jueves, 22 de agosto de 2019

María Reina de los Remedios. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Homilía en la Festividad de Nuestra Señora de los Remedios de Barrillos de las Arrimadas (León).
Memoria litúrgica de Santa María Reina. 

Querido Rector de este Santuario, D. Ángel, 
sacerdotes de este presbiterio hermano de León, 
autoridades, cofrades y fieles todos devotos de Nuestra Señora: 

Aceptando gustoso la invitación de vuestro sacerdote, vengo peregrino como vosotros hasta este hogar de la Madre a traerle las flores del corazón y a rendirle nuestro homenaje de hijos fieles; a cumplir con promesas de gratitud o con peticiones, angustias o ruegos. Todos acudimos a Nuestra Señora siempre sabedores de que la Madre es la mejor mediadora e intercesora ante su Hijo, nuestro Señor. Y es que por ella le tenemos a Él, y por Él a Ella. 

La primera lectura del profeta Isaías nos recuerda cómo todo cambió. Cómo el negro futuro se volvió esperanzador y cómo la pesadumbre se volvió alegría, pues en palabras del profeta: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia… 

Esto es lo que sentimos los creyentes; que por Cristo no se nos presenta un mañana dudoso sino que por la fe y unidos a Él, perseverando en el seguimiento de sus enseñanzas y bajo las indicaciones de la Iglesia, llegaremos a salvar nuestra alma y a vivir por siempre en su presencia. Este es el horizonte más grande de nuestra existencia terrenal; que por María y su Sí, Dios se hizo carne de nuestra carne entregándose hasta la muerte por nuestra salvación para que todos tengamos vida, y vida en abundancia. 

Por ello no podemos separar nunca a la Madre del Hijo; de nada nos sirve ser devotos de la Virgen de los Remedios si luego Cristo no ocupa un lugar central en nuestra vida cotidiana. Están muy bien estas expresiones de fervor popular, pero las mismas deben traducirse después en una vida cristiana verdadera, testimonial y militante. Sería absurdo reducir nuestra fe a cumplir puntualmente con la Virgen cada 22 de Agosto y hasta el año próximo vivir al margen de Dios. Si de verdad queremos a Nuestra Señora hay que demostrarlo no sólo anualmente o puntualmente, sino al menos semanalmente en la misa dominical y en las fiestas mayores en las que la Iglesia nos pide participar. 

Por ejemplo, en el caso de nuestra fiesta grande de este Santuario de Barrillos de las Arrimadas, hace ahora 190 años, vuestros antepasados la vinieron en denominar en 1989 ‘’fiesta de guardar’’. 

Así empezaba el documento redactado por vuestros ancestros: ‘’En el nombre de Dios Todopoderoso y del misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero, a honra y gloria de tan santo y alto misterio, y para mayor aumento de la devoción de su Santísima Madre bajo el universal título de Nª Sra. de los Remedios’’… De esta herencia sois beneficiarios vosotros y, comprometidos para hacer digna memoria de los que os la transmitieron, debéis hacer honor y gala de tan insigne legado.

Esto dice mucho del valor del culto que daban a la Patrona de esta Comarca cuya devoción se extiende a muchos rincones de la Provincia, principalmente a los hijos de estas tierras del Curueño y del Porma, muchos de los cuales viviendo ahora fuera de sus pueblos de origen regresan en estos días no sólo coincidiendo con las vacaciones de verano sino también para cumplir con la Madre de Dios en esta singular advocación de Ntra. Señora de los Remedios. 

En esta sociedad líquida y secularizada, todos los sacramentos están siendo devaluados como nunca antes habíamos visto, pero de forma especial quisiera detenerme en dos en esta mañana: la penitencia y la Eucaristía. Se ha puesto de moda que el confesionario es algo caduco y que basta con confesarse uno mismo con Dios (teología protestante), o que a misa sólo van las beatas y que con rezar en casa (cosa que tampoco se hace como antes) está de sobra... No nos dejemos engañar por el demonio que nos habla a menudo por boca de los más próximos. Alejarnos de Dios es nuestra perdición y el triunfo del maligno y, precisamente, lo que él desea y yo diría que consigue muy a menudo estando muy feliz entre nosotros. Porque el demonio también viene a misa y a la fiesta …/… 

En contraposición a todo esto tenemos a María, en la que están bien centrados y fijos esta mañana nuestros ojos. ¿Sabéis qué es lo que más le alegra a ella? No que seamos los primeros en llevarla en la procesión, o que le pongamos muchas velas, ni tan siquiera que le besemos el manto. Eso, que es bello e importante, tiene que ser la expresión de lo que hay en el interior de cada cual. 

Ella quiere, ante todo, que vivamos unidos a su Hijo, que asistamos semanalmente a la Eucaristía con el corazón bien dispuesto, y siempre que nos haga falta pasemos por la confesión (a mí más me gusta más la expresión reconciliación, al igual que un niño que se reconcilia con su madre…/…). 

Eso es lo que hace sonreír a María junto con la oración que igualmente más le agrada y que a todos nos pidió rezar: el Santo Rosario que más tarde desgranaremos en la procesión y que ya en nuestras casas nos dieron a mamar los antepasados que también hoy recordamos.

Celebrar a María Reina y Remedio de nuestras vidas supone tenerla a ella por referente, y el Evangelio que hemos proclamado con el pasaje de la Anunciación nos da las claves a seguir: vida humilde y sencilla; vida abierta y de cara a Dios, dócil y disponible a lo que Él me pide, y aceptación de los designios de la Providencia… 

Aquí en este hermoso rincón de estas tierras leonesas, en este Santuario al que la comunidad cristiana, fieles y párrocos, dieron forma a través de los siglos partiendo de aquella antiquísima cofradía de San Julián, llegamos a través del tiempo hasta el hermoso templo que hoy tenéis como expresión evidente del gran amor mariano que profesáis. Y cabe recordar que si estas joyas patrimoniales han llegado hasta nosotros es gracias a la Iglesia, que no se adueña de los edificios para quitárselos al pueblo, sino que al estar en la custodia de la Iglesia -que es propiamente el pueblo de Dios- están a la vez en manos de todos y para deleite de todos. Cada año que vengo observo que hay algo nuevo, restaurado o adquirido, y por ello mi enhorabuena al Párroco, a los colaboradores y a todos los fieles. 

Ojalá el año que viene aquí nos encontremos de nuevo con algunos de nuestros males ya remediados, y posiblemente con otros “nuevos” en el saco de peticiones para presentárselos a Nuestra Señora. Que se haga verdad en nuestras vidas lo que con cariño le pedimos al entonar su hermoso himno:

Danos a gozar del cielo
Que en tu cariño se encierra,
Gloria de la nuestra tierra,
Fuente de paz y consuelo. 

Venga a nosotros la luz
Que al irradiar de tus ojos
Quita espinas, seca abrojos
Y es la alegría y salud. 

Así sea.

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