miércoles, 19 de octubre de 2016

Don José María, el canónigo que nunca ejerció de emérito. Por Rodrigo Huerta Migoya



"...Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. Entonces le zumbaban los oídos, y ya no oía las voces graves del sochantre..." (Leopoldo Alas Clarín).

Ser capitular de la "Sancta Ovetensis" no es cualquier cosa, pues más allá del aire de poesía, de misterio y embrujo que le dio Clarín, esta el privilegio de encontrarse uno en la santa de las santas, relicario de relicarios, testigo silencioso del sentir de un pueblo.

Ahora, al hablar del cargo de Sochantre, vienen a la memoria personajes de renombre que a lo largo de los siglos ostentaron tan distinguido cargo: Cesáreo Castro Vega, Andrés Álvarez, Carlos García, Rodrigo Hevia, José Arándiga... Aunque para muchos nos parece que este cargo se ha extinguido el pasado cinco de octubre con la muerte del sochantre que más tiempo permaneció en el empleo y que nunca aspiró a las mieles del retiro.

Cuando se alcanza la edad de jubilación, ésta lleva felizmente aparejada el final de las obligaciones que conllevan las preocupaciones, tiempo y esfuerzos y estrés del cargo y actividad. Pero al hablar de mi querido y admirado Don José María García Rodríguez, me atrevería a decir (sin miedo alguno a exagerar) que nunca conoció ni quiso la jubilación, a pesar de que tanto la Diócesis como el Cabildo Catedral ya le contaran desde hacía años entre los presbíteros inactivos (pura ironía de facto) y en el caso de la canonjía, entre los eméritos.

Él, a pesar de haber traspasado la frontera de los 90 y de los múltiples achaques, nunca se sintió liberado de ocupaciones, pues con ellas y entre ellas su vida encontraba el sentido de ser de esa vocación de servicio a la que se entregó en cuerpo y alma en encomiendas tan concretas que nunca fueron elegidas por él, sino dadas en la persona de sus superiores por la Iglesia, a la que profundamente amaba.

Sus pisadas fueron gastando sus negros zapatos sobre las pulidas losas del casco histórico ovetense durante cincuenta y siete largos años, en los que supo dar lo mejor de sí como profesor, canónigo y curial, sin perder jamás su celo por las almas. A veces se dice, "este cura vale para parroquia pero no para cargos"; "este vale para canónigo pero la pastoral no es lo suyo"... pero Don José María era de los que valían para todo por que ningún nombramiento se le subió jamás a la cabeza sino que lo aceptó todo por amor. Incluso en más de una ocasión como una Cruz.

Los días que tenía algo más de tiempo se escapaba un ratito hasta el archivo diocesano dónde muchas veces compartimos mesa. Solía venir a media mañana, después de haber despachado buena parte del papeleo que desde la Cancillería o desde cualquier despacho de Palacio le encargaban consultar en el Archivo de Curia. A veces, cuando llegaba, las mesas de "investigadores" estaban casi llenas, y como los voluntarios del Archivo no podían parar un segundo para atender a todos, y allí se quedaba él con una sonrisa de oreja a oreja, sin quejarse a pesar de sus dolores de piernas ni reclamar atención alguna siendo todo un reverendo y canónigo. Muchas de esas ocasiones y  metiéndome donde nadie me llamaba, iba en su ayuda buscándole una silla o avisando a alguien del lugar para que le atendiera, a lo que no dejaba de dar las gracias e insistir, sin prisa, sin prisa...

Recuerdo una ocasión en que al presentarle a un amigo investigador le dije: ¿no sabes quien es este sacerdote? Es Don José María, el sochantre de la Catedral, él se rió como llamándole la atención que gente joven reconociera y valorara su trabajo, porque ciertamente la pompa y el boato no iban con él, sino que se sentía y reconocía como un servidor sin más, sobrado de méritos y halagos. Quería a la Diócesis con toda su alma y cada parroquia y pueblo de ésta le eran familiar. Dicen que se conocía al dedillo los entresijos de todos los cementerios parroquiales (contrastado que así era) hasta el punto que pasados doce años de su retiro, aún le seguían consultando a él, puesto que su cabeza, perfectamente amueblada, nada había olvidado.

