viernes, 23 de agosto de 2024

Un paseo por aquel Lugones de 1965. Por Rodrigo Huerta Migoya

Vamos a tratar de retroceder en el tiempo, paseando por aquel Lugones de hace casi sesenta años y que tantos aún recuerdan por ser el de su infancia, juventud, o del que oyeron hablar a sus padres; lo haremos por medio del comercio que entonces tenía la Localidad que sin ser el que hoy tenemos, en aquel momento nada tenía que envidiar al de muchas localidades de la Asturias y la España del momento. Ojalá disfrutéis por este paseo en blanco y negro.

Amanece en Lugones, entre el ruido del tren y el silbato del revisor de estación. La campana de la iglesia a toque de cuerda llama con su sonido para la misa matutina, la vida del pueblo empieza pronto: los niños se encaminan a la escuela, los hombres a la fábrica y las mujeres dependiendo de su edad van a los recados. Las más jóvenes preparan los fogones, las adultas se encamina al templo con sus mantillas junto a las más mayores. Los jubilados empiezan su ruta chigrera para ojear la prensa, ponerse al día de la vida del lugar, ahogar penas en sidra y echar alguna partidina. Cómo olvidar chigres ilustres como el bar Pin o Casa Pedregal en el Cruce Viejo, Casa Arsenio, el Peonzu o Casa Rubio en la carretera de Viella, y la sidrería-llagar de Fran, en la carretera de Avilés.

No sólo se bebía sidra de Fran (Lugones) o de la Morena (Viella), también estaba de moda en aquellos años la sidra de Xingo, que a pesar de ser de Pola de Siero tiene aceptación por su sabor. En el Castro estaba el bar de José Rodríguez con su estupenda bolera llamada ''El bichi''. También tenía bolera el restaurante La Máquina en la carretera de Avilés, famoso ya entonces por sus fabes y muy apreciado por la juventud lugonense por su merendero. Y a falta de dos boleras había una tercera en la ya llamada Avenida Tartiere (la Calle la Estación de toda la vida) en el chigre de los hijos de Benito Roza, famoso también por sus callos caseros y sus vinos leoneses. Y la cuarta bolera se encontraba junto a la Cartería de la Casa Tabla, en el desaparecido bar Lugones. El punto de encuentro en El Resbalón era el bar El Cazuelo. Los que eran más andariegos siempre podían ir hasta la Venta del Gallo, al bar de La Fresneda o al bar México en la Corredoria, que gustaba mucho a la chavalería por tener cancha para jugar a la llave y a la rana. En el cruce viejo estaban Juan y Mundo el consumero, que estaban siempre pendientes en su puesto del fielato. Las panaderías del pueblo eran la de Severino en la calle de la estación y la de Carracedo en la carretera de Avilés.

La mañana de recados y compras provocaba colas que nunca daban lugar a quejas, pues era el momento de tertuliar vecinas y amigas mientras les llegaba su turno tras haber sacado algún dinero del Banco de Siero S.A. o de debajo del colchón. Los de la zona de la estación frecuentaban Casa Natalia, que no sólo era de ultramarinos sino también paquetería; y si no, frente a la misma estación, el establecimiento Viuda de Julián Alonso, popularmente llamado Casa La Morena, que no sólo vendían bebida, tabaco y carbón, sino que contaba con peluquería y representación de todo tipo de persianas. Pero si algo era famoso de la Viuda de Julián Alonso era el baile y el cine Avenida, donde se celebraba el baile de ‘’El Cremés’’ en las fiestas del Carbayu, y el mismo baile se hacía en el Cine Nora camino de los Peñones. Para arreglar un calzado el mejor sitio era la Zapatería de Merso en el Cruce viejo, y para cualquier tema relacionado con madera la Sierra de Pepe, familiarmente llamado El Guelu que en El Resbalón ya en aquellos años sesenta eran unos adelantados trabajando la madera con modernas maquinarias de último modelo. Para temas de ebanistería Manuel Fernández, en El Castro. Hasta hacía poco la piedra era un lujo sólo para las casas de los ricos, pero en aquellos momentos se puso de moda la piedra artificial, así como los tubos de cemento que vendía las Industrias Rodríguez en el Cruce Nuevo. Los días especiales uno se daba el caprichín de comer fuera de casa, por ejemplo en el renombrado bar de los Avilesinos, en El Cruce nuevo. Y para comestibles siempre estaba abierta la ventana de Casa Carmen en el Cruce viejo.

