domingo, 11 de agosto de 2024

"Pan de Vida". Por Joaquín Manuel Serrano Vila


En este Domingo XIX del Tiempo Ordinario, en pleno verano, seguimos profundizando en la palabra de Dios que viene a nosotros en este día para ayudarnos a reflexionar sobre la vida y sus cansancios, su apoyo y su mañana. Parecen muchas cosas, pero al final es una sola, la vida del creyente es esto: encontrar la fuente de nuestro descanso en la eucaristía como alimento para nuestro cuerpo frágil, pero más aún para nuestra alma sedienta de Dios.

En la epístola de San Pablo a los Efesios el autor recomienda de forma encarecida a los cristianos de aquella comunidad que no dejaran de comer del Pan de Vida, y cuando el Apóstol emplea esta expresión está no únicamente invitando a comulgar con frecuencia, sino a vivir al día lo que implica ser invitados a tan importante banquete: vivir y comulgar con el estilo de vida de Jesús para poder recibir en verdad al mismo Señor. Se nos llama a la común-unión, a que se haga verdad en nuestra existencia que vivimos en el amor “como Cristo os amó y se entregó por nosotros". Y para esto debemos de sacar fuera de nuestro interior -San Pablo emplea el verbo desterrar- "toda ira y toda amargura”.

La primera lectura nos prepara como siempre para evangelio con esos bellos paralelismos que la Iglesia pone ante nosotros, como ocurre hoy con la escena del profeta Elías que pasa por un momento de lucha espiritual criticando la idolatría que promovían los reyes, predicando por restaurar una religión que se había diluido y deteriorado, ante lo cual surge esta voz profética de denuncia a contra corriente. Elías no lo tiene fácil, sufre persecución por ser fiel a la verdad; él tenía razón en que sólo había un único Dios, pero los que tenían el poder eran los sacerdotes de los reyes que no le perdonaron su actitud. Así vemos a un Elías abatido que huye al monte Horeb quemado, cansado, desilusionado... Y en esto el Altísimo sale a su encuentro en ese ángel que le lleva agua y pan para saciar su hambre y su sed, para renovar sus fuerzas y recobrar su ánimo. Esto que hizo Dios con Elías por medio de su ángel es lo que cada domingo y cada día se nos ofrece en cada altar del orbe católico: poder fortalecernos no sólo para seguir el camino físico, sino especialmente el espiritual.

Por último, el evangelio de este día es la continuación de ese solemne discurso del Pan de vida de San Juan, que hoy se detiene en esa promesa de eternidad para los que son invitados a esta mesa. La teología que encierra los textos joánicos nos deja siempre boquiabiertos, y es que él en pocas palabras es capaz de condensar el eje central de nuestra fe. Jesucristo es la palabra de Dios encarnada, el Verbo hecho carne que nos alimenta con su palabra y con su cuerpo para que también nosotros nos demos totalmente a los demás. He aquí la entraña del seguimiento del Maestro, no sólo hacer obras sociales ni únicamente acudir a las celebraciones como ritos vacíos a los que acudo por costumbre y sin preparación interior, sino sabiendo que recibo al mismo Cristo real y presente en la eucaristía, y que al llenarme de Él soy capaz de llevar esa presencia en mis palabras y obras a los hermanos construyendo el reino del amor, la justicia y la paz que anhelo, espero, y para la que me preparo. Sólo allí sabremos comprender totalmente el valor de cada comunión bien recibida aquí en la tierra, en la que -como nos dice el salmista- gustamos y vemos que bueno es el Señor.

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