jueves, 1 de octubre de 2015

Carta semanal del Sr. Arzobispo



En Fátima, con David y Goliat

Lo hemos hecho tantos de nosotros al hojear el álbum de fotos de familia: ver cómo a un ser querido como es la madre, la vida en sus rincones y momentos la ha sorprendido vestida de diversas maneras. Tras el atuendo, también la edad que era inmortalizada por una cámara. Ella iba pasando ante nuestra mirada filialmente curiosa y tiernamente nostálgica, como en tantos modos y en tantas ocasiones ella iba apareciendo. Siempre la misma, pero con distintas maneras de presentarse. Así comenzábamos la peregrinación diocesana a Fátima días atrás un grupo de 130 asturianos. Íbamos seis sacerdotes acompañándolos, la Delegación diocesana de Peregrinaciones y la Asociación mundial de Fátima en su Delegación de Asturias.

Fátima, Lourdes, Covadonga… ¡cuántas maneras de ver a una Madre vestida de distinto modo y percibirla con un mensaje particular diferente! Pero es la misma, la única, la Madre de Jesús y Madre nuestra. Acudir a Fátima es una experiencia honda con la que te encuentras viviendo la fe en medio de una Iglesia universal. Los distintos idiomas, tantas naciones allí presentes, que son personas cristianas tan ricas o tan pobres como nosotros, tan seguras o tan vulnerables como a nosotros nos acontece, con un camino bien trillado o sólo balbuciente en sus primeros pasos como nos ocurre a tantos.

Pero a todos nos dijo algo distinto la Virgen de Fátima en esos tres días de peregrinación a su santuario portugués. Quizás porque cada uno necesitaba escuchar lo que allí se nos dijo con una palabra de consuelo, de paz, de esperanza, de alegría, que era la que más teníamos urgencia de poder escuchar. Una palabra susurrada en el silencio del corazón, que de pronto pone nombre a tantas cosas no resueltas y te da la fuerza para abrazarlas y mirarlas de otra manera.

Hace casi un siglo ocurrió en aquel rincón de los “finisterres” ibéricos, casi al final del mapa, en un lugar tan desconocido e intranscendente como el pueblecito de Aljustrel. Tres niños pastorcitos sin más horizonte en su vida que cuidar de aquellas ovejas bajo las carrascas de las colinas e ir creciendo como personas cristianas en el seno de sus familias. Pobreza severa, precariedades humanas y una piedad sencilla que hacía que sus vidas se supieran por Dios y por María acompañadas. Allí surge el milagro de una elección: que a través de ellos comenzaría a contarse a toda la humanidad una historia nueva, con todo el sabor de la larga tradición cristiana hecha de siglos y de santos, pero con toda la actualización de cuanto en ese siglo se necesitaba volver a escuchar, a contemplar, a poner en práctica.

Es la historia del pequeño David frente al gigante Goliat, aunque esos “davides” se llamasen Lucía, Jacinta y Francisco, y los “goliat” fueran las guerras, el hambre, los pecados y olvidos. Con una ingenuidad que nos haría sonreír por su desproporción, Dios y su Madre desarman nuestros complejos tinglados imposibles a través de modos simples que paradójicamente hacen posible su solución de no pocas maneras.

Es la historia que pude escuchar en personas que me abrieron su corazón: nuevamente lo imposible para nosotros es posible para Dios. Vidas desgarradas, al borde del precipicio fatal, sin esperanza y sin alegría, que de pronto… comienzan a levantarse; aspiran un aire que les permite respirar y las cosas aunque les puedan seguir doliendo ya no las destruye. Un regalo del cielo que vale la pena contar al comenzar este mes de octubre dedicado al rosario mientras desgranamos con María las cuentas que en la vida cuentan para nuestro bien.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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