Me contaron que un año o dos antes de jubilarse, en 2004, un joven párroco que tenía problemas en un cementerio fue a verle algo alterado, tratandole mal, incluso levantándole la voz, a lo que el bendito canónigo respondió con sosiego y una dulce mirada con una única frase: "no te enfades, hombre, verás como encontramos solución". Al día siguiente, el párroco avergonzado, volvió al Arzobispado a verle, no ya para revisar papeleo sino para pedirle perdón por no haber sido justo con él, que era todo corazón. Se hicieron profundamente amigos...

Era un enamorado de su tierra de Salas, de su Virgen del Viso, de sus raíces... Con cada indagación que hacía entre los libros sacramentales de aquel antiguo arciprestazgo de Cornellana, Don José iba ampliando en pliegos las ramas de su árbol genealógico, detallado palmo a palmo con esa hermosa letra de molde que también le caracterizaba.

Puntual en sus labores, entraba revestido en la Capilla de Santa Bárbara para la Misa Capitular de las 9:15; allí se colocaba frente al altar para indicar dos cosas, en primer lugar lo que celebrábamos en ese día, y lo segundo, el orden de los cantos en función del Gradual Catedralicio. Después besaba con profundo sentimiento el altar para dirigirse a su puesto en la sillería, esperando atento la llegada de Don Ángel, el organista, para ponerse de acuerdo en los detalles finales.

Por lo preparada que traía cada eucaristía, por muy de feria que fuera, se hacía verdad en él aquella jaculatoria de Santa Teresa de Calcuta de "vivir cada misa como la primera, la única y la última". Hace poco escuchaba a un psicólogo madrileño hablar de que el pasar tanto tiempo haciendo lo mismo y en un mismo lugar "quema" a la persona y la mina animicamente; esta claro que será la regla, pero la excepción está en muchos de nuestros sacerdotes mayores que demuestran cada día su capacidad de renovación, aún en un marco en el que algunos llevan más de medio siglo.

Pero lo que siempre me impresionó fue su voz, esa hermosa voz que aunque gastada y quebrada sacaba sus mejores notas y dejaba intuir aquella que había sido en sus años mozos, cuando dejaba a todo el que lo oía boquiabierto. La voz de Don Jose María puso música a la inauguración del Colegio Don Orione de Posada de Llanes en 1956; su voz dio lectura a las letras apostólicas que nombraban a Don Segundo de Sierra y Méndez,  Arzobispo Coadjutor de Oviedo en 1959. Y así, un larguísimo devenir de acontecimientos en los que siempre sus cuerdas vocales acompasaron los grandes momentos de la vida litúrgico-musical de la Iglesia Asturiana, mayormente pasando desapercibido, animando con su canto al pueblo fiel y haciendo de tantas voces una sola y en una sola Iglesia...
Su canto resuena aún en mí memoria entonando  las "Alabanzas a María", la salmodia matutina o la enrevesada antífona del "Benedictus", dónde desgranaba como nadie cada tetragrama.

En las últimas pontificales de la Misa Crismal, ante algún aparente "lapsus" de su sustituto, hubo quien fue a decirle que él lo hacía mejor, a lo que Don José, serio y con el corazón sacerdotal que le caracterizaba, respondió: "él canta y lo hace mejor que yo, y sus aparentes errores no son torpeza, sino problemas de salud -era cierto- así que menos críticas y pide por él"...

Los últimos días, ya enfermo en su cama, seguía escuchando y reconfortando su alma con cada melodía que desde el vecino Conservatorio se colaba en su habitación. Don José María, discreto y eficaz, se nos fue como vivió, casi sin avisar, a cantar los maitines en la Casa del Padre.

Hoy, con la escasez de sacerdotes que sufre nuestra tierra, ¿se podrá seguir contando con sacerdotes que liberados de la pastoral se dediquen al cuidado y cultivo de la música litúrgica al servicio de la Iglesia Catedral?; ¿Tan importante es la música para la fe?; ¿Cambiará todo?...
Benedicto XVI respondió de forma muy precisa al afirmar: ``No conocemos el futuro de nuestra cultura y de la música sagrada. Pero una cosa está clara, donde realmente se da el encuentro con el Dios viviente que en Cristo viene hacia nosotros, allí nace y crece nuevamente también la respuesta, cuya belleza proviene de la verdad misma´´.

Descanse en Paz Don José María, mil gracias por ser mirada misericordiosa para todos y por una vida hecha continua alabanza al Altísimo en sus faenas y en sus cantos, como hiciera el Santo Rey David y que ya merecidamente entonará entre sus elegidos:
``Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor´´ (Sal 100).

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