martes, 27 de octubre de 2015

A propósito del simposio de las reliquias de Oviedo


Con motivo del simposio que sobre las reliquias de la Catedral de Oviedo se celebró en esta ciudad los días 2 al 4, inclusive ambos, de septiembre de este año, se publicaron en los medios de comunicación, y sobre todo en la prensa, diversas informaciones que dieron lugar a lo que diríamos un cierto revuelo en la sociedad ovetense y a juicios y valoraciones negativos sobre el mismo simposio. En este sentido se expresó el mismo señor Arzobispo en su homilía de la fiesta de San Mateo. La verdad es que lo que se publicó da pie y sobradamente para ello. Pero ¿fue esto realmente el simposio? ¿Se trató en él de la autenticidad de las reliquias, en particular del Santo Sudario? ¿Se llegó a las conclusiones que se da por supuesto afirmó el simposio?

Digamos, para empezar, que del tema de la autenticidad de las reliquias, salvo una ponencia, la del profesor Andrea Nicolotti, ni directa ni indirectamente se ocupó nadie. La posición crítica de este estudioso es sobradamente conocida y fueron, precisamente o sobre todo, sus palabras en las entrevistas que los medios de comunicación le hicieron las que provocaron el revuelo. Sin embargo, en varias ocasiones él manifestó al que suscribe que su actitud frente a las reliquias y, en concreto, con respecto a la Sábana Santa de Turín y al Santo Sudario de Oviedo no era totalmente negativa y excluyente de toda posible autenticidad, sino más bien sanamente crítica, sobre todo frente a actitudes más fideístas que científicas de muchos defensores, y convencido de que hasta ahora no se han encontrado razones que convenzan de ella, sino más bien todo lo contrario, refiriéndose a las pruebas del carbono 14. La última de estas manifestaciones tuvo lugar por vía telefónica, apenas llegado a Turín, lamentándose de que la prensa le hubiera malinterpretado, haciéndole decir lo que él no había dicho, incluso a pesar de que, a petición suya, le habían pasado copia del texto que iba a ser publicado, algunas de cuyas enmiendas, según él, le fueron aceptadas, en tanto que otras, no.

La verdad es que, tal vez, más que hacerle decir lo que no había dicho, no dijo él exactamente lo que quería decir. Esto aparte, ¿qué hubo del simposio? Mi opinión personal es que, pese a su relativa modestia, de la que eran conscientes sus propios organizadores, quienes, precisamente por esto, quisieron llamarle simposio y no congreso, hizo aportaciones muy valiosas. Entre ellas, la ponencia del profesor Daniel Rico Camps, de la Universidad Autónoma de Barcelona, cuyo título fue "La inscripción latina del Arca Santa". Esta inscripción reviste extraordinario interés por cuanto es, si cabe, el contrapunto y confirmación del texto manuscrito de la llamada Donación de Langreo del rey Alfonso VI en el año 1075, a raíz de la apertura del Arca Santa, y sobre la que algunos formularon o siguen formulando radicales dudas de veracidad. Esta inscripción sufrió repetidos daños con el correr del tiempo y, sobre todo, en la malhadada Revolución de Octubre de 1934, que nos privó para siempre de la biblioteca y fondos de la Universidad, de los documentos multiseculares del rico archivo del Obispado y de la biblioteca del Seminario en Santo Domingo, con su Políglota Complutense, todo reducido a cenizas. Con la voladura de la Cámara Santa en tan fausta ocasión, el Arca Santa quedó rota y con ella, el texto escrito en su tapa. No se sabe si en este momento o si en otra circunstancia algún trocito de la plata del soporte se arrancó y fue luego erróneamente fijado en otra parte.

Sobre este texto, sus versiones y avatares, la conferencia del profesor Rico Camps ofreció un estudio exhaustivo y al día, de tal modo que todo el que en lo sucesivo diga algo sobre el tema habrá por fuerza de remitirse a él. Otro tanto cabría decir de la conferencia sobre las inscripciones en caracteres cúficos o árabes que adornan esta misma Arca y otras, de la que fue ponente la profesora María Antonia Martínez Núñez, de la Universidad de Málaga, y cuyo título fue "Las inscripciones islámicas del Arca Santa y de la arqueta del obispo Arias". Un estudio completísimo, con nueva versión personal de las fórmulas, que da sentido a los textos, cuando no faltó en el pasado quien dijera que se trataba de puros elementos decorativos.

Importante fue, asimismo, aunque en otro campo, la aportación por parte del profesor Patrick Henriet, de la École Pratique des Hautes Études de París, de un documento muy cercano a la apertura del Arca y contemporáneo del rey Alfonso VI. Se trata de una carta que escribe el obispo de Astorga Osmundo (1082-1096) a la condesa Ida de Boulogne, en respuesta a otra suya en la que le pedía información sobre el origen de ciertas reliquias que desde Astorga le había enviado, entre ellas cabellos de la Virgen María. La respuesta del obispo, remitiéndose a libros que obraban en su poder, es que habían sido traídas por mar, con otras muchas, de Jerusalén cuando amenazaba la persecución de los gentiles por los Siete Varones Apostólicos, nominalmente, por Torcuato e Isicio (Hexiquio), y que, ya en España, en el momento de la invasión de los árabes, habían sido llevadas por los obispos a Astorga y a Oviedo, da a entender que desde la corte (Toledo). De ser auténtica esta carta, extremo del que no dudaba el ponente, tenemos aquí una primera versión del origen hierosolimitano de las reliquias, que hasta ahora se conocía prácticamente sólo por el obispo don Pelayo y a quien considerábamos muchos como autor de la piadosa leyenda, creada a raíz de la apertura del Arca. El único documento sobre el particular que parecía independiente de la tradición pelagiana era la Crónica Silense, que habla de la entrada de las reliquias en Asturias por Gijón. Ahora ya disponemos de otro e incluso anterior. Con esto, en todo caso, la fama que tenía nuestro buen obispo don Pelayo de falsario no quedaría, precisamente, avalada por la leyenda del origen del Arca. Simplemente, la habría tomado del ambiente.

Aunque menos relevante, no deja de tener interés también la tesis mantenida por el profesor Eduardo Carrero Santamaría, de la Universidad Autónoma de Barcelona, sobre el origen y función primitiva de lo que hoy se llama Cámara Santa: según él, obra de Alfonso II, como tradicionalmente se creía, aunque no capilla en sus orígenes. Personalmente, nos parece interesante el que se defienda esta hipótesis, cuando son tantas y voces tan autorizadas las que sostienen que es obra de Alfonso III. Otra cosa es que se comparta la teoría del ponente sobre el destino primitivo del inmueble.

Por último, tal vez merezca la pena notar que, lejos del talante hipercrítico que se le otorgó a este simposio, don Francisco Javier Fernández Conde, en su ponencia sobre el documento de la apertura del Arca, se mostró más conservador y modificó algunas de las observaciones críticas que sobre él había formulado en otros escritos anteriores. En suma, pienso que el simposio, lejos de la caricatura que sobre él se pintó, fue todo un éxito y por ello no puedo menos que felicitar a sus organizadores, que fueron don Francisco Javier Fernández Conde y doña Raquel Alonso Álvarez, como a las entidades que lo hicieron posible con su financiación.

Enrique López Fernández
Canónigo de la Catedral de Oviedo

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