domingo, 1 de enero de 2023

María, Madre de Dios. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Hemos concluído el año civil con la tristeza del fallecimiento de nuestro querido Papa emérito Benedicto XVI; le ha bendecido el Señor con muchos años, y con la dicha de morir como vivió: con discreción, humildad, sencillez, buscando siempre la verdad desde el saber y el orar. En este año 2023 que iniciamos tomemos el compromiso de acercarnos a Benedicto XVI, a su vida y magisterio que suponen un legado inagotable para la Iglesia del mañana. Como nos recordó el Papa Francisco en el "Te Deum" de ayer: “Con conmoción recordamos su persona tan noble, tan gentil. Y sentimos con el corazón mucha gratitud: gratitud a Dios por haberlo donado a la Iglesia y al mundo; gratitud a él, por todo el bien que ha hecho y sobre todo por su testimonio de fe y de oración, especialmente en estos últimos años de vida retirada. Solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión, de sus sacrificios ofrecidos por el bien de la Iglesia”.Y comentada esta realidad tan presente en nuestra mente y corazón en estos días, nos adentramos en la solemnidad de Santa María Madre de Dios con la que concluimos la Octava de Navidad, y que coincide casualmente con el primer año del calendario civil. No hay mejor forma que empezar el nuevo año que de la mano de la nueva Eva, la nueva mujer que nos enseña a dejar la vieja vida para abrazar la nueva de la gracia. 

I. Sólo Cristo nos libera

San Pablo en su epístola a los Gálatas nos trae un texto que la liturgia nos propone interiorizar en estas fechas: ''Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley''. He aquí la catequesis que el apóstol nos regala, la verdad de que Jesucristo no vino a esclavizar a libres, sino a liberar a los esclavizados. Y la esclavitud tiene muchas fórmulas, no sólo barrotes o grilletes; hay esclavos del puritanismo religioso y de relajo moral, esclavos de ideologías y de modas, esclavos de tantas realidades que tenidas por buenas destruyen al hombre, le oprimen y subyugan. Estamos celebrando la Navidad, y la Navidad es Jesucristo; si sacamos a Jesucristo de nuestras celebraciones estos días pierden por completo su sentido. Serán unas fiestas sentimentales en pleno invierno, y un tanto absurdas, pues el sólo el motivo y el origen da sentido a la  celebración. Sería una tristeza quedarnos en la epidermis de estos días deslumbrados por el papel de regalo sin llegar a descubrir el regalo en sí. Dios viene a nosotros no para quitarnos, sino para darnos; no a empequeñecer, sino a engrandecer. No se anda San Pablo con chiquitas, y habla de ''rescatar a los que estaban bajo la ley''. Así es; Pablo era judío al igual que Jesús, y era consciente de la manipulación y tergiversación interesada que se hacía de las normas de Moisés, de la corrupción dentro de la religión, de la hipocresía... Por eso el apóstol no duda en afirmar que Cristo aunque nació bajo la ley por propio abajamiento al ser Hijo de Dios estaba por encima de cualquier norma. Dejemos que Jesús sea el centro y el sentido de nuestras fiestas, que reine en nuestros corazones para ser libres de tantas cadenas que nos atan sin Él.

II. No nos cansemos de pedir la Paz

El 1 de Enero desde 1968 es en la Iglesia la "Jornada Mundial de la Paz" que este año celebra su 54 edición. Pedimos a Dios, Creador y Señor del tiempo que nos bendiga con la Paz; la paz que necesitan nuestras familias, comunidades parroquiales, nuestro mundo... He aquí esa antiquísima y hermosa plegaria que regaló el Señor a Moisés, como nos relataba la primera lectura del Libro de los Números: ''El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor''. Vemos aquí cómo los textos litúrgicos, las oraciones y plegarias no son nada nuevo, sino que su origen se pierde en el tiempo. Forman parte del modo de orar del ser humano, acudir por medio de un texto establecido a la divinidad, más no limitemos nuestra oración al rezo vocal y formal, sino hablemos al Señor y dejemos que Él nos hable. Hay algo en esta oración que San Francisco hizo muy suya y que nos toca de cerca a los asturianos, como es el deseo de que ''El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz''. Nosotros que veneramos con cariño el Santo Sudario que se conserva en nuestra Catedral, hemos de interiorizar con mayor intensidad este anhelo del alma creyente como es aspirar a contemplar el rostro del Salvador. Esto mismo nos lo recordará hoy el salmista: ''Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros''. Pero esta oración del capítulo 6 del Libro de los Números no es una plegaria estándar, sino que es una súplica de paz. Ya en aquel tiempo tenían claro que el mejor deseo no era la salud, el dinero ni el amor, sino la paz, pues sin paz ningún bien merece la pena ser conquistado.

III. La Navidad de María 

El evangelio de esta Solemnidad tomado de San Lucas, nos presenta este fragmento del relato del nacimiento del Señor y la adoración de los pastores, la cual nos sirve para contemplar esta importante confesión de fe que el pueblo cristiano ha defendido desde antiguo: ''María, Madre de Dios''. Estamos muy acostumbrados a llamarla así, pero quizá nunca nos hemos detenido a pensar lo importante que es esta definición. En los primeros siglos este nombre dio lugar a muchas discusiones, unos decían que María era madre de Jesús pero no de Dios, por eso había que llamarla «Christotókos» (Madre de Cristo) hasta que la Iglesia se pronunció de forma solemne en el Concilio de Éfeso para afirmar que María es en verdad "Theotokos" (la Madre de Dios). No es Madre de Dios porque Cristo reciba de Ella lo divino, sino porque el Hijo de Dios, el Verbo encarnado en sus entrañas, toma de María el alma racional. Es un tema complejo, pero del que -también gracias a Dios- una vez clarificado hemos ido acercándonos a su comprensión. La maternidad de María que hoy celebramos es el centro de la mariología y el cimiento de todos los dogmas marianos de la historia, los cuales no dejan de ser una prolongación de éste (Inmaculada, Asunción...). En aquel gran debate había dos figuras destacadas: Nestorio de Constantinopla, que consideraba que María no era de ninguna manera Madre de Dios, y San Cirilio de Alejandría, que respondió muy bien al hereje y a su "escuela nestoriana" al afirmar que si sólo fuera Madre de Cristo Jesús habría nacido como un mortal cualquiera, mientras que desde el Concilio de Éfeso la Iglesia defiende que Cristo desde el momento mismo de su concepción tenía las dos naturalezas, la divina y la humana. Todo esto nos sobrepasa, ciertamente; sin embargo, los cristianos de a pie tenemos ese "olfato" especial para hacer nuestras las cosas de Dios; ese "sensus fidei" que nos permite desde nuestra pequeñez postrarnos ante las maravillas que ha hecho el Señor, y que en este caso hizo en María. A la luz de este precioso texto ponemos nuestros ojos en su imagen, en el pesebre, mirando con ternura a su Hijo. Y deseamos aquello que pedía San Juan Pablo II: ''Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo''. Acudimos como los pastores a adorarle a Él, al tiempo que felicitamos a su Madre por ser la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, la dichosa por haber creído... "Encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre'': ¿los hemos encontrado nosotros en estos días?... Busquemos el calor de la gruta de Belén. No caigamos en la frivolidad y la superficialidad del envoltorio, sino que valoremos el regalo y aprendamos como María a conservar las cosas de Dios en nuestro corazón.

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