lunes, 10 de octubre de 2016

Acción de Gracias en el funeral de Juan José Martínez Álvarez. Por Rodrigo Huerta Migoya


En estos momentos de emoción y tantos sentimientos encontrados, quisiera poder decir como el profeta: "el señor me ha dado una lengua de iniciado para poder decir al abatido una palabra de aliento"(Is 50,4), pero aunque las palabras del hombre las lleva el viento, la de Dios nunca pasa.

Al despedir en esta tarde a nuestro hermano Juan la tristeza y la alegría se unen, y así lo resalta la liturgia al decir que "aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de la feliz resurrección"(Prefacio I de difuntos). Esto es así: han sido muchas las personas de nuestra parroquia que a lo largo de los años se nos han ido, gente buena, creyentes modélicos y algunos que me atrevería a decir murieron loable y santamente, cuyos nombres no se han borrado de nuestra memoria obligada y agradecida.

Puede quien no vea del todo bien esta especial deferencia que hoy hago en la persona de Juan, pero lo hago con gusto y muy consciente de que se merecía incluso palabras mejores que estas. Y es que en esta Parroquia, por suerte, los funerales no son iguales ni pueden serlo, pues aunque la oración y la encomienda sea la misma, no se puede poner el mismo cariño al despedir a una persona que nunca puso pie en ella que a quien estaba aquí siempre, a las duras y a las maduras.

Nuestro amigo Juan José Agustín nació en Lugones hace 71 años, en el corazón de una familia muy religiosa, en la Casa de María Juan, en la Calle "la Ciega". Nació el día del santo de su madre, por eso se le puso por tercer nombre el del santo de Hipona. Siempre presumió de haber tenido dos sacerdotes en la familia: Don Nicanor, que fue Ecónomo de San Martín de Laspra, y Don Sergio, canónigo de la catedral de Murcia. Sin olvidar también que su casa fue siempre la casa de Don Justo Yeregui los años en que ejerció su ministerio en Lugones, y años después cuando venía de visita.

Su madre, Agustina, fue una piadosa mujer reconocida por su entrega a la parroquia, el ropero de los pobres (ahora "Cáritas"), la Adoración Nocturna, "las Marias de los Sagrarios" y todo aquello que los párrocos convocaran.  Y su padre, Tomás, la honradez y la bondad en persona. A la vera de estos gigantes de fe fue creciendo el pequeño "Juanjo" entre los muros de esta casa y las confesiones con don Jesús; las clases de latín de Don José María en la sacristía (donde su atención se escapaba al oír el anunció del próximo estreno de los cines Nora) y su admiración por los seminaristas que aquí venían a colaborar en la catequesis.

Dejados ya atrás libros y armas, llegó la hora de sentar la cabeza y el amor entró en su vida en la persona de Maria Luisa, una devota joven que fue a buscar a Tudela Veguín, y con la que contrajo matrimonio en Santa María del Naranco por expreso deseo compartido del entonces coadjutor de esta parroquia, que allí los casó.

Siempre recordó con cariño la primera peregrinación de Lugones a Lourdes organizada por el entonces seminarista José Luis Alonso Tuñon, cuyo recordatorio del "cantamisano" siempre llevó en su cartera. El pasado año volvimos a Lourdes, no para pedir milagros sino para pedirle a María que nos enseñara a confiar, a dejarnos en las manos del que lo puede todo para exclamar como Ella: ``hágase en mi tu voluntad´´(Lc 1,38).

Juan era hombre silencioso, al que le gustaba pasar desapercibido y disfrutar de sus humildes "hobbies": la radio, los pasatiempos, la lectura, los conciertos, el café con hielo, su colección de "pins", y sus amadas costumbres, como la de despedir el año participando de la Santa Misa en la Cueva de Covadonga. ¡Cómo vamos a echarle en falta!; parece que aún le veo contándome alguna historia del modo más solemne, mientras movía casi cuál "tick" el dedo índice arriba y abajo. Igualmente tenía una especial sensibilidad por los animales con los que inmediatamente sintonizaba, don que heredó de forma potencial su hija.

