viernes, 23 de octubre de 2015

Carta Semanal del Sr. Arzobispo de Oviedo



Concordia, premio a unos misioneros


Este año los Premios Princesa de Asturias de la Concordia, se ofrece a una orden religiosa muy querida y benemérita: La Orden Hospitalaria. Fue fundada por San Juan de Dios, ese testigo de la caridad hasta el extremo, que tocado en su corazón por Cristo no dejó de abrazar y cargar sobre sus hombros a los que Cristo tanto amaba: los pobres, los enfermos terminales, los desahuciados y despreciados por sus dolencias contagiosas.

Se repite con este santo lo que la larga historia cristiana no ha dejado de testimoniar: que Dios vuelve a recordarnos sus palabras y sus gestos, todo eso que tan fácilmente nosotros tendemos a olvidar o a traicionar, a través de un hombre o una mujer que sencillamente se dejan tocar por la gracia de Dios y consienten que en su corazón palpiten latidos de Evangelio. Así fue San Juan de Dios en su época.

Sus hermanos de hábito continúan en el tiempo esa misma pasión que él tuvo por los últimos. El galardón de esta prestigiosa Fundación asturiana que tiene como mentora a la Princesa de Asturias, recae esta vez en esta familia religiosa por haber visto en ella una expresión actual y urgente de la concordia que tanto nos hace falta en medio de un mundo enfrentado, que juega con las divisiones y las fronteras, que se enzarza en secesiones inútiles y oscuras, que se ensaña con nuevas formas de exclusión, de persecución y de holocaustos terroristas. La concordia no es un valor que abulte en nuestros días, por más que la gente de bien la desee con todas sus fuerzas.

Concordia significa precisamente eso: unir los corazones, latir al unísono, descubrir la belleza de la unidad y de la comunión verdaderas. Los hijos espirituales de San Juan de Dios han sido señalados y homenajeados precisamente por esta labor que realizan dentro de nuestra sociedad y en medio del mundo de esta generación humana.

Ha saltado la ocasión, que no pretexto, por el alto testimonio que algunos de ellos han dado con motivo de la enfermedad del ébola en África. Ese continente hermano ha vuelto a saltar a las noticias no por su belleza, no por sus recursos, no por la bondad sencilla de su gente sufrida y de tantos modos creyente, sino por la pandemia de turno que ahora se llama ébola como en otro momento se llamó sida.

Ya había segado muchas vidas el ébola, este virus letal. Pero no despertó ningún interés especial durante años, ni los laboratorios se unieron para atajar su mordiente mortal, hasta que su zarpa arañó fatalmente a europeos y americanos. Podrían contagiarnos, se decían los asustados del primer mundo opulento e insolidario: hagamos algo. Y lo hicieron, están en ello. Mucho me impresionó saber que la inmensa mayoría de los misioneros no hayan querido volver, permanecen allí siguiendo la suerte de su pueblo al que por amor a Dios fueron, y al que con amor de Dios no dejan de anunciarles la esperanza y la gracia, la dignidad y la justicia, el perdón y la alegría, en definitiva, la Buena Noticia cristiana. Era el momento de estar también con ellos.

Algunos de estos misioneros, contagiados por la enfermedad debido a la entrega hacia aquellos enfermos, llegaron a morir. Fue el precio que pagaron por el amor cristiano que ellos vivieron. No hay mayor expresión del amor: dar la vida, como nos enseñó Jesús, el Maestro. Y así lo aceptaron ellos testimoniando la concordia suprema, esa misma que Dios en su Hijo nos narró muriendo por nosotros. Mientras haya ejemplos así, la humanidad tiene motivos de esperanza. No todo es corrupción, ni insidia, ni secesión, ni terrorismo… queda la concordia de nuestros misioneros.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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