos momentos lo que menos pensaba Mary era en que su grupo se iba a debatir intensamente con otro buen equipo... Integrada plenamente en la familia vivió con ella este trago doloroso y amargo del adiós a un ser tan querido y entrañable. Al día siguiente, después de las exequias, su padre le dice:
— Mary, ¿cómo estás?
— Como todos, papá
— ¿Qué piensas hacer respecto al equipo? ¿Los vas a dejar?
— ¡Sí! —musitó Mary conteniendo las lágrimas—. Quiero estar con mamá y contigo. ¿No te parece?
— Como tú quieras, hija. Pero con mamá estoy yo y todos tus hermanos. Yo creo que puedes ir.
— ¿De verdad te parece que debo ir?
— Pienso que sí. Podrías ayudarlos.
— Entonces...¿preparo viaje?
— Sí, hija; que Dios te bendiga.
— ¿Quién se lo dice a mamá?
— ¡Tranquila; se lo digo yo!
Y así, al día siguiente, emprendió el viaje a Valladolid. Iba desganada, como arrastrada a la fuerza por una mano invisible. No obstante, a pesar de su juventud, estaba acostumbrada a poner por encima del sentimiento el cumplimiento del deber, la obligación... Y en cierta manera, se creía obligada a echar una mano a sus compañeras, aunque no fuera más que por lo que confiaban en ella. En el corazón llevaba el dolor sangrante de la muerte de Juan, que nadie le iba a quitar. Físicamente pondría todo el interés en jugar como si nada hubiera pasado. Quizá su hermano, desde la otra orilla, la estuviera protegiendo. Aquella tarde, pensando en él, salió a la cancha de juego.
Las victorias de su equipo se iban sucediendo en diversas ciudades españolas. Entre los aficionados al baloncesto, pronto se extendió su fama. Y era consabido el estribillo de los contrarios, que les decían nada más verlas aparecer: “Aquí llegan las asturianas; ya se conoce que están de comer buena fabada, pues juegan con tal ímpetu, que se apoderan del campo en un abrir y cerrar de ojos...”
Otra de sus aficiones cultivada con esmero, desde niña, era la música. A los ocho años ya se ponía a dirigir el coro de niñas cuando faltaba el director. Y... ¡con qué salero! ¡No se le ponía nada por delante! Su padre la había iniciado en el lenguaje musical,
—llamado entonces solfeo—pasando después a recibir clases particulares con D. Ignacio Uría, director de la Escuela de Música de Gijón, que fue un gran profesor con el que estudiaban la mayoría de los músicos de la ciudad. Al fallecer éste, ocupó el puesto de director D. Enrique Truhán, reconocido musicólogo y compositor, que a su vez era profesor de su hermana Anita. Pronto, muy pronto, se gana la admiración y el cariño de su nuevo maestro, y comienza para ella una etapa de perfeccionamiento en el arte y técnica del piano. El cariño y la admiración mutua que se tenían maestro y alumna, duraría toda la vida. Cuando los párrocos de Gijón se percataron de su habilidad artística, le empezaron a llover las peticiones de tocar en todos los eventos habidos y por haber en las parroquias. Mª Luisa, siempre solícita, acudía a todas partes. Tanto es así que el entonces cura de ................. le dijo en una ocasión:
— Jovencita, tú eres como Dios.
— ¡No será para tanto! —le responde ella— Pero, me intriga la afirmación; ¿por qué me lo dice?
— Pues hija, es que estás en todas partes. Tan pronto te encuentro aquí, como en San Pedro, como en San José...
— Pues ustedes tiene la culpa, que me llaman.
A decir verdad tampoco le llevaba mucho tiempo preparar el repertorio, puesto que sus rápidos reflejos la permitían repentizar las partituras a primer golpe de vista. Su actuación como organista no se limitaba al tocar el órgano u armonio, la mayoría de las veces intervenía cantando con el coro y dirigiendo al mismo tiempo.
Había cursado sus estudios, siempre con notas brillantes, en la Academia Mortera, pasando después a examinarse en la Escuela de Comercio. Enseguida de concluir los estudios, se colocó en el comercio “Casa Florina”, para llevar la contabilidad. Pero..., ¡a buena parte con Mary! ¡Aquello le quedaba pequeño!, además de contable era dependienta, asesora..., y...¡de lo que hiciera falta! Allí donde pudiera ayudar...¡estaba ella!
Una anécdota peregrina vino a cambiar el rumbo de su vida. Un buen día se encuentra con un P: jesuita, llamado conocido suyo, de la Comunidad de .........Le dice después del primer saludo:
— He estado en Villaviciosa dando ejercicios a las Clarisas, y me han dicho, al despedirme, que si conozco a alguna muchacha que sea organista, que le diga que ellas la necesitan, que se vaya con ellas. Te lo trasmito tal como me lo han pedido ¿Qué te parece la propuesta?
Mary se le queda mirando, sin saber qué decir. ¡Cosa rara en ella! Quedó muda de perplejidad. La petición ahí estaba, concreta, explícita, clara. Como una saeta ardiente que se le hubiera clavado en el corazón grabada a fuego. Es cierto, ella tenía, dentro de sí, la inquietud de entregarse a Dios, mas no sabía cómo ni cuándo, ni qué camino tomar... Ante todo le costaba renunciar a tanta actividad desplegada a lo largo de su existencia... Dios la había dotado de muchas cualidades humanas, con las que podría hacer la travesía de la vida con éxito en cualquiera de los frentes por los que optara. Tenía delante un futuro espléndido. Era consciente de ello. ¿Cómo renunciar a todo ese mundo suyo, tan prometedor, tan polifacético? Ser monja ¿no sería dar un frenazo en seco, marcha atrás, retrocediendo inútilmente hacia un desierto inactivo y sin sentido?