Era un hombre perspicaz y muy cultivado, conocedor la vida de la Iglesia Universal, por lo que tenía un juicio muy ortodoxo y racional en cuestiones de debate. Conocía bastante bien la realidad diocesana, así como vivía con intensidad cada nueva obra espiritual y material que tenía lugar en esta Comunidad. Todavía hace unos meses me comentaba lo impresionado que quedó al ver el nuevo atril de la sede llegando a exclamar: "¡esto es casi cardenalicio...!."

Los años de trabajo en la fábrica se mostró como era, inquieto pero a la vez meticuloso, con cierta imagen inaccesible por fuera pero a la vez de gran humanidad y calidad por dentro. Esta forma de ser le valió para ser persona de confianza de muchos de sus compañeros, omitiendo también sus merecidos reconocimientos por la propia empresa.

La enfermedad fue su última batalla y su última cruz, pero no estuvo solo ante ella sino que los suyos le acompañaron cual cirineos frente a carga tan pesada. Los meses pasaban y Juan ya no era el que conocimos, sino que aquel niño que antaño hacía de pastorcito de Fátima era ahora un anciano débil con los sentidos muy afectados pero aferrado a la esperanza en todo momento. Hubo más de un susto que en susto quedó, pero cuando parecía observarse un atisbo de mejoría se activó la cuenta atrás, una cuenta atrás larga dónde no sólo sufría él, sino todos los que fuimos viendo como se apagaba.

A pesar de todo, y en medio de la tribulación, seguía pensando en su Parroquia: "tengo que ir a pasar los bautizos", decía aún la pasada semana... ¡Cuántos recados y tareas; cuántas horas regaladas por amor a su parroquia!

Cuando le era posible evitaba los bullicios, por eso siempre que venía a Misa se ponía en el fondo, y cuando tocaba una fiesta grande participaba en la misa menor o incluso en la vespertina, pues tenía muy presente aquello de "ser cristiano de ir a Misa para ver a Dios y no para que todo dios lo viera". Personalmente nunca podré olvidar tantos preciosos detalles y consejos que tuvo conmigo...

Los párrocos que fueron pasando por esta su parroquia, siempre contaron con su aprecio y consideración; no quería al sacerdote por ser moderno o antiguo, "hippie" o cantarín, sino que todos le ayudaron en su vida espiritual porque él supo entender realmente el evangelio : "el que desprecia a éstos, me desprecia a mí, y el que me desprecia a mí, desprecia al que me ha enviado"(Lc 10,16) . Creo que la amplia concelebración en estas exequias dicen mucho de su cariño y cercanía con los sacerdotes.

En estos últimos días, siendo testigo de su agonía, uno no podía hacer otra cosa que rezar y pensar lo que es pasar por ese trance. Cuando se produce la muerte de un creyente siempre ponemos nuestra mirada en la muerte del Señor, y esto no son comparaciones desproporcionadas ni beaterías desfasadas, esto es teología. Cuando por ejemplo "Paco" lo sacaba de la cama en brazos para mudarlo, Marisa me decía que era como ver al Cristo de la urna, o al oírle decir: "quítame ésto de encima", la mente me retrotraía directamente a la oración de Getsemaní: "Padre si puedes aparta de mí este cáliz"(Mt 26,39).

Juan ha sido asociado ya a la muerte del Salvador, y nosotros damos gracias a Dios por haberle conocido y le pedimos que también lo asocie a su Pascua. Hoy le ponemos en las manos del que es la vida, con la mirada puesta en el sepulcro vacío. Es curioso, hablar de resurrección es mirar a la mañana, a la primera luz del día; es decir, al fin de la noche dónde la oscuridad ya no reina. Esto será sin duda la vida eterna, dónde estará la victoria de nuestra muerte. Tolkien lo sabía cuando escribió : “El amanecer es siempre una esperanza para el hombre”

"Dejad que el grano se muera
y venga el tiempo oportuno:
dará cien granos por uno
la espiga de primavera.

Mirad que es dulce la espera
cuando los signos son ciertos;
tened los ojos abiertos
y el corazón consolado;
si Cristo ha resucitado,
¡resucitarán los muertos!" (del Himno de "Tercia")

Creo que la cinta de la corona de flores que le enviamos pueden resumirlo todo: la Parroquia de Lugones, tu Parroquia de Lugones: ¡Agradecida!

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