Para comprar una buena chuleta había que ir a la carnicería de Casa Regina en la Carretera de la Estación (Avenida Tartiere), o a Luis Fernández Fernández el gaiteru, en la carretera de Viella. Para un vestido a estrenar el domingo de ramos se iba al Pitanu en la Avenida de Oviedo, o la modista Carmina Leiva en la carretera de Viella. Y para arreglar la chaqueta estaba la sastrería de Antonio Colado en el Cruce nuevo nº 6 -1º Izquierda. Otra buena modista era Mary Nieves. Para arreglar un zapato Luis Prado, y para aquello que no encontraras siempre tenías la tienda de ultramarinos El Filipino, en el Cruce Nuevo, o Casa Bertina y Manuel también en el Cruce Nuevo. Para comprar, pintar o arreglar la bicicleta -que era un medio de trasporte muy empleado entonces- estaba el Garaje Cima en la Avenida de Avilés, o Martínez en el Cruce nuevu. Y para arreglar el coche, los talleres Lugones frente a la iglesia que trabajaban chapa, pintura, mecánica y engrasado. Los de la zona del Carbayu tenían la carnicería de Secundino Suárez, en el Resbalón. Y para buena fruta y temas de mercería Casa Enedina, en el Cruce Nuevo. En instalaciones eléctricas ningunos como los hermanos Norniella de Viella. Y para cambiar la pila del reloj o comprar un detalle especial había que ir a la Joyería Espina del Carbayu, que si de algo tenían fama era por dar facilidades de pago. Y a por tabacos o puros habanos estaban el estanco de Julián cerca de la estación y el del Enedina en el cruce viejo.

Fama de tener buena sidra traída de Nava era el bar Madrid en el Cruce nuevo, pero quizás lo más famoso aparte de ofrecer un marisco muy fresco, eran los callos que hacía Consuelo, o el embrujo de aquella cafetera exprés -una de las primeras del pueblo- que dejaba boquiabiertos a los paisanos que no entendían cómo a los americanos les gustara ese invento más que el café de pota de toda la vida. Los que eran más de vino que de sidra peregrinaban a los Almacenes La Parra en el Cruce Nuevo, donde era habitual ir a por un puñado de botellas de tinto riojano -de la embotelladora Viaca- para tener en casa a la hora de comer, para tomar con casera o para alegrar un poco la sopa. Para piedras de afilar había que ir a ''Rsan'', a por baldosas a la fábrica de Senén Ortea en la carretera de Viella, y para un buen afeitado a la peluquería Venancio en el Cruce Viejo, o a Pulgar en la Avenida de Viella. Para un buen mueble Genji o Campa. A merendar se iba a la chocolatería que había en las llamadas casas del chaval, y a por carbón a la carbonería de Mudu.

Para moverse de un lado al otro estaba el tren y el tranvía; alguna línea que siempre atravesaba Lugones, y si no, también se recurría al coche de alquiler de Juan Aragón Peláez de Casa Pedregal, al taxi de Gerardo o los transportes de Mundo en el Resbalón. Y cuando había que mover muchos bártulos se podía recurrir a los transportes rápidos ''Valle''. También estaba El Castromocho, que pasaba por la carretera de Viella, y autos Llanera que atravesaba los cruces Viejo y Nuevo. Una tentación femenina era pasarse por los Establecimientos García en el Cruce Nuevo, donde además de hacer la permanente siempre había novedades que apetecía comprar. En el mismo Cruce estaba Miguel Prado el fontanero, un artista del saneamiento y la calefacción. Y sin moverse del lugar si había que hacerse la manicura estaba la peluquería La Nena encima del bar Madrid, así como la pescadería del Moro que servía a domicilio. También estaban en este Nuevo Cruce el taller eléctrico A. Ruiz, y la tienda de Antonio García que era frutería, comestibles y paquetería. Para la zona del Resbalón estaban los ultramarinos y paquetería La Avilesina de Félix Maneiro, en la carretera de Avilés. Los periódicos se compraban en el Cruce Viejo, en la tiendina de Ramón Díaz Martínez, corresponsal de prensa quien tenía además revistas, comics y las novelas de Corin Tellado, o los diarios de Azaña. Y en el mismo Cruce Vieyu todas las medicinas en la farmacia González Rasa. Era alcalde de barrio entonces Alfredo Vázquez y los médicos D. José Cofiño y D. Ramón San Millán, y estaban de sacerdotes en la parroquia D. Jesús García y D. Julio Fernández de la Riva.

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