miércoles, 14 de octubre de 2015

La Cruz sobre el Altar (Foto del Altar de la Parroquia de Lugones)


La Misa es “Santo Sacrificio”, memorial de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Nuestro Salvador. Mi inclinación a poner la Cruz sobre el Altar, como se hace siempre en las Misas celebradas en el Vaticano, con la disposición de velas tal como aparece en la imagen de arriba, es porque de ese modo se redunda más en el aspecto sacrificial de la Misa: aspecto que queda reducido, o casi eliminado, cuando la Misa se convierte, en la intención del celebrante o equipo de liturgia, en mera fiesta que solo lleve a la resurrección pero obviando el sacrificio expiatorio de Cristo en el Calvario.

Se observa con preocupación como en no pocas Misas la tendencia es reducir al mínimo toda expresión o signo que nos toque la conciencia para procurar nuestra conversión desde el compromiso. Se constata como una “teología” que pretende vivir siempre en el Monte Tabor desde el “que bien se está aquí” pero sin pasar a “Este es mi Hijo: escuchadlo” (Mateo 17, 1-9). Esa teología progre- modernista trata de mimetizarse con el sentimentalismo simbólico de la posmodernidad donde lo esencial es la emoción por encima del amor sincero.

La Cruz sobre el Altar ayuda mucho al sacerdote a mantener la mirada en Cristo crucificado, para así asumir que celebra la Misa cara a Dios (como se desarrolla en un artículo anterior) y no como un protagonista frente al pueblo. La Cruz sobre el Altar resta protagonismo al cura para dárselo a Cristo, y redunda que TODOS (el sacerdote junto al pueblo) celebran Misa mirando a Dios. No deja de ser curioso que los que prefieren el Altar despejado para que el pueblo los vea bien (a ellos) caen en un cierto clericalismo, pues con la Cruz en el Altar la figura personal del sacerdote se ve más eclipsada, lo cual contribuye a una mayor devoción para el pueblo.

P. Santiago Glez.

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