Aquella petición de las Clarisas no la dejaba en paz. Era como el aguijón de Pablo... ¡Le sería muy duro dar coces contra él! Aquella propuesta tan directa necesitaba una respuesta, como en las buenas obras musicales contrapuntísticas: a grandes propuestas, hay que dar respuestas. Uno no puede quedarse indiferente.
Por aquellos días una amiga la invitó a pasar unas cortas vacaciones en una casa que tenía su familia en un pueblo de Villaviciosa. Mary acepta, ilusionada con poder visitar a las monjas. Si es que todo se le iba abriendo, como en un inmenso abanico, en el cual se le iban marcando los pasos de la danza que debía realizar. Se decía para sí: ¡Es increíble! ¡Cuando Dios quiere una cosa...! ¡¡No hay quien la tuerza!!
Su primera impresión de la visita a las Clarisas fue positiva. A la vista estaba la austeridad y desnuda pobreza de aquellas hermanas, unido a una gran sencillez y limpieza. El escaso mobiliario reluciente, la mortecina luz que entraba por el ventanuco del locutorio, la sonrisa serena de las monjas que la recibieron... Todo le decía que aquí, en este rincón de Asturias, cerca de la Santina, las prioridades eran muy diferentes a las de la sociedad en la que se movía la inmensa mayoría de las personas. Nada arredraba el ánimo de Mary. Sólo temía una cosa: el frenazo que diera su vida ¿sería capaz de encajarlo? Ella, que llevaba el mundo por delante, con su buen hacer en tantas y tan variadas facetas ¿tendría fuerzas para guardar una reclusión semejante? No podría saberlo, a menos que se lanzara en el vacío como si se tirara desde un trampolín al agua. Habló de su llamada con la M. Abadesa que, naturalmente, fue quien la recibió.
La conversación giró, —además del tema vocacional— sobre una circunstancia que le impedía realizar, de inmediato, su ingreso en el monasterio: recientemente se le había presentado una enfermedad de tiroides que, posiblemente requeriría una intervención quirúrgica. Los médicos tendrían la última palabra.
Aquella tarde, al regresar a la casita del campo de su amiga, a Mary se le antojó el paisaje más hermoso que nunca; el verde de las praderas cambiaba de color en cada terreno cercado que descubrían sus ojos. La humedad de la madre tierra le subía hasta ella como en una fragancia natural mezclada con el suave olor de los campos; sus ojos no se cansaban de contemplar los bosques de pinos y eucaliptos, adivinando entre la fronda la cristalina musiquilla de una fuente escondida que, deslizándose desde la montaña, lamía, risueña, la tierra, en dirección al valle.
En el devenir de su historia, Mª Luisa Valdés, había encontrado un puerto donde arribar. La llamada se hacía cada día más apremiante, más clara y concreta. Por mucho que le costase renunciar al roll de vida que llevaba, tenía puesta su confianza en aquél que todo lo puede. De Él esperaba la fuerza para salir adelante en cualquier clase de pruebas que le pudieran sobrevenir.
Los controles médicos se iban sucediendo a la largo del tiempo. Al fin tuvo que pasar la experiencia del quirófano. Cuando Mary se encuentra totalmente restablecida... ya habían pasado nada menos que ¡cuatro años!
Un tiempo en el que día a día se afianzaba en ella la idea, cada vez más madura, de entregarse a Dios en el monasterio de la Clarisas de Villaviciosa. Cuando lo comunicó a su familia no encontró ninguna oposición por parte de nadie. Todos asumieron y respetaron al máximo su decisión personal.
Aquella mañana de cielo azul grisáceo del mes de noviembre de 1951, Mª Luisa, con la maleta cargada de decididas ilusiones, de esperanzas y deseos de entregar lo mejor de sí a Jesucristo y a la Comunidad, cogía el autobús de ALSA rumbo a Villaviciosa. Atrás iban quedando pueblos pintorescos de la costa, con sus jardines dormidos delante de las casitas que, a la orilla de la carretera alegraban el paisaje astur. Así, semejante a aquel paisaje que iba quedando atrás, una etapa de su vida, ya no volvería más. Ahora había que pensar en la nueva etapa que se abría en su horizonte. En estos pensamientos iba entretenida cuando, de pronto, se encontró entrando en Villaviciosa. En la parada del ALSA la estaba esperando una señora, joven aún, que la saludó cariñosamente, presentándose como amiga de la Comunidad, llamada Covadonga Arroita. Fueron conversando hasta llegar al monasterio, que no estaba muy lejos.
Y ya, situada en su nueva vida, Mary volvió a coger las riendas del trabajo, del ayudar en todas partes, de resolver dificultades, de estar siempre donde hubiera algo que hacer. Al tomar el hábito se puso el nombre de María Ana, pero como ya había otra Ana la llamaron María. Enseguida actuó de organista, sacristana, responsable del taller de costura, enfermera, y —cómo no— contable de la Casa. Puso sus cualidades al servicio de la Comunidad, de sus Hermanas Monjas......

Visita de La Santina en 2001

''Es feliz quien nada retiene para sí'' (San Francisco de Asís)

''El Señor esté siempre con vosotras y vosotras estéis siempre con Él'' (Santa Clara)

Procesión de Nuestra Señora del Portal 2016

En el obrador la navidad de 2017

93 cumpleaños en 2018

    Durante la Pandemia de 2020

En la huerta del monasterio 2021


En Comunidad la primavera de 2023