Celebramos en este día la fiesta del bautismo del Señor, que no sólo cierra el Tiempo de Navidad, sino que nos hace de puerta para el Tiempo Ordinario. Nos encontramos ante la segunda manifestación; estos días atrás hemos celebrado la Epifanía con la familiar fiesta que llamamos de los reyes magos, y hoy, detenemos nuestra mirada en Jesús que vuelve a manifestarse públicamente en su bautismo. Nos falta ya sólo meditar su tercera y última manifestación que será cuando el evangelio nos presente el pasaje de las bodas de Caná donde convertirá el agua en vino. El niño que veneramos estos días es ya adulto, y aquí en el momento de su bautismo, deja atrás su vida privada introduciéndose en su misión pública de dar a conocer el Reino de Dios.
I. Comenzando por el bautismo
La segunda lectura de este domingo no corresponde a ninguna epístola, sino a unos versículos del capítulo 10 del Libro de los Hechos de los Apóstoles en la cual San Pedro nos regala una profunda reflexión no basada sólo en su vivencia, sino sobre todo, en su experiencia de fe. Echa la vista atrás el Apóstol cayendo en la cuenta que lo ocurrido no solamente les interpelaba a ellos como testigos, sino que en verdad ''sucedió en toda Judea''. Nadie quedó indiferente al nombre de Jesús; unos le seguían por que le querían, otros para buscar como hacerle daño pues le odiaban, y otros se mantenían al margen aunque no lograban evitar escuchar su nombre, sus palabras y obras. Y Pedro nos dice cuál es el punto de partida: ''comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan''. Así Jesús Resucitado pedirá: ''que vayan a Galilea''. Hemos de vivir sin perder la referencia del comienzo y, en este caso, de nuestro bautismo. Cada día hemos de esforzarnos en ser fieles a este regalo y poner los medios para preservar nuestra alma limpia y blanca, tan blanca y limpia como las ropas que llevábamos el día en que fuimos incorporados a la Iglesia. Jesucristo es el ''ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo''. También nosotros hemos sido ungidos en el bautismo, para que nuestra existencia sea un configurarnos con nuestro Maestro, modelo y camino. Y a su ejemplo, pasar haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal.
II. Rey de libertad
La primera lectura que hemos proclamado del profeta Isaías nos es bien conocida; el famoso "canto del siervo sufriente" que asimilamos inmediatamente con la Semana Santa, pero tiene aquí un gran sentido, pues no podemos perder de vista que Jesús se dispone a iniciar un camino con su bautismo que concluye en el Calvario. Pero es que las palabras del profeta parecen las mismas que Dios Padre empleará en el momento en que su Hijo sale del agua ya bautizado, por lo que tantísimos siglos antes nos topamos ya con esta descripción que parece milimétrica a lo ocurrido en el Jordán: ''Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones''. El autor de estas líneas seguramente no pensaba en Jesucristo a la hora de redactarlas, más como lo hacía bajo inspiración divina todo ello adopta un sentido mayor. Isaías parece que dedicaba estas palabras al gran rey Ciro de Persia, el cual permitió al pueblo elegido dejar su destierro en Babilonia para regresar a la Patria añorada. Un paralelismo hermoso; no sólo un monarca terreno que da una libertad física; nosotros pensamos en el Rey de Reyes, el único que nos puede dar la libertad mayor de todas y que supera los límites de este mundo por encima del sepulcro y el pecado.
III. En la cola con los pecadores
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