jueves, 15 de agosto de 2019

Reflexión sobre la Asunción. Por Julián López Martín

“Alegrémonos todos en el Señor” como nos invita la liturgia de este día en que celebramos el tránsito de María de la tierra al cielo, brillando desde entonces para todo el pueblo cristiano “como señal de esperanza segura”. Hoy no es solamente la liturgia la que nos invita a celebrar con alegría esta jornada. Es también la propia protagonista de la fiesta, la Santísima Virgen, la que comparte con nosotros su gozo personal en las palabras del “Magnificat” al decir: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1,46).

¿Cómo no vamos a alegrarnos en esta fiesta de la Asunción de María a los cielos? Inmersos en el Misterio pascual de Jesucristo desde nuestro bautismo, hemos sido hechos partícipes de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Aquí está el secreto sorprendente y la realidad clave de toda la historia humana. Debemos abrir nuestro corazón a la esperanza y al gozo esforzándonos también en alejar de nosotros el pecado porque, como nos recordaba san Pablo, la muerte ha sido ya vencida y destruida en la resurrección de Cristo y, podemos añadir, en el misterio de la Asunción de María a los cielos. Por eso no sólo pesa sobre la humanidad esa mala herencia que nos dejó Adán, sino que por el bautismo hemos sido «incorporados» también al hombre nuevo que es Jesucristo resucitado.

Alegrémonos, pues, y hagamos nuestro el Canto de María que escuchábamos en el Evangelio: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (Lc 1,46-47). Este canto de alabanza y de júbilo tiene en el marco de la fiesta de la Asunción un significado especial. Por una parte expresa la alegría de la Mujer que había recibido el gozoso anuncio de ser la Madre del Hijo de Dios y que se congratulaba también de la futura maternidad de su pariente Isabel que había concebido un hijo a pesar de su vejez (cf. Lc 1,36). Pero, por otra parte, responde también a la conciencia que María misma tiene de las “obras grandes” que Dios estaba haciendo en ella (cf. Lc 1,49). Entre esas obras la Iglesia, por boca del papa Pío XII el año 1950, reconoció como una verdad de nuestra fe lo que conocemos como el misterio de la “Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos”, una verdad que mucho antes de ser definida y proclamada por Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, era profesada, celebrada y vivida por el pueblo cristiano. La prueba la constituyen las innumerables fiestas patronales que llenan la geografía en el día de hoy.

Alegrémonos, pues, con las propias palabras de la Virgen (cf. Lc 1,46) y celebremos como conviene esta fiesta de su Asunción a los cielos. Y compartamos también nuestra esperanza, alegres y convencidos de que la “La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro” (LG 68).

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